Impartida por Theodor W. Adorno en 1959 ante el Consejo de Coordinación para la Colaboración Cristiano-Judía[1] “¿Qué significa elaborar el pasado?” es una conferencia cuya actualidad provoca planteamientos críticos acerca de cómo producir vínculos con los pasados en sociedades hechizadas por la administración y la minoría de edad. La producción de discursos acerca de los pasados genera formas de socialización y experiencias de mundo. La importancia de las tecnologías con las que se relata, la relación que se establecen con y en ellas, de no estar cargadas por una autorreflexión inmanente, desatan sus versiones devastadoras vía la razón instrumental. En este sentido, no es gratuito que Adorno haya preparado el texto para una institución que, inaugurada tras la Segunda Guerra Mundial por dos monoteísmos en alianza con el Estado y otras organizaciones, promovió la construcción de la República Federal de Alemania (1949-1990) apelando, sobre todo, a “la culpa histórica” de la “destrucción de la vida judía” sistematizada por el nacionalsocialismo. La urgencia y el cuidado del pensamiento histórico no puede ser ingenuo ante la historicidad de las condiciones de posibilidad del fascismo, pero tampoco frente a las de su actualización, las retóricas de su “superación” y las formas de confrontar su proliferación. La domesticación del pensamiento separa este problema de su concreción histórica vía resoluciones de expertos y análisis ilegibles e infumables. Ceder a la obediencia de sus formulas es asentar la dominación que viene. En palabras de Adorno:
Que el fascismo haya sobrevivido, que la elaboración del pasado no se haya conseguido todavía y haya degenerado en su caricatura, en el olvido vacío y frío, se debe a que persisten los presupuestos sociales objetivos que causaron el fascismo. Éste no se puede derivar esencialmente de disposiciones subjetivas. El orden económico y, según su modelo, la organización económica obligan a la mayoría de personas a depender de hechos que no dominan, a ser menores de edad. Si quieren vivir, no tienen más remedio que adaptarse a lo dado; tienen que anular esa subjetividad autónoma a la que apela la idea de democracia, sólo se pueden conservar si renuncian a su yo. Estudiar el nexo de ofuscación les parece un esfuerzo doloroso del conocimiento que la organización de la vida (y en especial la industria cultural hinchada como totalidad) les impide hacer. La necesidad de esa adaptación, de identificarse con lo existente, con lo dado, con el poder en tanto que tal, crea el potencial totalitario. Éste es reforzado por la insatisfacción y la furia que la obligación de adaptarse produce y reproduce. Como la realidad no cumple la promesa de autonomía y felicidad que el concepto de democracia hace, la gente es indiferente a la democracia o incluso la odia en secreto. La forma de organización política le parece inadecuada a la realidad social y económica; ya que la gente ha tenido que adaptarse, exige que también las formas de la vida colectiva se adapten, pues espera que esta adaptación produzca el streamlining del Estado como una empresa gigantesca en la competencia poco pacífica de todos. Quienes permanecen en la impotencia real no soportan lo mejor siquiera como apariencia; prefieren liberarse de la obligación de una autonomía a la que sospechan que no podrán sobrevivir y arrojarse al crisol del yo colectivo.[2]
Esta cita adquirió una fuerza particular al momento en que leí Asedios al fascismo. Del gobierno neoliberal a la revuelta popular[3] de Sergio Villalobos-Ruminott, libro publicado entre abril y mayo del año en curso (2020) por DobleAEditores en edición electrónica. La lectura se cruzó con una serie de notas que elaboraba acerca del concepto de historia natural de Adorno; en concreto, con la crítica a los modelos históricos que olvidan la historicidad de su propia operación. Me preguntaba acerca de la tensión que generan las escrituras de historias en tanto que, al ser cada una de ellas un proceso que requiere referencias universales, su singularidad exige un tratamiento que muestre su historicidad. Cada historización lleva consigo tanto sus formas como sus potencias. La homologación de la escritura y la mutación de la industria cultural van de la mano, como su suspensión y sus fugas ensayadas una y otra vez por el pensamiento. Estar atento a estas condiciones es reconocer la facticidad de los fragmentos de cultura que nos constituyen. En este sentido, Asedios puede ser leído como una puesta en acto de lo anterior. Uno de los ejes fundamentales de la compilación de los 15 ensayos que lo constituyen consiste en señalar y horadar la concepción del fascismo como un fenómeno excepcional, equívoco y erróneo del desenvolvimiento histórico del siglo XX que ha sido superado debido a la victoria de la democracia ante su enemigo, el totalitarismo. Al mismo tiempo afirma la correlación entre los procesos de acumulación del capital, los fascismos, su historicidad y la activación de revueltas contra la captura de la existencia en la vida administrada.
