Leyendo durante la pandemia a Fabián Ludueña Romandini (2016). Principios de espectrología. La comunidad de los espectros II. Buenos Aires: Miño y Dávila.
La tradición de pensamiento en que aún vivimos, ha buscado por todos sus medios conjurar a los espectros. Aquello que podría ser característico de la ciencia y la filosofía contemporánea en su búsqueda por dar con una inmanencia absoluta que destrone a la metafísica de su sitial, en realidad, es una tarea que dichos campos de producción del conocimiento han heredado de la propia metafísica y de la fuerza teológica que la habita. Pero el espectro, los espectros, siguen ahí, con una insistencia recalcitrante. No son demonios, ni fantasmas, aunque estos pueden ser sus nombres a veces, cuando justamente esta larga y reinante tradición de lo visible ha intentado hacer fisiognomía de los espectros. En realidad, el espectro no tiene rostro, como el espectro que recorre Europa de Marx, cuyo cuerpo es lo común en movimiento, un no-cuerpo, un no-rostro por excelencia, que sin embargo es muy real. Se desplaza, invade, perturba. El espectro es la perturbación.