Filippo Maria Pontani / La guerra mediática contra Syriza

Filosofía, Política

«Te dejo campamentos/ de una ciudad con tantos prisioneros: / dicen siempre sí, pero dentro de ellos muge /el aherrojado no del hombre libre» (K. Athanasulis). El gran compositor Mikis Theodorakis, el de Zorba y de tantas canciones de Ritsos y Elitis, invita a votar «no» el domingo, pero es pesimista: el gobierno de Syriza, demasiado dubitativo y ya dispuesto a aceptar, justo antes de la ruptura e incluso en la última propuesta del miércoles [1 de julio], un compromiso demasiado parecido a un nuevo  memorándum, se arriesga en su opinión a terminar sirviendo de alimento de las potencias extranjeras que han reducido a Grecia (en el plano étnico, histórico, cultural y  social) a una colonia, a un país de rayádes, un término obscuro en la historia griega, por cuanto designa a los griegos ortodoxos bajo la dominación otomana, privados de cualquier derecho.

Pero nada sucede por casualidad. Basta coger un periódico (o una página digital) de ley elaborado como el Vima, por no hablar de la Kathimerinì: el debate público griego, que hasta hace pocos días se centraba en los efectos de las cesiones de Tsipras en este punto o el otro de la negociación con los acreedores, ahora ataca al primer ministro porque se ha cerrado a peticiones bastante más gravosas, insostenibles para un partido llegado al poder con la meta primordial de poner fin a la política de los memorándum. Artículos llenos de insultos, largos reportajes sobre presuntas disensiones y defecciones en la coordinación del gobierno, acusaciones de inteligencia con los neonazis, escenarios apocalípticos en el inmediato futuro, historias sobre negociaciones subterráneas para exhumar «gobiernos técnicos» más fiables (¿el ex primer ministro Kostas Karamanlìs?); ninguna sorpresa para el que sepa (como Francesco De Palo, Greco eroe d’Europa, Albeggi 2014) qué poderosos grupos económicos se esconden detrás de la información griega (y si no estuviera la rediviva ERT… [la radiotelevisión pública griega]).

Se ha reanudado en resumen en los media – con tintes más fuertes – el via crucis ya experimentado en las elecciones dobles de 2012 y luego en las de enero pasado, cuando la disinformación contra los irresponsables diletantes de Syriza la practicaban los líderes europeos y los periodistas locales (algunos de ellos, se ha sabido por una investigación  parlamentaria, «adoctrinados» por el FMI en pertinentes seminarios). Y tonos no menos despreciativos (más allá de lo decente), en los debates con la «izquierda estatalista» y los «pobres incapaces» se oyen incluso en el Parlamento en los escaños del partido al que miran con simpatía las cancillerías europeas, los «liberales» de  Potami. Apuntar a la democracia más joven, hacer palanca sobre sus inexperiencias y contradicciones, deslegitimar a los electos, aterrorizar a la población: atónitos ante el único político que pone abiertamente en discusión sus dogmas y desenmascara sus intereses, los gobernantes de la eurozona y sus secuaces adoptan (con medios diversos) una estrategia no distinta de la del Ejército Islámico en Túnez.

El juego es particularmente delicado, porque explota sin escrúpulos una fractura de hecho en la sociedad griega, que el referéndum corre el riesgo de ahondar, y que discurre desde siempre por el interior del partido de mayoría relativa, a menudo hasta en  la conciencia de cada ciudadano. Por un lado está la insostenibilidad de las políticas recesivas aplicadas hasta ahora y la necesidad de un cambio que dé alguna esperanza:  quien hoy denuncia las colas en los cajeros automáticos quizás no quiere recordar quién ha producido las colas cotidianas en los comedores para indigentes, que han crecido desmesuradamente en estos años; quien hoy habla de daños al comercio, quizás no ha mirado los escaparates eternamente cerrados – por culpa de la troika – en el centro de Atenas; quien hoy se inquieta de que los médicos de Salónica difundan llamamientos para prestar atención gratuita acaso no recuerde cuántos hospitales han cerrado o han quedado reducidos a la mínima expresión por las recetas del FMI de 2010 a esta parte.

Por otro lado está el ancestral temor (cultural, económico y geopolítico) a que Europa se desentienda relegando el país a una dimensión balcanica, marginándolo del lado de una famélica Turquía y un Oriente Medio en llamas. El modo más sencillo de cosquillear este reflejo condicionado, que permea la cultura griega ya desde el XIX, consiste en hacer pasar el referéndum – como hacen todos, de Samarás a Merkel, de Juncker a Renzi – por un «sí» o un «no» al euro, o directamente a la permanencia en la Unión Europea: y este es un acto de mala fe, como sabe cualquiera que haya escuchado las declaraciones de Tsipras (Varufakis dice estar incluso dispuesto a recurrir al Tribunal Europeo contra una eventual exclusión de la Eurozona; si hay algunos dentro de Syriza que ven con buenos ojos el dracma, ésta no ha sido nunca la posición de la mayoría o del gobierno). Esta falsedad es tanto más grave en cuanto presupone implícitamente identificar a Europa con políticas bien concretas de sometimiento económico (la Anexión de la que habla Vladimiro Giacchè), de derribo del welfare y de reducción salarial, que son la espina dorsal del documento sobre el que votarán los griegos el domingo.

En los llamados «negociados» (la propuesta-ultimatum, sobre la que se vota) se ha querido imponer a Grecia no sólo el monto del dinero que se ha de extraer de cada partida  presupuestaria (por ejemplo, del aumento del IVA, de los nuevos impuestos, o de la  reforma de las pensiones), sino también la regulación interna (por ejemplo, a qué productos, islas, actividades aumentar el IVA, qué y cuántos introducir sobre las empresas, con qué mecanismos recortar las asignaciones de los pensionistas); se ha querido  prohibir a Grecia modificar – con saldos invariables – el mercado mismo de trabajo, y se le ha ordenado liberalizar panaderías y farmacias en lugar de empezar a poner en discusión los grandes cárteles industriales. El problema de la deuda – que es el central- ni siquiera se ha rozado, y de hecho se ha previsto un mecanismo de control mensual a la vista de una nueva verificación seis meses después, con el país todavía más rehén que antes.

Frente a esta flamante e indigerible expropiación de soberanía (unida al control cada vez más foráneo de carreteras, puertos, agua, energía), ningún gobernante honrado habría firmado. La miopía de la clase dirigente europea consiste en no prever que si cayera Tsipras, y tal vez se retomara la «terapia» en lo que queda de Grecia, todas las alternativas, en Europa y fuera de ella, serían mucho peores: extremismos de derecha,  de Amanecer Dorado al Front National y a la Liga Norte, cuyo crecimiento constante parece que ya no preocupa. Una eventual victoria del «sí» conllevaría el fin del gobierno griego y, durante un largo periodo, la muerte de cualquier chance de negociación política substancial (para Grecia y para toda Europa): el enorme malestar se encaminaría hacia formas de protesta previsiblemente menos ordenadas y menos democráticas.

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Filippo Maria Pontani, hijo del gran helenista italiano del mismo nombre, es profesor de Filología Clásica en la universidad veneciana de Ca´Foscari. Además de estudioso de autores griegos antiguos como Safo, Calímaco, Simónides, y de poetas latinos como Catulo, también ha traducido a diversos autores del griego moderno y ha sido editor, junto a Nicola Crocetti, de la antología Poeti greci del Novecento. Colabora en Sbilanciamoci con artículos sobre la actualidad política y cultural griega con un conocimiento de primera mano del idioma y los medios informativos helenos.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

Fuente: Sin Permiso

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