El libro ha sido presentado por lo menos en tres ocasiones.[4] Gerardo Muñoz lo ha comentado proponiendo, desde su lectura marcada por la pregunta geométrica de la organización del mundo, que: “la revuelta experiencial es necesariamente contrametropolitana porque sabe que ahí se juega la relación con el afuera de la objetivación”.[5] En el blog https://infrapoliticalreflections.org/ se ha mencionado en diversas entradas a modo de referencia o para recuperar alguna frase, cita, pasaje o propuesta. Esta segregación de escrituras a las que he tenido acceso se complementa con las lecturas que hicimos entre amigos de diversos lugares y quehaceres que pasan desde la historiografía, el derecho (con quien he discutido mucho debido a las provocadoras y enredadas preguntas que se hacen desde ahí), filosofía, etcétera. Entre pláticas pensamos en el agotamiento que hay en las críticas de libros entendidas como ejercicio universitario que, desde la investidura del Sr. Sabelotodo, indica errores y aciertos de las tesis como la veracidad de las exégesis. Las reseñas, por otro lado, oscilan entre su desaparición, la afirmación de la realidad existente y breves lapsos de lucidez en los cada vez más breves espacios que ofrecen algunos medios. Las afecciones, las idas y venidas, las reacciones y los pensamientos, suscitan comentarios acerca del libro, la mayoría de ellos, creados en reuniones, citas glosadas y mandadas por Whatsapp o Facebook, etc. Este libro desmiente la ficción de la obra, del autor, aunque no por ello ignora sus emergencias y las cargas personales que lo posibilitaron.
La publicación y su venta vía Amazon (Kindle) comenzó tras un par de meses de confinamiento debido a la pandemia de covid-19. El historiador Roger Chartier ha mencionado en varias ocasiones que el internet ha alterado tanto la práctica de lectura como los procesos de producción de los “libros”, palabra que no sé si pueda aplicarse a este tipo de vínculo entre materia y saber. Los gestos, la localización de las páginas, la memoria, la temporalidad, la atención y otros elementos que constituyen la lectura, mutan cada vez de formas que aún estamos ensayando, innovando. La abundancia y acumulación del material en línea es tal que ningún delirio del saber universal podría con ello. Mucho menos un “estado de la cuestión general”. Esto ha sacudido a los eruditos y enciclopedistas, abriendo las posibilidades de una relación distinta con los textos: al mismo tiempo que incrementa su consumo, libera al lector de la absurda y eficaz idea de disciplinarlo todo incitándolo al juego. La extensión universitaria avanza con su encanto (en el doble sentido) y los artificios piratas que lidian con el anhelo de originalidad. Villalobos, que en diversos foros ha planteando la frase: “hay acumulación crítica y no crítica a la acumulación”, responde, en este sentido, con una profanación a las demandas de producción académica y de división del trabajo intelectual, con una muy hábil articulación de argumentos que zigzaguean, se abren y cierran cuando su rítmica así lo exige. Insisto en que son 15 ensayos los que componen el libro, pues varios de ellos fueron publicados previamente en revistas electrónicas. Desde cierta perspectiva, es un libro ‘leído’ antes de su composición. Leído, además, a un tempo que hace serie con el trajín del día a día del metro, el camión, la estancia en salas de espera, etc. Esto no quiere decir que sea un libro “fácil”. Más bien, los soportes en los que puede leerse posibilitan maniobrar con los textos como con los espejismos que va desgarrando, ya sea en la historia intelectual de la economía política liberal del siglo XX, en las aspiraciones de vida personales, o bien, en las noticias que anuncian una nueva caravana de migrantes en cualquier parte del mundo. Recuerdo que en el kínder y los primeros años de primaria, con amigos o la chica que me gustaba, solíamos aventarnos papelitos doblados con mensajes puntuales, breves y en clave, cuando el profesor o la maestra nos daban la espalda para escribir algo en el pizarrón. Aún si nos cachaban podíamos inventar algo acerca del contenido; sólo nosotros sabíamos el secreto. Así es mi relación con este libro.
