La inminente realidad de un cambio de Constitución en Chile ha permitido imaginar irrevocablemente la posibilidad de una sociedad distinta. En cambio, la reticencia al cambio suscita la reflexión de una imagen de mundo que valida a un Chile similar al régimen policial portaliano del siglo XIX, esto es, la legitimación de un paradigma que invisibiliza y excluye esa posibilidad de una abertura infinita a la alteridad.
En este contexto, el pensamiento de Giordano Bruno deviene más contemporáneo y visible que nunca. La razón radica en que la infinita potencia de transformación y de la alternancia entre contrarios se expresan como un efecto natural de la rueda rítmica del tiempo. Este dinamismo fenoménico es inmanente a la naturaleza y Bruno lo define desde el concepto de vicissitudine. Esta noción en De gli Eroici Furori (1585) lo define como una «revolución y círculo[1]» que oscila entre la unidad inamovible de la sustancia y diversidad infinita de transformación.