La inminente realidad de un cambio de Constitución en Chile ha permitido imaginar irrevocablemente la posibilidad de una sociedad distinta. En cambio, la reticencia al cambio suscita la reflexión de una imagen de mundo que valida a un Chile similar al régimen policial portaliano del siglo XIX, esto es, la legitimación de un paradigma que invisibiliza y excluye esa posibilidad de una abertura infinita a la alteridad.
En este contexto, el pensamiento de Giordano Bruno deviene más contemporáneo y visible que nunca. La razón radica en que la infinita potencia de transformación y de la alternancia entre contrarios se expresan como un efecto natural de la rueda rítmica del tiempo. Este dinamismo fenoménico es inmanente a la naturaleza y Bruno lo define desde el concepto de vicissitudine. Esta noción en De gli Eroici Furori (1585) lo define como una «revolución y círculo[1]» que oscila entre la unidad inamovible de la sustancia y diversidad infinita de transformación.
Los movimientos rítmicos de la vida conllevan alternancias, sustituciones, intercambios y desplazamientos. Todo este dinamismo –inmanente al tiempo– traza posibilidades de ocultamientos y desvelos dentro del universo material e infinito.
La Vida tiene su propio metabolismo natural que, como sucede en nuestro propio organismo, oscila entre lo mórbido y la sana regulación homeostática. En este sentido, la naturaleza es un organismo vivo, conformado de transmutaciones, cambios y ciclos desplegados en la rueda infinita e inmutable del tiempo eterno.
Negar la vicissitudine[2] sería contradecir también la infinita potencia de transformación del pensamiento, que contempla –racionalmente– la vorticidad de ritmos operando dentro de la naturaleza umbrátil. De este modo, la vicissitudine es la manifestación rítmica universal del universo infinito, y el pensamiento, es una despliegue mimético y performativo que intenta participar de aquella vicisitud.
La Vida –como despliegue de vorticidad infinita– manifiesta transformaciones de rostros (vultus) dentro del receptáculo material infinito e inmutable. La vida ocurre dentro de una inimaginable Esfera, en donde la circunferencia se dispersa hasta el infinito, comprendiendo en su seno desde átomos y planetas, sin alterar el rostro divino e inmutable de la sustancia primera.
Incluso la historia humana es el efecto cíclico-vicisitudinal –por tanto, natural– que se contrapone a la historia lineal escatológica con tintes mesiánicos y soteriológicos. Si Portales en el siglo XIX pensaba en un proyecto escatológico y mesiánico; hoy, ese proyecto se diluye en la posibilidad de un cambio de Constitución.
Lo que está en juego Hoy es el trasvasije de la categoría Voluntad-soberanía pastoral a la categoría Necesidad-creación y vida infinita. La reflexión en torno a un cambio de Constitución no fue espoleada por la burocracia política-ritual de los agentes del Estado, sino que surge en la indeterminación imaginal propia de la multitud. Esta multitud desde luego que no se asemeja a la multitud detestada por Bruno por su disposición «atónita» frente a la representación de mundo que la determina, sino que se ha visibilizado una multitud «despierta» y no determinable, en donde se expresa el infinito fluir de la potencia performativa de la imaginación.
Esa inimaginable revuelta de octubre del 2019 –en Santiago de Chile– ratifica la vorticidad de la vida. Lo infinito, de hecho, es impensable dentro de los modos finitos prevalentes que determinan alguna imagen del mundo –no del universo–. La imagen del mundo está compuesta de anticuerpos que luchan por su inmunidad, sin embargo, siempre quedan remanencias. En la matriz infinitista, las remanencias son expresiones de las regulaciones que el universo trae consigo (homeostasis); son efectos del flujo natural vicisitudinal; es el ritmo volátil del tiempo ausente de un proyecto soteriológico dentro de un marco escatológico. Por el contrario, es el baile infigurable de imágenes cargadas de una inminente transformación.
