Rodrigo Karmy Bolton / Velocidades mutantes 7. Nada está en su lugar

Filosofía, Política

Pedazos de palabras, ritmos ensordecidos, cuerpos encerrados; el presente ha llegado a la boca del lobo. Los pasajes que presentamos a continuación son derivas de un “gran encierro” que contempla a través de la ventana la mutación radical y veloz del mundo en el que vivimos.

Nada está en su lugar

Un virus y una revuelta atraviesan al país. Un microorganismo de material genético que se inserta al interior de una célula y la infecta; una irrupción popular dentro de un Estado que no la acoge; virus y revuelta son, en realidad, dos nombres para el siglo XXI. Células invadidas por un extraño que les amenaza; Estados maltrechos atravesados por extranjeros que les destituyen, virus y revuelta son el nombre de la misma espectrología. Un virus no es una célula, sino un ensamble molecular. Es algo que no alcanza a estar “vivo” en la medida que la célula -y solo ella dirá el saber biológico- constituye su unidad más primordial. Una revuelta no es un partido ni tampoco un régimen.

Es algo que no alcanza a definirse bajo el término “política”, si acaso ésta designa el lugar institucional de una soberanía. Ni el virus ni la revuelta “alcanzan” a ser lo que parasitan, ambos están en “falta de ser”, ambos quiebran el régimen de la ontología, la primacía soberana que articula la noción “autopoiética” que define a la célula o la “autarquía” que signa al régimen político. Porque un virus ¿está vivo o está muerto? Una revuelta ¿es o no política? Digamos que el virus y la revuelta que asolan al planeta devienen una misma espectrología, en que lo no-vivo y lo vivo, lo impolítico y lo político experimentan un punto de intersección; una trama que les mezcla y donde la totalidad de lo que hay deviene espectral o, si se quiere, imaginal. La irrupción del virus y las revueltas abrazan nuestra existencia de imaginación, si por tal, entendemos justamente la dimensión espectral en que lo vivo y lo no-vivo, lo humano y lo no-humano se cruzan monstruosamente sin piedad. La imaginación no deja nada en su “lugar”. Todo en ella se levanta, flota y deviene intempestivo precisamente porque estar “fuera de lugar”, desplazado respecto del general orden de las cosas.

Virus y revuelta son dos modos de la misma intensidad imaginal que atraviesa a esta época sin época, que deviene este tiempo sin tiempo. Dos modos que ritman la posibilidad de una diseminación de toda ontología en que la pureza a la que apelan los identitarismos étnicas, lingüísticas o culturales deviene absurda pues, en la imaginación, toda “identidad” yace atravesada de lo otro de sí, interrumpida por el fragor sensible que le recorre. “Intensidad” o el nombre de todas las cosas; potencia que no cabe en ninguna cartografía prevalente: ni en la escena anatómica, ni en la de gobierno; la intensidad atraviesa, irrumpe, llega a la mesa sin invitación, toca la puerta como un extranjero que nos saca de nosotros mismos y nos abraza en la común intensidad que designa al pensamiento. El “lugar de la espectrología”-decía Jaques Derrida. Se trata de un lugar sin lugar (una khorá), en el que el virus y la revuelta devienen modos de la imaginación, cristalización singular –incluso epifanías- del desborde que abisma y, sin embargo, ofrece ritmos poliformes, secuencias múltiples. Virus y revueltas no son nombres que restauren la dicotomía metafísica entre naturaleza y cultura, sino dos modos –hay muchos más- para la infinita intensidad de la imaginación. Médicos desbordados, políticos desbordados, tiempos desbordados, los virus son la revuelta inmanente al plano celular; la revuelta deviene el virus inmanente a toda institucionalidad política: ambos apuntan a la mutación de las cosas, a la transformación insospechada y exenta de cualquier planificación. La espectrología o   imaginalidad devenida no es más que lo que podremos llamar experiencia, intensidad medial en que algo así como lo viviente puede tener lugar; pero donde “vida” es solo el equivalente de “conciencia”, efecto precario de los ritmos espectrales. No hay simplemente “vida” o “muerte”, sino “imaginación”, no habrá simplemente “naturaleza” o “cultura” sino siempre y nada más que experiencia, intersección medial donde la imaginación nos recuerda que jamás estamos vivos, jamás estamos muertos.

Octubre 2020.

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Imagen principal: Hosni Radwan, Out of Place #13, 2017

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