Mauricio Amar Díaz: «Sobre el Islam europeo»

Filosofía
  1. El islam parece contener en sí la bendición más grande que puede iluminar a Occidente: el ser una especie de enemigo perfecto. Irracionalidad desbordante, envidia sistémica, piel oscura, intolerancia a toda prueba. El Islam reúne estas características porque Occidente mismo le irradia, le provoca como a su otro perfecto, su contracara simétrica. Donde aquí hay pantalones, allá hay túnicas, si en este lado hay libertad de expresión, cruzando a Oriente se cortan las cabezas por millares.

    Un enemigo que calza, sobre el que no queda ninguna duda, salvo aquella que provoca su innegable presencia en el propio Occidente, su materialidad expuesta en la figura de algún amigo de escuela, de un vecino, algún compañero que no se ve tan malo como lo pintan en los noticieros. De ahí que se diga que no todos son iguales, que solo son algunos, siempre y cuando se les vea marchando contra la barbarie de los que han perpetrado crímenes en su nombre, utilizando sus símbolos. Purgados por su salir a marchar, esos musulmanes europeos son los nuevos judíos que deben comer cerdo para no generar suspicacias, mas nada de eso implica que los servicios de inteligencia no pinchen sus teléfonos y los incluya en una lista de “musulmanes”, figuras extranjeras en territorio europeo, que deben aprender a “convivir”, es decir, aceptar de lleno la forma de vida europea, dejando alguno que otro símbolo simpático para recordar un pasado pre-social al que han dejado con mucho gusto.

Que los niños aprendan en la escuela los valores occidentales para que sean uno más en estas sociedades. Un uno más que siempre está en deuda. Una doble deuda, pues por un lado se integra como periférico económico, un clásico ciudadano endeudado, atrapado por las decisiones mercantiles de los bancos que cuentan con su plena “adaptación”. Endeudado espiritualmente, pues aunque coma todo el cerdo posible, nunca será verdaderamente un occidental blanco. Francia se lanza así a perseguir musulmanes en Asia, los verdaderos musulmanes que se infiltran y llenan de basura las cabezas endebles de sus ciudadanos pobres. Estos musulmanes franceses ya son demasiado europeos como para inventar ellos mismos una doctrina religioso-política. Son influenciados, como también lo son los europeos que han caído en ideologías genocidas. Los nazis manipularon al buen pueblo alemán de la misma manera que ISIS captura las almas de los musulmanes europeos. Había que ir a atacar a los musulmanes en su territorio, de otro modo la contaminación proveniente de Oriente no terminará nunca.

Nada tendrán que ver en la militancia islámica de cientos de ciudadanos europeos la marginalidad y la frustración que generan sus propias sociedades. No eso sería imposible, porque allí todo es bienestar social, desarrollo en su grado máximo. Habría que ser muy malagradecido para despreciar la vida que ofrece Occidente. Su periferia es infinitamente mejor que los barrios podridos allende el Mediterráneo. No, todo se debe partir de la incomprensión de los islamistas sobre el significado real de la libertad de expresión europea. Porque la religión les ha atrapado completamente, haciéndolos incapaces de entender que en la caricaturización de aquello que consideran sagrado hay en realidad una invitación a que ellos mismos participen de la libertad de expresión. Ellos no pueden representarse a sí mismos -paráfrasis de Marx descontextualizada- deben ser representados, y qué mejor representación que la de una caricatura.

  1. A dos días del atentado contra los miembros de la revista francesa Charlie Hebdo, Amer Mohsen escribía en el diario libanés Al-Akhbar un pequeño texto que poca repercusión podría tener en Occidente. Llamado “La solidaridad idiota”, el escrito plantea un asunto fundamental: “Los ejecutores del ataque -dice el autor- son probablemente franceses de nacimiento y educación, como muchos salafistas europeos que solo pueden ser vistos como un producto puro de la sociedad francesa y no como el marroquí o el tunecino que no han conocido, con el que no han convivido, porque entonces estaremos adoptando la teoría racista que considera que el islam es un elemento ajeno a Europa, que le llega del exterior, y no la religión de millones de sus ciudadanos” (1). Millones de ciudadanos europeos, es decir, ¿propiamente europeos? ¿Quiere decir acaso Mohsen que estos sujetos oscuros que pueblan por millares los suburbios de los Estados de bienestar europeos, son en realidad parte integral de ellos y no meros inmigrantes que han viajado desde el caos de sus países para vivir una vida digna y cualitativamente mejor?

