Gonzalo Díaz Letelier / Inmigrantes y refugiados en la época de la geoeconomía

Filosofía

En el apremio de las circunstancias históricas hemos transitado de las filosofías de la vida a filosofías de la muerte, en cuanto abren el reverso mortífero de las doctrinas de la vida acontecidas. En el siglo XIX, surgieron las llamadas “filosofías de la vida”, y también surgió un análisis económico-filosófico de la explotación. Hoy vemos emerger, al hilo de la matriz de análisis biopolítica y sus derivas, un pensamiento que analiza el ensamblaje entre la explotación económica y la excepcionalidad política con sus efectos mortíferos, al hilo de una restitución de la escena material cuyo pensamiento se abre al tiempo de la catástrofe. Se trata de un pensamiento que se da en un cruce entre política y estética, es decir, que acontece pensando el vínculo entre imaginación y violencia, intentando exponer los marcos de visibilidad o estructuras imaginales que articulan narrativa y espacialmente la fractura biopolítica entre la vida ascendente y lo heterogéneo sacrificial en nuestros días. Y es que nuestros días son los de la “globalización” geoeconómica o despliegue que se quiere ilimitado de la filosofía de la historia del capital, y es preciso develar las lógicas que se encarnan en la multiplicidad de imaginarios que articulan la violencia del progreso de la “Historia” de la “civilización” sobre la “barbarie”. De tal modo que pensar el rendimiento sacrificial del poder comprendido como voluntad ontoteológicamente articulada es pensar el himno mortífero de nuestro presente.

La situación de los refugiados sirios hoy es un síntoma terrible de la fractura biopolítica en su modulación contemporánea. Tal fractura entre vida ascendente y vida sacrificable es el espectro que atraviesa las imágenes de los niños muertos flotando en el mar o yaciendo en las playas turcas, a metros de bañistas y quitasoles; de los barcos y barcazas rebalsándose de humanidad y hundiéndose con ella en el Mediterráneo; de los muros, vallas y policías cerrando las fronteras, acogiendo a los viandantes en el acorde inmunitario de la contención policial-militar. En la era global de la subsunción de la política en la economía –geoeconomía–, los migrantes o refugiados que mueren cruzando el mar o que son reprimidos en las fronteras, todos ellos, son sometidos a una situación producida por el acorde entre el cálculo económico y la producción de una heterogeneidad sacrificial. El primero cierra la posibilidad de una acogida incondicional a los que huyen de guerras, guerras que en sus países de procedencia son producto del mismo cálculo que administra poblaciones y espacios económicos mediante guerras gestionales; la segunda, al hilo del imaginario del racismo y del paradigma securitario, decide quien queda fuera, como objeto de cálculo sujeto a pérdidas, vida residual y sacrificable. Si los vivientes en cuestión son útiles a la gramática de la economía metropolitana, entonces entran en juego como recursos humanos en reserva; si sobran o son inútiles, entonces es cuando entra en juego biopolíticamente la racionalidad gubernamental del dejar morir.

Habría entonces que problematizar la distinción jurídica que, en virtud de la Convención sobre el Estatuto del Refugiado de la ONU que data de 1951 –mucho ha acontecido desde entonces–, se establece entre “migrantes” y “refugiados”: los migrantes se moverían de país en país por razones económicas, mientras que los refugiados lo harían escapando de guerras. Pero sucede que la guerra ha mutado, en un arco que va desde las clásicas guerras interestatales hasta las actuales y difusas guerras gestionales transnacionales. En tanto las guerras son producidas por la lógica de la geoeconomía, los refugiados son migrantes –no habría existido Isis sin la guerra de Irak, que a su vez se inscribe en la gramática geoeconómica de la guerra gestional euronorteamericana por la administración y explotación de espacios económicos estratégicos–, así como los migrantes son refugiados en virtud de su desplazamiento forzado por las condiciones económico-políticas de sus países de procedencia. Tanto los migrantes como los refugiados son figuraciones de una vida residual cuya inclusión/exclusión está sujeta a cálculo económico y decisión política, en un nudo inextricable [1].

