Luna Follegati Montenegro / El refugiado espectacular. Aylan y la vida desnuda

Filosofía

Nos hemos dado cuenta que murió. La muerte de Aylan da cuenta de forma estrepitosa en que Europa y el mundo perciben su muerte, mediante una fotografía que estalla de violencia, precariedad, impotencia y dolor. Su partida nos informa que alguna vez estuvo vivo, que tuvo un pasado, una historia una vida y familia. Que fue un niño, pero desnudo y precario dentro de un contexto que atenta contra los vestigios de una humanidad que clama por su existencia.

Y es que esta humanidad se ha vuelto indolente frente a aquellas vidas. Como bien dirá Judith Butler, nos tornamos indiferentes frente a vidas que –envueltas en un halo de resistencia– atentan contra un mundo que parece no querer mirar el despojo de la guerra, los refugiados y su resistencia. Vidas precarias, vidas desnudas, que coexisten en un entramado jurídico, económico y político que posibilitan su persistencia y sobrevivencia, mientras el desborde del mar nos demuestra, una vez más, el anonimato de aquellas barcazas que cruzan en busca de un destino, de una posibilidad de sobrevivir.

Lo dramático de la espectacularización de la imagen de Aylan, la mediatización de su muerte y el “despertar” de la conciencia humanitaria, es justamente la constatación de que es necesaria la visibilización (macabra y morbosa) de la fragilidad de la vida, de lo expuesto de la infancia y de lo indefenso. No es la guerra lo que nos indigna, no es su muerte lo que nos atormenta, es verlo en nuestro televisor, en nuestro living. Cuando aquella realidad ingresa a nuestras vidas incorporándose en la cotidianeidad, como si recién existiese. Sólo ahí defendemos la vida, sólo ahí pensamos que quizás podrían ser nuestros hijos. Sólo ahí comprendemos que existía una guerra, orquestada por intereses globales, económicos y políticos, que aniquilan sistemáticamente a familias enteras que luchan por permanecer vivos.

Bulter enfatiza: “La fotografía, mostrada y puesta en circulación, se convierte en la condición pública que nos hace sentir indignación y construir visiones políticas para incorporar y articular esa indignación”[1]. Este doble juego comprendido entre la toma de conciencia y la acción, nos recuerda el necesario artejo entre los precarios. De comprender y responder frente a un entramado de violencia que posibilita una lucha, a la potencia de la respuesta luego de la agresión. Los sin-estado dan cuenta de la urgente superación de las de los paradigmas securitarios, de vigilancia y de las mismas fronteras, que orquestan modos de inteligibilidad que legitiman el funcionamiento de los estados, como también, de los lindes de lo humano. Legalidad, estado y humanidad conjugan un juego normativo que en este caso define y permite quién y cómo muere, quienes viven y sobreviven.

Los cuerpos de los inmigrantes, desplazados y refugiados aparecen como un archipiélago de excepciones, de vidas desnudas o abandonadas carentes de estatus y próximos a habitar una nueva normatividad constitutiva de los efectos del capitalismo y su geopolítica mundial[2]. Esas nuevas categorías próximas al despojo y a la no pertenencia, se tiñen de una estigmatización social y racismo, encarnando los fantasmas monstruosos de una multitud deshumanizada. El acceso a la ciudadanía se torna no sólo una posibilidad de goce de derechos y beneficios básicos, sino que también la producción automática de un resto, aquel que se convierte en la parte constitutiva de un sistema económico que produce en la medida que el tercer mundo solventa mano de obra precarizada para las tareas productivas. Tanto desde este ámbito, como el de la guerra, observamos la utilización del acceso al espacio ciudadano desde la producción y establecimiento de una población abandonada.

Lo concreto es que este abandono es quizás el lugar común de un mundo inconsciente respecto del otro. Esta semana un llamado alertó a la policía de que un niño de dos años yacía desnudo alimentándose de la leche de una perra, solo y en evidente estado de desnutrición[3]. Dos niños en un intento extremo de sobrevivencia, uno vuelto fotografía y testimonio, internacionalizado y convertido en un bastión de defensa de los derechos humanos y de los refugiados. El segundo, un niño víctima de un escenario de pobreza, de violencia y despreocupación. Niños que no interesan, niños que conviven en nuestro mismo territorio. Si hemos perdido la capacidad de asombro, si nos hemos vuelto indolente respecto del otro y sólo nos damos cuenta de su existencia mediante la espectaculariación y el morbo, es porque justamente hemos dejado de ver aquel niño que deambula por nuestras calles, esos niños niños que no aparecen en los noticiarios sino que a través de una grotesca noticia que impacta, sobre todo por ese límite que nos acerca a una condición de animalidad, de lucha por la sobrevivencia.

La promesa del estado nación se vuelve paradójica en este contexto. Y es que la condición común tiene un nombre que lo cruza, y es el capitalismo. El estado regula la violencia necesaria que requiere lo económico para su subsistencia, las democracias lo administran para su auto sustentación y legitimación. Violencia económica, nacionalista y jurídica que coexiste con una realidad que desde la sacralidad ciudadana nos resistimos a concebir. Es urgente nuestra respuesta, es imperativa nuestra acción con el otro, frente al otro y desde la condición común que compartimos como vidas en un estado de inminente abandono. Ya es demasiado.