Pero incluso va más allá. Mohsen cree que si hay una injerencia extranjera islámica no es la del inmigrante ni la del ciudadano europeo musulmán, sino del capital saudí, al que en este caso Francia, le ha abierto las puertas de par en par, sin importar la posición abiertamente fundamentalista del gobierno árabe saudí. Claro, cuando “los negocios son negocios”, no hay que mirar bajo la alfombra, o aún más, no hay que preocuparse por las consecuencias futuras, pues al menos el capital no podría funcionar si esa fuera una condición. De esta manera, dirá Mohsen, el ingreso del salafismo en Francia será un fenómeno francés. “El francés rechazado por la sociedad busca su identidad islámica, encontrarse a sí mismo y se hace salafista (el jeque salafista al que Arabia Saudí le paga el sueldo, la mezquita salafista, el entorno que se vuelve salafista). Y esa doctrina no tiene ninguna relación con el islam local que trajeron esos emigrantes ni con sus sociedades de origen. Las relaciones de Francia con Arabia Saudí, desde los contratos de armas hasta la corrupción y los pagos que han recibido los políticos franceses a lo largo de décadas, han permitido la «entrega» del islam europeo a los saudíes y la «salafización» de barrios enteros en las ciudades europeas”. El racismo que convierte en palabras vacías liberté, egalité, fraternité no recibe simplemente una respuesta desde los suburbios, desde un afuera, sino desde el propio ejercicio del poder en el que el salafismo se ha movido con soltura. Cierto, como dice Rino Genovese, “donde no aparece el conflicto social, abierto y democrático, aquí reaparece la tradición cultural cerrada en sí misma, más o menos inventada o reinventada como punto de apoyo identitario. Culto de la violencia, jihadismo, sentimiento de martirio, son las consecuencias”(2).

  1. ¿Cómo es posible la emergencia de un problema islámico propiamente europeo, es decir que no sea una mera consecuencia de la migración? El comienzo de la última cita a Mohsen abre también una clave: “El francés rechazado por la sociedad busca su identidad islámica, encontrarse a sí mismo y se hace salafista…”. En un artículo reciente, Giorgio Agamben plantea una comparación entre dos sociedades separadas por el Mar Mediterráneo. En la primera hay una revuelta popular, donde se alza una voz que grita al inicio y al término de un discurso incendiario “En el nombre de Dios el clemente y misericordioso”. La apelación a la soberanía divina por sobre la terrenal, hace que una determinada esencia, Dios, articule el resto del discurso: “¡Despierten! Hace diez años que el soberano habla de desarrollo mientras en la nación faltan los suministros básicos…”. Al sostener Dios el discurso, se puede decir que se habla en nombre de él. ¿En nombre de qué habla Occidente? ¿Qué sostiene o a qué remite su discurso?

El saber técnico de los expertos, que en Occidente ha reemplazado el nombre de Dios, no habla sino sobre su propio saber, su despliegue infinito, sin nunca referirse en última instancia a algo. “La ‘economia’ y la técnica -dice Agamben- pueden -quizá- sustituir a la política, pero no pueden darnos el nombre, en nombre del cual hablan. Por ello podemos nombrar la cosa, pero no podemos más hablar en el nombre” (3). Irremediablemente muerto el dador de la lengua, su lugar es asumido por un hablar continuo, un decir sin pausa ni meditación, pero muy inteligente, extremadamente experto. Allí es donde nace y pervive la idea tan liberal de la libertad de expresión absoluta, que no puede considerar sino un derecho el insultar, porque a fin de cuentas el propio insulto no dice nada, no hay un Mahoma detrás de la caricatura, sino un simple proceso de distribución cuyo fin es la libertad misma de caricaturizar.

