De ahí que la “Postal de Derrida” consista en un flujo continuo de cartas mecanografiadas puntuadas por llamadas telefónicas que se mencionan con frecuencia, pero nunca se registran. La voz sigue siendo la otra de las mecanografías. F.K. Gramófono, 1979.
En virtud de las barreras idiomáticas, y un subdesarrollo epistémico en la región, la obra de Friedrich Adolf Kittler, (1943-2011), no ha sido relevada a la fecha como un “pensamiento de fronteras”, dejando una colosal huella, un vacío, para las “humanidades mediales” en plena era geológica*. Kittler, “especie de Derrida de las máquinas”, analiza las intersecciones entre arte y tecnología, estética y epistemología, cuestión que trasciende los enfoques fenoménicos y sus “atajos cognitivos” para comprender las técnicas, desplazando la distinción foucaultiana entre prácticas discursivas y esferas no lingüísticas mediante una ontología de los objetos ampliando las posibilidades de la infraestructura del sentido y los medios. El teórico de las máquinas toma distancia del a priori histórico de Foucault en la Arqueología del Saber (1969) y subraya la dimensión tecnológico-medial.
Kittler trasciende los enfoques fenoménicos, hermenéuticos y antropomórficos para comprender los medios y la tecnología como un discurso (“ontología de los objetos”) más allá del campo extensional de las tecnologías fordistas (alfabéticas), cuyo colofón se encuentra en Marshall McLuhan (1975 y 1996).
En su libro, Comprender los medios de comunicación, sostiene “que [si] Hitler llegó a existir políticamente se debe directamente a la radio y a los sistemas de megafonía. Ello no quiere decir que estos medios transmitieron eficazmente sus pensamientos al pueblo alemán” (1996, p. 307). En suma, el método de la percepción ampliada.
Por saludable que resulte evocar los hallazgos de McLuhan, la disputa de los cambios siempre se mantiene al interior de epistemologías normativas, añadiendo nuevas interacciones entre la condición humana y los entornos electrónicos. En suma, McLuhan un teórico del mundo de Nixon, pudo comprender –merced a su impronta futurológica– la experiencia mediada por la tecnología en el nivel perceptivo y experiencial. Sin perjuicio de los méritos y las limitaciones históricas, en un mundo hegemonizado por la radiodifusión, el creador de la sentencia “el medio es el mensaje” fue una mediación dentro de la antropología moderna. No es casual que Jussi Parikka (2007), en alusión a las naturalezas mediales (minerías mediales, fósiles y lo no orgánico), afirme lo siguiente:
El oro, cobre, aluminio, tantalio y mollejón que componen su estructura no sólo son rastros de la tecnología [de los medios]; representan, además, la persistencia de lo elemental a lo largo de varias transformaciones. Entonces, a pesar de los méritos de la propuesta de McLuhan, los medios tienen que ver menos con las extensiones del hombre y más con las transformaciones de los elementos. (Feigelfeld, 2015, p. 12)
Según Kittler, no podemos entender los medios como una intervención ajena a las condiciones humanas, pues los medios determinan nuestra situación. Su perspectiva post-humanista permite repensar el lugar del desarrollo técnico/infraestructural en la sociedad contemporánea. A contrapelo del enfoque apocalíptico antes descrito, las máquinas, o el desarrollo tecnológico, se convierten en el registro necesario de nuestro vínculo sensible con el mundo. Por ello, cree que no es posible apartar o acotar los desarrollos técnicos de la constitución de la cultura.
Mediante el “materialismo medial” tiene lugar un proceso de recepción del post-estructuralismo (Foucault, Derrida), abriendo un debate que prontamente se expandirá al mundo anglosajón. Esto lo lleva a cuestionar la distinción del propio Foucault, autor al cual le profesa reconocimientos, por cuanto las máquinas constituyen acoplamientos de sentidos y estructuras expresivas al punto de emplazar el “campo hermenéutico”. El teórico alemán recupera el método arqueológico para analizar cómo los medios tecnológicos configuran condiciones de conocimiento y juegan un rol fundamental en los modos en que la historia se inscribe en varios cuerpos o materiales.