Como sea, en el caso de los inmigrantes o refugiados la fractura biopolítica se muestra hoy nítidamente en sus dos cesuras decisivas: el borde sistémico de inclusión/exclusión al interior de la gramática de las ciudades modernas (apartheid sin frontera); y la frontera territorial que vuelve a suscitarse con violencia, pero con una violencia articulada ahora fundamentalmente por la lógica de la geoeconomía-política –aunque los espectros del nacionalismo identitario y racista, de un modo heterocrónicamente funcional, persistan y apuntalen las prácticas sacrificiales e inmunitarias de corte económico-policial. En nuestros días la circulación del capital es seguida por flujos migratorios de población. De hecho, los inmigrantes y refugiados africanos y asiáticos que van a Europa lo hacen por dos vías: la ruta marítima del Mediterráneo –que es donde las embarcaciones muchas veces zozobran–, que parte usualmente de las costas de Libia, pasando por las islas de Lampedusa y Sicilia para llegar a las playas de Italia; y la otra es la ruta terrestre de Los Balcanes –que es donde hoy se han reforzado policialmente las fronteras–, vía que atraviesa Turquía, Grecia, Macedonia y Serbia, para finalmente entrar a Europa por Hungría. Pero la mayoría de los migrantes no se detienen allí y van en busca de países de destino más prósperos, precisamente por la concentración de capitales en “ciudades globales”, como ocurre en Alemania o Suecia. Hay, pues, una correlación entre flujo de capitales y flujo de poblaciones. Sin embargo, mientras la circulación del capital tiende a ser ilimitada –para eso trabajan las redes transnacionales de funcionarios públicos (poderes del Estado funcionalizados por el Capital, burocracias de avanzada) y las elites empresariales y profesionales transnacionales (poderes del Capital, dueños y operadores de las corporaciones, lobbystas), construyendo la infraestructura del ensamble Estado-Capital transnacional en su forma contemporánea–, la circulación de poblaciones migrantes es administrada según el cálculo económico y una forma de decisión política enteramente subsumida en el primero. Circulación ilimitada de capitales, circulación administrada de poblaciones.

Si consideramos el capitalismo moderno en su fase colonial clásica, las fuerzas de apropiación privada se desplegaban necropolíticamente (ex legibus solutus) sobre el territorio de las colonias, manteniendo un espacio metropolitano protegido de tales fuerzas –más allá de las dominaciones internas consolidadas–, lo que de algún modo duró hasta el desmantelamiento neoliberal del Estado del bienestar, en curso desde la segunda mitad del siglo XX. Es decir, los Estados colonialistas no gobernaban del mismo modo a sus metrópolis que a sus colonias. Pero en la época de la crisis del Estado nacional y del auge de la globalización geoconómica, cuando la soberanía estatal-nacional en sus instancias de decisión política se halla subsumida en la lógica del poder del capital transnacional, las fuerzas de apropiación privada capitalistas se vuelcan ilimitadamente, es decir, sin contención, incluso arrasando sobre sus propias poblaciones metropolitanas –pues los Estados han abdicado de su función de contención respecto de tales fuerzas. Lo decisivo es que en tal contexto, en lugar de poner freno a la violencia del capital, los Estados europeos han optado por apuntar policialmente a la contención de un enemigo absolutamente ficcionalizado –el inmigrante o el refugiado como “problema”–, en nombre del miedo a la crisis económica e inestabilidad laboral que el propio capital produce en el seno de Europa.

Mientras tanto, junto a la voz del niño sirio que decía que si Europa terminara la guerra ellos no escaparían a Europa, resuena disonante la del diputado inglés que declaró que el cadaver de otro niño sirio en una playa turca no ponía de manifiesto otra cosa que la “codicia” de su familia, que lo expuso a la muerte por el hecho de aspirar al “nivel de vida” de los europeos. Y es que la vida ascendente del humanismo cristiano-capitalista occidental no ve en ese naufragio sino el signo de la codicia, pues su propia lógica de la acumulación es inconmensurable a la lógica de la sobrevivencia que mueve a los migrantes y refugiados, a quienes la vida de la humanidad a menudo parece no hacerles lugar.