Por eso, frente al fundamentalismo religioso que surge como hongos en medio de las sociedades espectaculares, aparece una especie de verdad última enunciada en la absoluta libertad de expresión. El gobierno francés apresuradamente, frente al crimen de los caricaturistas propone financiar la revista, a sabiendas que ello sería sólo posible en tanto la revista deje de ser lo que era, porque el propio gobierno estaría pagando por su ridiculización. Pero así es la democracia, a la que nunca estarían dispuestos los que vienen del otro lado del mar. La declaración de valor de la libertad de expresión es el valor fundamental de Occidente porque la expresión es la de una lengua que es incapaz de hablar en nombre de algo. Es una palabra vacía enunciada por una demo-cracia sin demos, como dice Agamben, por una a-demia (4), que vocifera constantemente la necesidad de un cambio para orientarlo hacia la completa inamovilidad (5). “[¿C]ambiar qué? -dirá Alain Badiou- Si el cambio debe ser perpetuo, su direccion, según parece, es constante”(6).

  1. Buscar una verdad, un nombre que sostenga la palabra dicha es la disputa en la que han estado enfrascadas por siglos la teología y la política. La sociedad de los expertos, en cambio, da un paso al costado y considera esto una preocupación escolástica, como si no subyaciera en su despliegue técnico una verdad, el verdadero nombre que articula la palabra del hacer moderno: el capital. El problema del capital es siempre su inaprensibilidad, como la de todo Dios. No se puede hacer de él más que un fetiche, pero es un fetiche que se distribuye en cada una de sus formaciones, portando en sí la representación de un original que de ser capturado se distribuiría en el mismo instante como copia de sí mismo, transable, comerciable. Los musulmanes europeos son aquellos que carecen de eso que Alain Badiou ha llamado POL: Patrimonio, Occidente y Laicismo. Gente sin patrimonio, que hagan lo que hagan por generaciones serán africanos o asiáticos (no occidentales) e islamistas (no laicos) (7). Los términos Occidente y laicismo deben ser entendidos como emanados por la P de Patrimonio. Ella es su arché, su principio y comandante, en tanto los ordena uno al lado del otro como si se correspondieran bajo la norma de la necesidad.

El capital separa y ordena a las sociedades europeas, inventa un racismo donde era posible el clasismo, porque de esa manera su figura no puede ser encontrada. Choque de civilizaciones, donde hay centro y periferia, democracia versus barbarie, donde en realidad el demos ha devenido deudor. Un dependiente estructural de las variaciones del mercado, un ciudadano con pleno derecho de expresión que poco dirá sobre la deuda que lo articula socialmente, pero mucho sobre los elementos que el sistema económico enuncia en su espectacularidad. Allí nace la encuesta que le permite a todo ciudadano (ni muy rico ni muy pobre) expresar su opinión, apareciendo entre la masa de sus contemporáneos definido desde ya por la estadística. El 50,3% de los franceses votará por…, el 80% de los italianos prefiere comer X antes que Y. Tal es el derecho a expresarse que designa al ciudadano promedio, con el que deben calzar todas las personalidades dentro de un rango determinado, so peligro de ser un enemigo del Estado. La encuesta es el dispositivo que permite a la gestión gubernamental, a la democracia moderna, deshacerse del demos, transformarlo en una palabra que sin hablar en nombre de nadie en particular, separa y disgrega a los humanos en aquellos integrados, integrables y los imposibles de integrar, ya sea por su religión, su posición política o su gusto por un determinado conjunto de alimentos. Charlie Hebdo representa precisamente eso que la encuesta no dice pero da a entender. Que hay algunos que pueden ser caricaturizados para el deleite del ciudadano promedio, ese que nunca se atrevería a salir de los márgenes de lo que ha sido definido como normal, pero que puede reírse un buen rato de ello, de él mismo. La caricatura del Islam no es más que lo que ha sido prohibido como identidad europea.