NOTAS

[1] Butler, Judith. Marcos de Guerra. Las vidas lloradas. Ed. Paidos. Buenos Aires, 2010. P. 115.

[2] Butler, Judith y Spivak, Gayatari Chakravorty. ¿Quién le canta al Estado-Nación? Ed. Paidós. 2009.

[3] http://www.biobiochile.cl/2015/09/03/carabineros-encuentra-a-nino-abandonado-que-estaba-siendo-amamantado-por-una-perra-mestiza-en-arica.shtml

Ξ

Imagen principal: Sandy Densem, Migration Series No 5.

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Un comentario en “Luna Follegati Montenegro / El refugiado espectacular. Aylan y la vida desnuda

  1. Primeramente me llama la atención la sutileza poética de los verbos, el pasado perfecto se vuelve imperfecto, justamente, frente al imperfecto que se manifiesta, ahora, perfecto «Nos dimos cuenta que murió», «nos hemos dado cuenta que murió» parece dejar un margen que no deja «Nos dimos cuenta que murió» que suena puntual, específico, concreto… es como si la redacción que eligió para comenzar prolongara cierta niebla.

    Siria antes de la guerra, antes de la algarabía que desató en la izquierda la inmolación a lo bonzo de un vendedor callejero de frutas en Túnez, era un país que vivía en Estado de sitio, meses antes había estallado un coche bomba en pleno Damasco matando a un dirigente político libanés (en Argentina por ejemplo la colectividad se llama a sí misma siria-libanesa) sin embargo bastaba con ver los videos que traían los amigos que habían decidido vacacionar para descubrir una intensa vida nocturna, mujeres sin velo, gente que entraba y salía del país libremente (había un solo impedimento: el pasaporte no debía tener sello israelí) en las Embajadas sirias se llevaban a cabo los comicios para elegir presidente, la colectividad siria agasajó a Bashar Al Assad cuando visitó Argentina y todos los sirios-libaneses (como se llaman a sí mismos tanto descendientes de libaneses como descendientes de sirios) querían una selfie en medio de los festejos, y los rostros se veían exultantes de alegría, una infinidad de credos religiosos convivían en paz y la ley contemplaba por ej. la monogamia para unos y la poligamia para otros, en fin, concretamente: esa era la realidad de siria antes de que primavera árabe penetrara fuertemente armada a través de la frontera turca.

    La primavera árabe tan festejada por esa izquierda teórica que lleva uniforme de nana comprado en un sexshop.

    Luego vinieron los desplazados, poco después los refugiados, finalmente los que se lanzan al mar.

    Desde un comienzo me fue claro que Al Assad no iba a correr la suerte de Kadafi, principalmente porque conozco personalmente muchos sirios y los conozco simplemente porque en Argentina hay muchos sirios, pero también porque resultaba evidente que Siria era la última frontera hacia objetivos mayores como Irán y la misma Rusia.

    Cuando fue la guerra del Paraguay dijeron lo mismo «esto dura un par de semanas», duró cinco años.

    El triunfo de Bashar Al Assad no está dentro de Siria sino en el haber demorado el ataque final contra sus aliados dándoles tiempo para pertrecharse.

    Lo que dice Judith Butler resulta claro como el agua, nuevamente estamos -parafraseando a Lenin- ante: «la instancia superior del perogrullo».

    Mi visión de esta inmensa tragedia es múltiple, para mí primeramente el Daesh no es una organización ni religiosa, ni política, ni militar, ni las tres cosas juntas, ni siquiera es un ejército de mercenarios fuera de control, sino que es un «espacio» en donde eventualmente se materializa todo eso.

    Y los espacios, dice Rousseau -según cita Hanna Arendt en La Condición Humana- son subjetivos, entonces el Daesh es un espacio subjetivo y esto explica, por ejemplo, el fenómeno de las adolescentes que abandonan una vida de clase media alta para unirse a un yihadista, o de muchachos -hay también muchos hombres ya maduros aún en condiciones psicofísicas de combatir- de todo el mundo que acuden a tomar un fusil.

    Pero haciendo a un lado este tipo de pensamiento, a mí me parece que la retirada de Bashar Al Assad (dicen que mantiene control efectivo en apenas el 20% del territorio) cuando hace pocos meses era inminente su victoria final, es una táctica ya usada en infinidad de batallas, que consiste en una falsa retirada que lleva al enemigo convencido de que está venciendo a un escenario en donde será fácil acabar con él.

    Concretamente lo quieren alejar de quienes le otorgan apoyo aéreo y municiones.

    Lo que va a pasar en detalle, el desplazamiento y entrecruzamiento de fuerzas, en donde se va a golpear con total rudeza y contundencia, cómo y en qué momento exacto, ya ha sido contemplado por los rusos, que sencillamente tienen un nivel que va más allá del perogrullo y deja una sonrisa de pánico congelada en el rostro de Occidente.

    Este es el peligro que advertía Levinas.

    Además del uso del pretérito perfecto del comienzo, me llamó la atención la expresión «sacralidad ciudadana» dice mucho que haya reemplazado a «sacralidad humana»

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