Las genealogías que Villalobos hiló no responden a un tratamiento historiográfico ortodoxo ni de tratamiento “global” o “cultural”. Sin embargo, la postulación de su escritura arrastra consigo todo molde histórico, marcando puntos de fuga en Pasolini, Borges, Kafka, Benjamin, González de Alba, Sebald, Butler, Foucault, Deleuze, Arendt, Bolívar Echeverría, Naomi Klein, Didi-Huberman, Bolaño, etc., mostrando que el anacronismo bien entendido es una “anarquía de los sentidos” lo suficientemente potente como para continuar el camino sin adscribirse a un cierre identitario o de destino. En este sentido, la crítica a la historia comprendida como narración soportada por el sacrifico, cuyo horizonte teológico instituye soberanías y esclavos, es radicalizada tanto en la escritura como en los casos que expone: el 68 mexicano, el levantamiento feminista del 18 de octubre de 2019 (entre otros) y, por supuesto, las recientes (y activadas ya desde hace tiempo) revueltas en Chile. A propósito de las revueltas, éstas no son comprendidas como una aparición de la nada o una “irritación del sistema” sino, más bien, como:
[…] afirmaciones de la vida, del deseo, más allá de su captura por el complejo entramado del fascismo neoliberal, no implica restituir una lógica política binaria, sino afirmar que la heterogeneidad de luchas sociales en el capitalismo mundial integrado se inscriben en un horizonte existencial en el que, lo que está en juego no es una representación utópica y monumental del futuro (el futuro es el terreno de la promesa fascista), sino la posibilidad de un mundo-común (de un comunismo sucio y cotidiano) en el presente. (p. 147.)
Retomando a Pasolini, en el ensayo “La mutación antropológica”, Villalobos elabora el modo en que las transformaciones del fascismo disponen y se filtran en la vida cotidiana hasta el tuétano, adecuando y administrando múltiples instituciones, entre ellas, las del saber. Las nociones y experiencias de niñez, juventud, adultez y su proceso pedagógico, estético y discursivo han sido neutralizadas y dominadas por retóricas biológicas cuya demanda y confianza por parte de la sociedad está tan naturalizada que reflexionar esta condición es extraño y peligroso. Me llaman la atención las nociones de utilidad, practicidad e incidencia social que suelen estrechar, cada vez más, las iniciativas culturales públicas y privadas. Por ejemplo, en el contexto de las humanidades y las ciencias sociales. Entre moral y servicio a un mejoramiento de la humanidad, se fundan, promueven y financian iniciativas que reproduzcan la realidad existente. Pienso en las instituciones historiográficas. En otros lugares me han acusado de querer eliminarlas. Puntualizo: lo que no dejo de plantear es que los centros oficiales que producen historiografías están en permanente cambio, como la sociedad que las vuelve posibles. Por ello, ahora, en un contexto neoliberal, éstas no están exentas de su activa participación en él. La resistencia a verlo dentro de estos lugares es inherente a su pertenencia. No deja de sorprenderme el modo en que hay un común acuerdo general entre los historiadores para masculinizarlo todo en nombre de la disciplina, la objetividad y en contra de la ficción, la memoria y demás formas bárbaras y “medianas” de la cultura. Su fórmula es harto conocida y recientemente comprimida en los siguientes pasos que a más de una persona le serán familiares: título, abstract, palabras clave, introducción, desarrollo, conclusión, bibliografía. Villalobos llama a esto: “efecto anestesiante de los sentidos”. Deshabilitar este espasmo tiene que ver con “una revuelta de la existencia que se resiste a la insensible domesticación propugnada por el efecto anestesiante ya no solo de la estética moderna, sino de la cultura y de la misma educación contemporánea” (p. 48). Habría que pensar desde esta arista las salidas historiográficas abocadas a la “presencia” y el hechizo que generan al alentar simulaciones de pasados. Los “deseos de presencia”, en este caso, son sospechosos, como la fácil aceptación con la que han sido promovidos. Las historiografías, en su proceso de producción, no están libres de su participación en el fascismo como tampoco están desactivadas en su totalidad. Habrá que aprender a leer dónde, cómo y cuándo aparecen. Quizá sea momento de cegarse y leer con el tercer ojo.