En De l’infinito universo e mondi (1584),que es una verdadera exhortación a la filosofía, remite a la noción de la «alternancia vicisitudinal», como un movimiento eterno de regeneración universal dentro de la naturaleza.
“[…] siendo el universo infinito y todos sus cuerpos transmutables, todos, por consiguiente, expulsan constantemente de sí y acogen constantemente en sí, envían fuera lo propio y acogen en su interior lo que anda errante por fuera […] Por todo ello, si esta tierra es eterna y perpetua no los es por la consistencia de sus mismas partes y de sus mismos individuos, sino por la alternancia vicisitudinal de las partes que difunde y de aquellas otras que le advienen en lugar de ellas, de manera que, aun perseverando la misma alma e inteligencia, el cuerpo se va cambiando y renovando constantemente de partícula a partícula[3]”.
La alternancia vicisitudinal se presentaría, en este sentido, como un fenómeno vivo, en donde operan infinitas fuerzas no sólo insufladas, sino que además susceptibles de mutación y de regeneración dentro de un justo orden natural. La inmortalidad en Bruno, de hecho, es entendida bajo el aspecto del movimiento eterno de la alternancia vicisitudinal –verdadera rueda rítmica en donde se alternan ciclos siempre finitos y alternados en su eternidad.
Lo que hay que comprender es que la vicissitudine se despliega sin afectar a la sustancia única y eterna. La eternidad, de hecho, se expresa en la conservación nunca permanente, ya que las fuerzas rítmicas de la vida reclaman transformación. Miguel Ángel Granada afirma que «Mutación y visicitudine son casi lo mismo. La primera afirma el movimiento incesante y perpetuo de todas las cosas en la naturaleza, por tanto, también del hombre e incluso de los mismo “dioses” en su seno; la segunda afirma, allí (donde no es sinónimo sencillamente de mutación) que la mutación se da en el sentido de una alternancia entre contrarios […][4]».
Ninguno de estos dos sentidos de la Visicitudine (mutación o alternancia) contradicen el proceso fenoménico de la naturaleza –donde lo humano es parte–, sino que plantea su insoslayable justicia natural-divina propio de los dioses.
Octubre proyecta uno de los inimaginables modos posibles que brega por revocar la rígida «imagen del mundo», de manera que el sujeto intelectual «heroico» (filósofo) es quien sabe identificar los ritmos que operan incluso dentro de la esfera humana. Es quien sabe identificar –siguiendo a Agamben– la novedad propia de lo contemporáneo, de aquella desconexión y atopía dentro de la petrificada imagen del mundo –que muchos ya sea por comodidad o displicencia querrán salvar–. Las remanencias atópicas no están obliteradas totalmente, sino que circulan clandestinamente en el universo orgánico, transmutándose en nuevos rostros, regocijándose de su inmortalidad. Nada perece, sino que todo se transforma.
Lo que ocurrió en octubre no es casualidad, sino que es justicia natural. Es la remanencia efervescente en el plano social, tal como puede ocurrir en la catástrofe volcánica que permite, no obstante, a la Tierra respirar. La vida es soplo insuflado en la eternidad de la materia universal.
Saber estar en contacto con la latente remanencia es saber vincularse con los innumerables lenguajes que pueden especularse en el universo infinito, verdadero espejo viviente, dado que no sólo tiene una función receptiva, sino que además es activa o creativa, que patenta en su superficie, los infinitos colores iluminados por el intelecto agente. El filósofo para Bruno es quien se excede más allá de su propia imagen del mundo y puede transmutarse en infinitas otras imágenes no prevalentes. Tal como lo esbozó Bruno en De gli Eroici Furori (1585)[5]. La comunicación entre el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento infinito se ratifica en el desciframiento de aquellos infinitos lenguajes que proliferan en la estancia de lo común – ésta atiborrada de imágenes vivas–. La brunista Nicoletta Tirinnanzi planteaba que «el lenguaje, según Bruno, requiere constantemente mediación de la sombra, de la figura, del simulacro. Sólo por la imagen el hombre puede liberarse de los ciclos indiferentes de la naturaleza que lo apremian eternamente en el devenir del género humano[6]». Además de las manos ¿No es la imaginación la potencia liberadora en lo humano? Un poco más adelante, Tirinnanzi esclarece que «El florecimiento de las civilizaciones está, por lo tanto, marcado por la presencia de sabios que elaboran innumerables lenguajes para contrarrestar a los dioses su «silencio» natural, su «incapacidad para conversar con los hombres en un idioma común[7]». Es también saber interpretar aquellas remanencias no prevalentes.