  1. POL no es otra cosa que un acrónimo sugerido por Badiou para dar pie a la palabra policía. El capital requiere aún de la fuerza de los Estados nacionales para perpetuarse, porque son ellos los que le dan SEGURIDAD. Palabra clave para descifrar nuestro tiempo, acaso pregunta preferida de las encuestas: “la sensación de inseguridad ha crecido en un X%…”. Pero la verdadera seguridad es la que asegura la circulación del capital, del patrimonio, en las manos correctas. Cuando la economía de Europa se viene abajo, hay que salvar a los bancos, no a los ciudadanos ni menos a esos que persisten en una identidad migrante.

Que la marcha de París en apoyo a Charlie Hebdo haya convocado hasta a Benjamin Netanyahu, responsable de la muerte de miles de personas en Palestina, no es una casualidad. Es más bien el momento preciso para que Israel enarbole la bandera de la lucha contra el terrorismo y llore por las vidas europeas. Pero más aún, es el instante en que su mirada securitaria busca convertirse en la mirada europea, con bastante camino recorrido, por cierto. El terrorismo es, en este sentido, completamente coherente con el modo de vida securitario que ha implantado Estados Unidos desde 2001 y del cual Israel busca ser el maestro aventajado. Para que triunfe la política de la seguridad, es necesario despolitizar a la población, hacerla inerme y confiada en que el Estado podrá protegerla, con los costos a las libertades ya conocidas y aceptadas por el temor mucho más grande a morir en un atentado terrorista. En este sentido ha dicho Agamben, precisamente en referencia al atentado a Charlie Hebdo que “estamos asistiendo a un proceso […] de despolitización de la ciudadanía, lo que la reduce cada vez más una condición puramente pasiva en un contexto donde las encuestas y las elecciones mayoritarias (ahora también indistinguibles) van de la mano con que las decisiones clave son tomadas por un número de personas cada vez más pequeño. En este proceso de despolitización, los dispositivos de seguridad y la ampliación de las técnicas de control ciudadano que antes se reservaban a los criminales reincidentes han jugado un papel importante”(8).

Este no es un asunto tan novedoso, y sus consecuencias son conocidas por todos. Mal que mal, el asesinato de Jean Charles de Menezes en el metro de Londres en 2005, y en cuya declaración la policía decía que tenía “rasgos árabes”, abre la posibilidad cierta de ser “confundido” con un terrorista, en tanto se tenga un cuerpo determinado. El consejo que los expertos israelíes han dado a sus pares europeos en el contexto de la matanza de Charlie Hebdo consiste en tres puntos: identificar al enemigo: los musulmanes de forma genérica; mapear a esta población objetivo identificando perfectamente sus movimientos; tomar medidas preventivas como la detención administrativa (9). De avanzar las cosas en esta dirección, en vez de asumir Europa que tiene un problema propio y que no es sólo un asunto de religión contra laicismo, sino fundamentalmente de segregación, marginalidad y democracia, es muy probable que cada vez más europeos se vuelvan jihadistas o neonazis antijihadistas, mientras el Estado refuerza su seguridad en desmedro de los ciudadanos y las compañías de seguro encuentren nuevos nichos para salir de la crisis.

NOTAS

(1) Mohsen, A., “La solidaridad idiota”, Al Akhbar, 9 de enero de 2015, trad. Al Fanar. URL disponible en:

http://www.fundacionalfanar.com/la-solidaridad-idiota/

(2) Genovese, R., “Parigi tra terrorismo e unità nazionale”, en Le parole e le cose, 22 de enero de 2015. URL disponible en:

http://www.leparoleelecose.it/?p=17388#more-17388

(3) Agamben, G., “In nome di che?”, en Il fuoco e il racconto, nottetempo, Roma, 2014, pp. 67-74, p. 69.

