Fuente: Lo Sguardo, N. 16, 2014 (III), Popsophia: Teoria e pratica di un nuovo genere filosofico, a cura di Lucrezia Ercoli.
Traducción: Ficción.
La omnipresencia es el rasgo característico del fenómeno pop, el elemento del cual se parte -casi indiferentemente- para elaborar una reflexión sobre el valor o disvalor de ésta. Dentro de este gran universo, accesible a cualquiera y cargado de una riqueza significativa en tanto capaz de alcanzar a cualquier individuo, un lugar particular se merece el fenómenos de la estrella de pop musical. De Elvis Presley en adelante la cultura pop vive de las estrellas, se identifica con ellas y se nutre del mundo representativo que ellas crean. La estrella que encarna mejor que cualquier otra la contemporaneidad en la cual estamos inmersos actualmente es ciertamente la cantante de Barbados, americana por adopción, Robyn Rihanna Fenty. La intención de esta breve reflexión es tratar de dar un perfil más definido al fenómeno “Rihanna”, recurriendo a la utilización reformulada de la categoría estética “obra de arte colectiva”. El análisis se hará a través del breve reconocimiento de algunas dicotomías categoriales que, en el caso de la estrella de pop, pierden su valor exclusivo para asumir una nueva, y a veces contradictoria, valencia implicativa.
1. Singular / Colectivo
Partiremos de aquella que debe ser la más obvia: la singularidad. Es ella, Rihanna, la estrella. Y ella la que tiene el talento, la voz, la belleza. Y aún, la voz, la belleza necesitan de un sistema que la lleve al éxito, que la construya hasta volverse un medio de comunicación. Están pues, los personal trainer para modelar el físico, los dietistas para controlar la alimentación, los maquilladores para tratar la cara, los peluqueros, los fotógrafos y los estilistas. Fundamentalmente estos últimos: la ropa, como repite a menudo la propia cantante, es la forma en que el cuerpo se expone al exterior. Pero no sólo eso. Hay managers, aquellos que gestionan la imagen y la producción musical, aquellos que deciden cómo medir las apariciones (las alfombras rojas), los tours a efectuar o los eventos a los cuales asistir. Sin olvidar los músicos, los arreglistas. Cuantos escriben los textos de las canciones o crean las coreografías de los espectáculos o imaginan los videoclips con los cuales poblar la red. Son, en fin, aquellos que se ocupan del social network: millones de personas esparcidas por el mundo que esperan la foto, la broma, la toma de posición de la estrella. Ocurre por tanto que la singularidad de Robyn Fenty, en el momento en que se relaciona a la pop-star, Rihanna, se vuelve una singularidad colectiva o una colectividad singular que transmite las múltiples habilidades, los múltiples talentos hacia un único punto, hacia un fin compartido: la estrella Rihanna.
Aquí hay un primer punto teórico importante: la complejidad de la contemporaneidad ha roto cada valor efectivo de la contraposición singularidad-colectividad. Cada realización pública, cada suceso necesita de la contribución plural de un conjunto de personas que concurren a realizarlo. La velocidad y la competitividad de un mundo en el cual todo el mundo sabe y puede hacerlo todo ha restringido enormemente el espacio de diferenciación del talento autónomo. El nivelamiento hacia arriba (con el permiso de los críticos de la contemporaneidad), de la cultura pop crea una nueva categoría estética, de la cuál la estrella pop es la expresión más evidente. Rihanna, ella sobre todo, es una singularidad colectiva, es un sistema en el que cada uno aporta su propio talento para crear la unicidad de la estrella singular. De estas dos almas (singular y colectiva) vive la estrella. Y esta doble dimensión es aquello que la vuelve expresión perfecta del mundo globalizado y pluralizado contemporáneo.