La revuelta de octubre nos ha enseñado eso: que las interpretaciones de ciertos intelectuales no sintonizan con los infinitos movimientos rítmicos de la vorticidad del tiempo ni con la expresión creativa del Intelecto y alma del mundo. Se quedan ahí, en la imagen del mundo, intentando soterrar y menoscabar la fuerza impersonal de la vicissitudine. Blasfemando, por tanto, contra la manifestación universal de la naturaleza infinita.
El progreso o modernización neoliberal en Chile –que tanto ensalzan algunos– es relativo, dado que puede beneficiar a algunos pocos en perjuicio de otros muchos. Así fue como Bruno lo contempló en las navegaciones europeas, que benefició al «Viejo Mundo» en detrimento del «Nuevo Mundo», pues Bruno sabía que a los conquistadores no los incitaba el afán de conocimiento per se, sino que el dinero y otras locuras en desmedro de la perfección de la naturaleza. En la rueda infinita, los fenómenos se repiten, aunque no sean similares.
El pensamiento de Bruno hoy baila y goza al ritmo de la infinita fuerza de mutación, circulando dentro de la inmortalidad del tiempo, similar al baile de la divinidad andrógina e impersonal hindú, Shiva, quien baila y ríe en la rueda infinita de los renacimientos. Finalmente, lo que está en juego es la reivindicación de la Dignidad de la vida infinita, que reclama justicia divina sólo posible a través de la Transformación y del goce del instante en cuanto deviene infinitamente.
NOTAS
[1] Bruno, Lo heroicos furores, Madrid, Tecnos, 1987, p.70.
[2] La noción técnica vicissitudine etimológicamente ha estado asociado a la «transformación». Este concepto es tomado por Bruno en un marco de animismo naturalista. En este sentido, concierne a los distintos caracteres del movimiento, ya que implica alteraciones, alternancias, suplantaciones, cambios y transformaciones, etc. Todo esto en el ámbito de lo que ocurre dentro del universo infinito homogéneo.
[3] Bruno, G., Del infinito: el universo y los mundos, Madrid, Alianza, 1993, p. 144.
[4] Granada, M. Á., La reivindicación de la filosofía en Giordano Bruno, Barcelona, Herder, 2005, p. 217.
[5] «La diferencia existente entre el intelecto inferior (llamado por lo común intelecto de potencia, o posible o paciente), que es incierto, diverso y multiforme, y el intelecto superior, acaso es que los peripatéticos consideran la ínfima inteligencia, que influye inmediatamente sobre todos los individuos de la humana especie y que es llamado intelecto agente y actuante. Este intelecto, único para la especie humana y cuya influencia se ejerce sobre todo individuo, es como la luna, que no cambia de especie y que se renueva siempre por conversión hacia el sol, primera y universal inteligencia; pero el intelecto humano individual y múltiple atiende, como los ojos, a innumerables y diversísimos objetos, de manera que se informa por grados infinitos, según las infinitas formas naturales». Bruno, Los heroicos furores, Madrid, Tecnos, 1987, p. 107-108.
[6] Tirinnanzi, N. Umbra naturae, L’ immaginazione da Ficino a Bruno. Roma: Edizione di storia e letteratura, 2000, p. 248.
[7] Ibídem, p. 248.
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Imagen principal: William Tillyer, Nature Table, 2011