Me preguntaba, una vez que se confirmó mi venida a La Paz, por qué yo vengo a un congreso sobre Louis Althusser. Un congreso, en principio, para especialistas; personas que han dedicado su vida a estudiar su filosofía y donde su nombre se invoca y resuena desde la potencia de un pensamiento incombustible, que creó época y destiló consecuencia en su teoría y en su praxis (siempre he pensado que Althusser le imprimió a la izquierda marxista francesa la dignidad que Sartre le negó). Porque yo no soy un “especialista” en su obra, no he sido influenciado –creo– por su vida política para hacer de la mía, como él sí lo hizo con pasión y generosidad, un testimonio para este tiempo, y lo cito: “para esta época a la que ninguna historia impulsa” (Pour Marx, 1965). Pero pensaba, a la vez, por qué no; por qué no ir a un encuentro sobre Althusser y en Bolivia, además; en La Paz hablando en las alturas (mal de Althu-sser); ¿qué me negaría esta posibilidad?: ¿mi declarada no expertis? ¿un cierto miedo devenido en respeto por referirme delante de quienes sí saben sobre su filosofía? ¿temor a hablar de Marx? ¿del marxismo? Temblor por decir: ¿“El capital”? ¿“materialismo aleatorio”? ¿“aparatos ideológicos de Estado”? ¿“análisis de coyuntura”? En fin.
Y fue Althusser mismo, a través de Derrida, quien me dio la respuesta cuando escribe en Pour Marx: “tenemos la misma guerra a la puerta. a dos pasos de nosotros, e incluso en nosotros mismos, la misma horrible ceguera. la misma ceniza en los ojos, la misma tierra en la boca. Tenemos el mismo amanecer y la misma noche: nuestra inconsciencia. Compartimos la misma historia —y ahí es donde empieza todo”.
Pensé que la metáfora, la poética y la palabra diseminada polisémica y genialmente en la obra de este filósofo, explicaba mi presencia y mi alegría de estar hoy, aquí, entre ustedes.
Resistir en la metáfora
En el texto Éléments d’autocritique publicado por Althusser en 1974, aparece como primer pie de página –y a propósito del “continente historia” que habría sido descubierto por Marx–, la siguiente reflexión sobre las metáforas:
Y forjar así inmediatamente otras más justas sin cesar de operar con su diferencia. Porque en filosofía sólo con metáforas se puede pensar, es decir, ajustar las categorías existentes tomadas en préstamo y producir otras nuevas en el dispositivo requerido por la posición ocupada en la teoría (p. 14).
En este sentido es que se quisiera, en estas pocas páginas, relevar la importancia de la metáfora en la obra de Althusser. Tal como se puede leer en la cita, las metáforas parecieran ser el pulso de la filosofía, su aliento, y sería solo a partir de ellas que se abriría la zona para la confrontación y tensión entre categorías teóricas. Si la filosofía solo se tratará de una explicitación de lo real en su versión puramente material, sin impulsar ese exceso respecto de lo contingente que acarrea la metáfora, esto es su potencia resignificante, pues el pensamiento mismo se vuelve estanco, sin capacidad para revisitarse y producir la alteración de la realidad.
Lo anterior, a partir de la autocrítica de Althusser respecto de una cierta tendencia errónea que vislumbra tras leer la versión italiana (1967) de Lire le capital (1965), y en la que reconoce que su texto estaba afectado de “teoricismo” (1974, p. 11). Esto es una constatación importante en la filosofía althusseriana, en el entendido que la necesidad de la emergencia metafórica para la vitalidad del pensamiento no podría reducirse a la desmesura teórica. En otras palabras, la teoría no sería lo mismo que la metáfora y el menester de la primera no reemplaza lo fundamental de la segunda para la salud de la filosofía. Diríamos, de esta forma, apurando, que para Althusser entre teoría y metáfora no hay una distancia sustantiva.