En un capítulo titulado, La distancia entre el signo y el ruido, sostiene que las materialidades de la comunicación “…sólo tienen sentido cuando han quedado claras dos cosas: en primer lugar, que no hay ningún sentido que carezca de portador físico, como los filósofos y los hermenéuticos han buscado siempre entre líneas. En segundo lugar, no hay ninguna materialidad que en sí misma sea información y pueda producir comunicación” (2019, p 43). Lo anterior implica un recorrido histórico-epistemológico desde la máquina de escribir hasta el computador. Para el autor las máquinas, lejos de su mudez, se apoderan de aquel registro de lo simbólico, y ello representa el único camino que le cabe al ser humano, para continuar vinculado lo real a lo imaginario. En suma, se trata de adherir al mundo de las máquinas sin ceder a la “tesis de la alienación” (intereses dominantes de la tékne), ni comparecer al apocalipsis del desencantamiento, sea como intersubjetividad e intenciones en Ciencia y técnica como ideología (Habermas, 1986), o bien, a la melancolía de la escuela de Frankfurt -caso de Marcuse- en su traducción como hiper industria cultural para el caso latinoamericano.
Para Kittler los medios determinan nuestra situación. Dicho de otro modo, el ser humano acoplado a la tecnicidad radical se habría transformado en algo más, en algo otro. En suma, debemos abrazar formulaciones distintas a las figuras gemelas de la antropología, la fenomenología y el humanismo. La tecnología parece ser más una condición que una intervención ajena que se impone como elemento externo, a saber, un apriori antropológico. Si bien, los medios pueden ser concebidos como objetos plenamente discursivos, autores como Kittler sostienen que el análisis se ha visto restringido (caso de Michel Foucault), esencialmente, porque sus descripciones se centran en la producción de discursos y terminan relegando el estudio de las fuentes, los destinatarios y los canales que la posibilitan.
En consecuencia, el teórico de las máquinas vincula el surgimiento del estructuralismo con la introducción de la máquina de escribir, y critica a Foucault por no reflexionar sobre la medialidad de las prácticas discursivas que analizó ni ir más allá de los confines de la Galaxia Gutenberg. Así, mientras que los archivos del filósofo parisino se basan en la hegemonía del lenguaje escrito, en la suposición silenciosa de que la impresión es el principal (si no el único) portador de significación. La arqueología de Kittler del presente busca incluir el almacenamiento tecnológico y los medios de comunicación de la era(s) post-impresión,
Foucault omite el dato elemental (en latín, el lanzamiento de dados o coup de des) de cada práctica teórica contemporánea y comienza el análisis del discurso sólo con sus aplicaciones o configuraciones: «el teclado de una máquina de escribir no es un enunciado; pero la misma serie de letras, A, E, R, T, enumerada en un manual de mecanografía, es el enunciado del orden alfabético adoptado por los mecanógrafos franceses (1979, XX)
Según nuestro autor, no podemos entender a los medios como una intervención ajena a las condiciones humanas, pues los medios determinan nuestra situación. A contrapelo del enfoque apocalíptico antes descripto, las máquinas, o el desarrollo tecnológico se convierten en el registro necesario de nuestro vínculo con el mundo. Por ello, cree que no es posible escindir los desarrollos técnicos de la constitución de la cultura. Para el teórico del microchips (2001, 2006a, 2006b y 2019), los estudios culturales alemanes (Kulturwissenschaft) se constituyen mediante diferencias radicales con respecto a los estudios estadounidenses. El viejo continente euroasiático necesita investigar y escribir su propia historia cultural, en efecto, “entre tártaros y celtas, indios y escolásticos, árabes y alemanes, tenemos mucho que hacer” (Kittler, 2001, p. 12). Cuando el autor analiza lo que se ha llamado las obsesiones griegas, incluye el alfabeto fónico (Kittler, 2006b). Ello no representa una fractura con sus trabajos precedentes sobre hardware (2017). En suma, no abandona la matematización y releva el, a priori, tecno-material. Muchas veces pone de relieve la cultura griega como complemento de la ciencia y la tecnología