2. Biológico / Artístico
Ha sido muy encendido en los últimos años el debate relativo al fenómeno que usualmente se define como “porno pop”. Brevemente, está la acusación que ve en la sexualización de la música popular por parte de las estrellas una forma de pornografía velada y, sobretodo, una precisa estrategia comercial destinada a dejar en segundo plano el contenido artístico en favor del plano físico y del guiño sexual. Librando el tema de cualquier juicio de valor y/o moralista, resulta evidente como, también en este caso, hay una situación particular en la cual dos dimensiones, consideradas contrapuestas entre ellas, contribuyen a la completa realización de un único fenómeno. En este caso, los dos planos son el plano biológico, encarnado en el cuerpo físico, y el plano artístico, representado por la capacidad de cantar, bailar, recitar. De acuerdo a esta supuesta dicotomía, el talento expresivo sería el único a tener en consideración en la valoración de una estrella de pop musical o de un ídolo de la cultura popular. La reciente evolución incluye, en cambio -y con la misma relevancia- también la dimensión de la apariencia física, la capacidad de seducción y el atractivo sexual. Este es el punto: incluye, no incluye. La nueva estrella pop es un talento artístico (entendido en el sentido de talento colectivo ya planteado) y es asimismo un talento físico, una corporeidad sensualizada capaz de encender la fantasía instintiva y de jugar con su propia exposición.
Eso sí: la coimplicación de los dos planos no excluye, cierto, la posibilidad de que se pueda tener éxito centrándose sólo en la capacidad artística o sólo en la física (como por ejemplo ocurre con otras estrellas propias de la contemporaneidad, como lo son las modelos). Aquello que aflora en esta peculiar evolución de la cultura pop es que la construcción de la estrella es una construcción inclusiva y no exclusiva. Para ser verdaderamente una estrella hoy se necesita ser “cuerpo” así como “talento”. Y aquello vale tanto para las mujeres como para los hombres -más allá de cualquier presunto sexismo.
3. Individual / Universal
En un cierto sentido ésta es la dicotomía más facilmente comprensible, sobretodo porque es aquella sobre la que se basa la posibilidad misma de que exista la figura artística capaz de destacarse, con su propio talento, de la mera experiencia individual y de proyectarse, a través de la elaboración de la experiencia personal, hacia una dimensión universal. Es aquello que han hecho los pintores, los poetas, los escritores y los músicos a lo largo de los siglos, dejando una pista elaborada de forma tal que puede, de vez en cuando, superar los confines de la simple historia personal, deviniendo un estanque de significados al cuál cualquiera, con su propia historia de vida y su propio tiempo histórico, puede acceder.
Se trata, actualizada, de la experiencia que nutre el carácter misteriosamente universal de las canciones que no son en el fondo, ni algo individual, ni algo universal, sino más bien forman una particular imparcialidad donde están presentes, al mismo tiempo, las intenciones biográficas primarias de aquellos que han compuesto la música, elaborado la letra, y la proyección personal de todos aquellos que se encuentran escuchando la pieza. Punto de encuentro de esta individual universalidad o universal individualidad es, precisamente, la estrella de pop. Rihanna es la intersección viviente, tangible, física, real en la cual literalmente se concretiza y se configura la confluencia de lo singular y lo universal. La estrella de pop asume la característica de un tercero que le permite hablarle a todos, siendo ella misma. La estrella de pop es el punto cero, la catalizadora inicial a partir de la cual es posible clarificar la multiplicidad de historias personales (incluida aquella de la propia Robyn Rihanna Fenty). Es la chispa que abre el mundo de lo compartido universalmente, es la imagen primaria que forja la gramática común, a partir de la cual cualquiera puede trazar su propia narración emotiva y enriquecer así la potencia creativa ofrecida por el catalizador inicial.