NOTAS

[1] En Chile esa lógica de gestión económica de poblaciones se ha practicado como una racionalidad que constela la gramática del capital en su territorialización local. Entre 2012 y 2013, por ejemplo, una interesante serie de hechos se suscitaron conectados en una constelación de operaciones biopolíticas: la ley de pesca del senador Longueira que privatizó a perpetuidad las concesiones marítimas arruinó la actividad de parte importante de los pescadores artesanales del borde costero de la séptima región; por esos mismos días el senador Larraín por la séptima región sur, asumiendo la vocería de los capitales forestales y agrícolas que operan en la región, frente a la escasez de fuerzas de trabajo en tales rubros –y el consiguiente aumento del precio del trabajo– exigía al gobierno de Piñera medidas pro-natalidad para el largo plazo y apertura de fronteras para inmigrantes de los países vecinos del norte en el corto plazo, de acuerdo a una racionalidad selectiva. De este cuadro se desprenden las figuras de tres modos conectados de administrar poblaciones: la reconversión laboral forzada de un sector de los pescadores al rubro forestal en la costa y al agrícola desplazándose al valle central; la gestión de la natalidad mediante bonos; y la administración del flujo de población inmigrante según cálculo económico.

Ξ

Gonzalo Diaz Letelier es académico del Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago. Miembro del Colectivo de Estudios Críticos en Biopolítica y Orientalismo del Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Profesor invitado en el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile.

Imagen principal: Roz Avent, Traffic No 1

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Un comentario en “Gonzalo Díaz Letelier / Inmigrantes y refugiados en la época de la geoeconomía

  1. Leyendo esta interesante nota, visualizo que se ha invertido cierto orden, originalmente la palabra se subordinaba al libro (a lo que se quería decir) y el libro, la narración, el relato se subordinaba a una realidad, a unos sucesos, así fueran mera fantasía.

    Ahora la realidad -así sea una fantasía- es la que queda subordinada al texto y el texto a la terminología; impresionante realmente.

    Evidentemente en esta inversión, por ej. el término ‘biopolítica’ ocupa el vértice de una pirámide, una franja intermedia corresponde a lo que se pueda escribir sobre el tema, y más abajo -casi humillado, o más bien: desdeñado, pisoteado- el tema en sí mismo, o sea aquello que observado por Foucault produjo el término «biopolítica» y que luego fue desarrollado, está subordinado por el texto y este a su vez por el término.

    Al invertirse el sentido de la secuencia se convierte en todo lo contrario: nació como instrumento de liberación, se usa para la reproducción del sistema.

    Muchos creen que se banaliza y acaba en un argot de tipo religioso, pero es más que eso, porque todos esos análisis políticos -que leíamos a diario hasta que nos aburrieron- van modelando lo cotidiano.

    Para mí hay, al menos, tres tipos de lenguaje: el natural, el formal, y el litúrgico.

    Dice el Noble Corán ¡ay de aquellos que no se huelen a sí mismos!

    En aquellas antiguas regiones desérticas quizás los olores corporales fuera un recurso literario fácil de interpretar.

    Para mí, sencillamente, refiere a aquellos que no pueden verse a sí mismos repitiendo la misma escena que a su vez repitieron aquellos a los que dicen oponerse.

    Para mí es tan evidente que los posestructuralistas han ocupado el lugar social que ocuparon los metafísicos y antes los escolasticos, las quejas de Nietszche, las de Kant, el sarcasmo de Hobbes, le cabe al mastodóntico (un expresión de Carl Schmitt que me ha gustado) clero posestructuralista.

    En cierto punto me recuerda a unos adolescentes, que conocí siendo yo también un adolescente.

    Fumaban marihuana y se quedaban con la boca abierta ante las cosas cotidianas más comunes.

    Ayer vi un tuit que me llamó la atención, sobre la joven empleada de un peaje que levantó la barrera durante el sismo reciente, decía: ¡Su apellido es Calimán, los mapuches siempre son solidarios!

    ¿Eso es biopolítica?

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