Entonces, quizás la idea de metáfora en Althusser se vincule más a la noción de “clinamen” (categoría derivada, primero, de la lectura de Epicuro y después de Lucrecio). Como lo indica en Para un materialismo aleatorio (2002): […] la propia consumación del hecho no es más que puro efecto de la contingencia, ya que depende del encuentro aleatorio de los átomos debido a la desviación del clinamen” (p. 34).
En esta línea, es que la metáfora y el clinamen se reconocerán en un cierto espacio común adherido a la precipitación de lo aleatorio. Ambos alteran o desvían el curso del devenir de la filosofía y reponen la urgencia de nuevas metáforas y la inmanencia siempre alternante del clinamen mismo.
En una ruta similar Jacques Derrida, por ejemplo –cuya amistad con Althusser, como sabrán, excedió por mucho la relación de maestro/discípulo comenzando en la juventud de ambos y extendiéndose hasta el final de sus vidas– en un texto titulado El retiro de la metáfora (1987) sostiene que «Y bien, todo, no hay nada que no pase con la metáfora y por la metáfora (1987, p. 65)». Entonces la metáfora es dilación y contexto, espaciamiento y cuerpo: différance adherida a todo cuerpo y antagonismo conceptual. La Katastrophé, sería aquí la retirada de la metáfora, y supondrá, necesariamente, la ruina de la filosofía.
La metáfora que transporta cualquier sentido, que siempre va de un cierto paso (por seguir nuevamente a Derrida) y que está en relación permanente con los significados y significantes implícitos en cada fonema o forma, es fundante de todo no solo porque se presume su ausencia constituyente, su acontecer suplementario, sino porque ella misma es una impresión, una escritura reveladora de todas las escrituras que la secundan hasta el infinito. Su fuerza intuitiva está en la huella espectral que desliza en la palabra; en lo invisible que se moviliza a través de la performatividad de una lengua o de un concepto, abriendo la puerta a todo un horizonte de sentido que, percibiéndose en la forma de una escritura, en este caso, está ahí coexistiendo y presionando con toda su alteridad lateral, vertical, horizontal; metáfora que es génesis de todo. Aunque creamos que se deshizo por la pertinencia del acto dicho, sigue deambulando en el sonambulismo del querer-decir de la filosofía. Recuperamos las palabras de Althusser: “Porque en filosofía sólo con metáforas se puede pensar”.
No podré, por supuesto, dar cuenta del magnífico universo de metáforas que alimentan el pensamiento althusseriano –no sería capaz por lo demás, evidentemente– pero solo considerando las metáforas de “continente-historia” y de “el porvenir es largo”, por ejemplo, es posible apuntar que estas son siempre ficcionales respecto del acontecimiento histórico. Esto quiere decir que están antes y después de la consolidación de un tiempo. Son un rasgo implícito en el despliegue de las cosas dichas más no su escritura en tiempo real. Las metáforas althusserianas, entonces, invierten la dinámica del sentido institucionalizado y se marginan éticamente de los hechos más no de sus efectos. Recordé en este momento, mientras escribía este texto, la frase de Borges en La esfera de Pascal (1972): “Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas”.
De esta forma es que habría que resguardar la metáfora como principio aneconómico de la filosofía. La metáfora en Althusser es un sentido y un nombre propio y, se insiste, es deber defenderla de un pensamiento y sistema alienante que pretende arrebatarle su fuerza emancipadora, transformarla en metáfora colonizada, útil, subalterna al capital y marginada de su potencia revolucionaria. Habría que hacerla venir de nuevo y en intermitencia diacrónica al perímetro siempre extensivo de la filosofía y efectuar desde y con la plataforma siempre insurgente de las categorías althusserianas, una revuelta de la metáfora o una resistencia metafórica.
Clinamen
Entonces el advenimiento del clinamen, nombre dado a ese desvío infinitesimal y aleatorio que, al hacer colisionar a los átomos entre sí, dota de cierta consistencia y durabilidad a lo existente.