(4) Ibid., p. 73.

(5)  Ver Agamben, G., Medios sin fin, trad. Gimeno Cuspinera, A., Pre-Textos, Valencia, 2010, p. 103.

(6) Badiou, A., El despertar de la historia, trad. Betesh, P., Nueva Visión, Buenos Aires, 2012, p. 9.

(7) Ibid., p. 27.

(8) Agamben, G. en entrevista con Oliver Tesquet, “Les Français doivent se battre contre le projet d’une énième loi antiterroriste”, en Telerama, 20 de enero de 2015. URL disponible en:

http://www.telerama.fr/medias/les-francais-doivent-se-battre-contre-le-projet-d-une-enieme-loi-contre-le-terrorisme-giorgio-agamben,121729.php

(9) Ver Caspit, B., “Israeli experts: If Europe won’t wiretap, they won’t know”, en Al Monitor, 13 de enero de 2015. URL disponible en:

http://www.al-monitor.com/pulse/originals/2015/01/global-jihad-europe-public-right-israel-intelligence-mossad.html

Mauricio Amar Díaz es doctor en Filosofía de la Universidad de Chile. @MauricioAmar

Imagen Principal: Corporate Art Task Force, Contemporary Islamic Arte 9.

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Un comentario en “Mauricio Amar Díaz: «Sobre el Islam europeo»

  1. Estos asuntos se pueden analizar desde un plano filosófico, entendido como un asombro, el asombro que nos puede producir algo de otro mundo -eso que nos eriza la piel sin llegar siquiera a imaginarlo- algo así como la disposición a intentar una interpretación sin prejuicios, sin preconceptos y por supuesto sin intereses mezquinos, pura o casi pura .

    Encarar de esta forma el asunto casi que necesariamente producirá una interpretación novedosa, y no es el caso de esta nota que recurre a los nombres de siempre Badiou, Agamben, Marx (Groucho) y, como suele suceder con la mayoría de papers, notas, artículos de este tipo, acaba desembocando en los tópicos de siempre «el color de la piel» «el otro» «el distinto» «el enemigo imaginario» «el miedo».

    Hay otro modo de analizar estos asuntos y es haciendo el camino a la inversa, desde el color de la piel, de la condición de enemigo, desde el otro lado del mar y quizás así, acabemos por llegar a los filósofos de siempre para confrontarlos frente a frente aunque se vean sorprendidos por la espalda.

    Por ejemplo: todo su largo análisis se desgrana, se desmorona, se desintegra con una sola palabra que usted usa y esa palabra es «Mahoma» si usted quiere reivindicar al musulmán medio, aquel hombre sencillo, que va de su casa al mercado, del mercado a la mezquita y de la mezquita regresa a su casa para reanudar ese ciclo cada día, el musulmán sencillo que es tan generoso a la hora de invitar un refrigerio, cuyos hijos poseen una peculiar inocencia, sus madres una peculiar paciencia y las mujeres que habitan ese mundo una profundidad insondable, usted no debería usar la palabra «Mahoma» porque decir Mahoma para referirse al profeta es una burla.

    Pero usted no lo sabe, no creo que haya sido una burla intencional, pero sí conoce a Agamben, a Badiou, a Marx, supongo que también a Althuser, a Derrida, a Bourdieau, obvio que a Foucault, a Judit Butler, y usa el bagaje que ellos le ofrecen para ponerse de lado del musulmán que va de su casa al mercado, del mercado a la mezquita y de la mezquita regresa a su casa, sin embargo dice Mahoma.

    Mire como a toda su extensa manifestación de buenos sentimientos, de ecuanimidad, de tolerancia, de aceptación, la viene a dejar en evidencia una sola palabra: Mahoma.

    Para que lo medite le voy a decir en que consiste específicamente su error: Muhammad, significa el que más reza, Mahoma es una deformación burlona, mire usted que casualidad, que hicieron algunos humoristas de las primeras épocas que significa precisamente todo lo contrario: el que no reza.

    saludos.

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