“Migración y exilio”, el noveno ensayo del libro, me parece que arroja un lúcido panorama puntual y general de la medición, planeación y administración de las poblaciones en la modernidad, al mismo tiempo que alumbra, de paso, la figura del nómada como aquélla que en su estela y acontecer abre formas de mundo a las que todos estamos de alguna manera vinculados. Los fascismos operan desde la ilusión de totalidad. Asediarlos es evidenciar esa ilusión encarnada y en expansión, como señalar sus agujeros. Andar es fundar verdad, no suscribirla. Uno de los fragmentos del libro que ha quedado resonando en mi memoria tiene que ver con la historicidad: “Existimos en el arrojo, más allá de toda ontología atributiva (como el palestino o el paria), de toda concepción propietarista e identitaria, porque ser es la versión a resguardo de la experiencia del estar, del estar siempre de paso” (pp. 96-7). “Estar siempre de paso”: evidenciar este desplazamiento es uno de los mensajes que nos recuerda la escritura de la historia. Dejar que los fascismos actuales se asuman sin ninguna respuesta, o con la moderación de la misma, es afirmar positivamente la metafísica de “lo siempre igual”.
NOTAS
[1] https://www.deutscher-koordinierungsrat.de/ Consultado el 29-09-2020. Las páginas de internet que siguen a continuación fueron consultadas el mismo día.
[2] Theodor W. Adorno, “¿Qué significa elaborar el pasado?”, en Crítica de la cultura y sociedad II, vol. 10. De la obra completa, tr. Jorge Navarro Pérez, España, Akal, (1959) 2009, pp. 498-9.
[3] Las citas del libro estarán entre paréntesis.
[4] El 05 de julio del año en curso en el programa de radio Dublineses en Radio Ibero (90.9 FM en Ciudad de México), a cargo de Ángel Octavio Álvarez Solís, Al-Dabi Olvera y Joseba Buj: https://ibero909.fm/podcast-dublineses1/asedios-al-fascismo-e-inminencia-de-la-revuelta. El 10 de julio, el programa radial de artes escénicas Hidra FM, dependiente de la Universidad de Chile: https://revistahiedra.cl/hiedrafm/sergio-villalobos-ruminott-la-revuelta-no-se-ha-acabado-solo-dejo-de-tener-visibilidad-mediatica/. El 20 de agosto fue la presentación de DobleAEditores vía Facebook: https://www.facebook.com/954318374760122/videos/1765117346978367/
[5] https://ficciondelarazon.org/2020/08/10/gerardo-munoz-la-epoca-y-lo-invisible-una-conversacion-con-asedios-al-fascismo-dobleaeditores-2020-de-sergio-villalobos-ruminott/
Un comentario en “Jorge Andrés Gordillo López / Historicidad y revueltas: comentario a Asedios al fascismo, de Sergio Villalobos-Ruminott”