Y aquí ocurre una ulterior implicación de la figura de Rihanna como estrella de pop: cuanto más se realiza el proceso de universalización del sentiudo (esto es “el éxito”), tanto más ello permite a la singularidad que lo encarna ser expresión de un exceso (esto es de “un éxito). Es una suerte de incremento exponencial que nutre la singularidad de la estrella pop también más allá de la efectiva existencia física (basta pensar para tal propósito en figuras como Elvis Presley, Marilyn Monroe o Michael Jackson).
4. Real / Representativo
El último punto que se desea abordar es justo aquel que se ha asomado recién, es decir, el de la total transfiguración de la estrella pop, respecto a la cual se vuelve totalmente imposible, además de obsoleto, diferenciar los planos de la realidad y de la representación. Aquí está, quizá, el asunto más interesante: a diferencia de los personajes de fantasía que pueden poblar el mundo significativo de la producción artística, de la escutura a la opera, de la novelística a la cinematografía, de la narración televisiva a la de los videojuegos, la estrella pop existe, es real, tiene un componente físico, es biológicamente viva. Rihanna está en el mundo, es físicamente visible. Se puede encontrar, se puede ver en espacios de la vida concreta. Y aún, Rihanna es expresión de una dimensión completamente representativa. Para comprenderlo, Robyn Rihanna Fenty no es Rihanna, es una parte de Rihanna, no todo. La estrella pop Rihanna excede evidentemente la vida real de la joven Fenty. La incluye y la excede. La excedencia a la cual se hace referencia es el elemento representativo. Es aquello que no es real, aunque siendo significativa y presente en el mundo. Rihanna, en el ser estrella pop, es el producto de una construcción. Es el resultado implicativo de la dicotomía ya analizada. Es el resultado que, precisamente en su ser inclusivo, rompe la dicotomía principal: aquella entre realidad y ficción. La estrella pop Rihanna es puramente representativa en todas sus formas, en todas sus elaboraciones, también para la propia Robyn Fenty. A diferencia, sin embargo, de un personaje de serie de televisión o de un dibujo animado, Rihanna es real, comparte el plano de la verdad física, biológica, existencial que implica el mundo cotidiano.
La transfiguración es entonces verdaderamente completa: contemporaneidad de existencia y no existencia. La estrella pop lleva a su cumplimiento el proceso de aterrizaje en la realidad de todas las formas de producción representativas puestas en acto por la humanidad desde las pinturas rupestres. Rihanna es una representación real, es un cuerpo significativo. Esta nueva dimensión reclama, de todas formas, dos momentos histórico-culturales diversos. El primero refiere a la Antigua Grecia y a la figura del héroe que, en su dimensión semidivina podía juntar el plano de la realidad física humana y aquella de la representatividad simbólica divina. El segundo refiere al medioevo y a la figura del pontífice romano. También aquí los dos planos se entrecruzaban: el hombre físico es al mismo tiempo el representante de la divinidad. En él, por medio de su cuerpo, la realidad toca el más allá religioso.
La estrella de pop contemporánea se muestra en todo caso como algo ulterior respecto a los dos modelos recién mencionados. Frente al héroe griego tiene un evidente anclaje a la realidad (“existe”) que compensa el carácter ficcional de la significación heroica. Frente al pontífice romano, la estrella pop actual tiene la ventaja de representar un universo de sentido inmanente que no necesita de un cumplimiento ulterior (fideísta y redentor). Rihanna, como estrella pop, es más que el héroe griego y que el pontífice medieval, porque es contemporáneamente real y representativa, obra de arte colectiva y vital. Es más, la dimensión representativa que realiza es inmanente, es el mundo mismo de la cultura popular, inmediatamente evidente y experimentable por cualquiera.
De aquí en más, agudizando la mirada hacia las innovaciones que la economía digital comporta, se debe tener en consideración la multiplicación de los niveles de temporalidad de la experiencia que una realidad representada o una representación real, como aquella generada por la estrella pop Rihanna, produce, tanto respecto a Robyn Fenty como respecto a cada uno de nosotros. Pero esto es ya para otra reflexión.