Desde Descartes a Hegel y hasta Dilthey fue el “sentido”, puesto por un sujeto sobre las objetividades y medios, un obstáculo para no pensar la técnica. Como es evidente, los números tuvieron que tomar distancia del ser humano y caer en el medio de las máquinas autómatas para que la técnica, como un ensamblaje que articula ser y pensar, pudiera recién aparecer. (p. 58)
Kittler, “el teórico alfanumérico”, (Winthrop-Young 2006), se interesó por las genealogías de la imagen y la sensación desde la perspectiva de los medios técnicos y la cuantificación de los cuerpos físicos (datos-señales). Por ello se remite más a la física y las matemáticas que a la psicología. Sus huellas marcan un colosal silencio –un vacío– para las humanidades mediales (2017) de habla hispana (Estudios Culturales como Birmingham y los Estudios Literarios), de especial ausencia en el caso regional. Kittler, “especie de Derrida de las Máquinas”, analiza las intersecciones entre arte y tecnología, estética y epistemología, cuestión que trasciende los enfoques fenoménicos y sus “atajos cognitivos” para comprender las tecnologías desplazando la distinción foucaultiana entre prácticas discursivas y prácticas extra-discursivas mediante una ontología de los objetos ampliando las posibilidades de la infraestructura del sentido y los medios. El teórico de las máquinas toma distancia del a priori histórico de Michel Foucault –arqueología– y subraya la dimensión tecnológico-medial como proveedora de sentido. A propósito de las diferencias con la distinción foucaultiana entre prácticas lingüísticas y extra-lingüísticas, (Foucault, 2010), el hardware es un afuera del campo discursivo.
En su obra lo técnico no puede ser leído como un opuesto de lo humano, sino, ante todo, como algo co-constitutivo. Entonces, cultura y técnica son reelaboradas a la luz de una historia de los medios técnicos que no pretenden oponerlas o mantenerlas como unidades mutuamente excluyentes. De ese modo, la cultura no puede abstraerse del entorno técnico que por esos años se volvía con la globalización cada vez más creciente. En esa dirección, la cultura tiene un nudo recursivo con el ambiente técnico. Una de las tendencias más representativas que aparece en ese momento es la filosofía de los medios en el marco de la estética alemana que los medios técnicos constituyen la cultura. Frente al pesimismo de la Kulturkritik, la tendencia de la filosofía de los medios afirma que no se puede pensar en la cultura si no es a partir de la técnica como fundamento propio de la cultura.
Kittler observa una autonomía en la tecnología y, por lo tanto, discrepa de las tesis de Marshall McLuhan -sobre los medios- como extensiones del hombre: los medios no son pseudópodos para extender el cuerpo humano. Según Jussi Parikka, la arqueología de los medios hurga y remueve archivos de texto, visuales o auditivos, así como colecciones de artefactos, enfatizando en las manifestaciones discursivas y el material de la cultura. Estas exploraciones se mueven con fluidez entre disciplinas, aunque no se instalan definitivamente en ninguna de ellas” (2012)
Por fin, el autor sostiene que, en la amplitud de textos reconocibles dentro de las arqueologías mediales, se pueden encontrar distintas vías y entendimientos de los problemas entorno a las materialidades que, sin intención de profundizar en una explicación detallada de ellas, podrían identificarse según si se refieren a materialidades de prácticas culturales materialidad desde medios tecnológicos y materialidades de materiales. El teórico finlandés “ve en el cruce de la teoría de medios con el debate del nuevo materialismo la posibilidad de dar sentido al continuum entre los aparatos mediáticos como herramientas comunicativas y la materialidad en su acepción de alta tecnología y a la vez residuo obsolescente.
Mauro Salazar J. y Carlos del Valle. Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera.