En el libro Être marxiste en philosophie (1975) las nociones de «vacío», de «encuentro aleatorio» y de «toma de consistencia», por ejemplo, aparecen como centrales en la búsqueda de Althusser por elaborar una filosofía materialista capaz de pensar la constitución del mundo y del sujeto a partir no de un origen o esencia, sino del “clinamen”, esto es, de la “desviación aleatoria” de átomos: “Según Epicuro, esa desviación es la que da comienzo al mundo. La desviación y no la norma”, y esto, se piensa, constituye una crítica radical a todo origen o estructura trascendente para explicar la constitución del sujeto. Para Althusser, esta perspectiva materialista “barre todos esos prejuicios idealistas y deja que las cosas se produzcan según la necesidad de la desviación y la agregación” (2017, p. 142).
No hay teleología posible. Para Althusser todo se suma en filosofía a partir de aquello que se desvía pero que se reencuentra en la búsqueda de su propio sentido. El clinamen emerge entonces como la metáfora de lo aleatorio que podría estar presente en todo el marxismo althusseriano; la inequívoca y contingente alteración del precepto y el canon para encontrar esa palabra-metáfora que indique la reivindicación del marxismo mismo, de la radicalización de su praxis y de la contextualización de su teoría.
Ahora, es mi impresión, creo que no obstante lo anterior, el clinamen tampoco es el punto partida del materialismo althusseriano, simplemente es, y “es” por definición física que impacta en la filosofía ejerciendo la inubicuidad metafórica que debe siempre residir a la base de toda especulación, palabra, comunidad o fuerza revolucionaria.
¿Podemos, por ejemplo y para ir terminando, pensar lo anterior a partir del “Continente historia” descubierto por Marx? ¿es la metáfora de “continente” una desviación (clinamen) fundamental respecto de la tradición del pensamiento posmarxista? ¿logra Althusser una suerte de economía fundamental en la que la historia misma reverbera en el pensamiento marxista como la desviación sustantiva y la metáfora en despliegue?
Continente es una porción de tierra de proporciones gigantes ¿Es acaso ésta la intención de Althusser? ¿hablar de Marx como la metáfora de un continente que estaría en constante distanciamiento abriéndose él mismo a todas las desviaciones posibles e imposibles? El delirio de la metáfora se realiza, en este sentido, pero se trata de un delirio político y filosófico que nos compromete más allá de la herencia.
Herencia y revolución fantasma
Y es que debemos –y digo deber en el sentido de responsabilidad– ser infieles, por espíritu de fidelidad, a la herencia althusseriana. Porque la herencia en sentido filosófico es, tal como Derrida lo señala respecto de la deconstrucción, una experiencia de lo imposible. Con esto se quiere decir que la herencia filosófica entendida como un legado coordinado de principio a fin o como un corpus que se movilizaría desde un punto X a un punto Y (quien hereda y el legatario específicamente), sin zigzaguear y sin alterarse en el transcurso de este desplazamiento, resulta una experiencia imposible.
La infidelidad es para la herencia su horizonte posible al interior de su condición imposible. Es el gesto infiel quien la derivará a ser potencial huella, trazo o, en último momento, différance en el centro de la asimilación del legatario. El heredero/a está lejos de ser aquella figura cómoda y sedentaria que espera por la herencia como si fuera un envío dirigido y remitido. Es necesario “saber reafirmar lo que viene «antes de nosotros», y que entonces recibimos incluso antes de escogerlo, y comportarnos entonces como sujetos libres” (Derrida, Roudinesco, “Choisir son héritage”, 2001, p. 15).
No escogemos nosotros a nuestra herencia, ella es quien nos escoge porque intentamos apropiarnos de un pasado que, sabemos, es inapropiable, ajeno a cualquier formalización o actualización presente y al que, finalmente, desconocemos en tanto su condición de pleno devenir.
Mas la herencia debe ser reafirmada. “Reafirmar. ¿Qué quiere decir? No solamente aceptar esta herencia, sino reactivarla y mantenerla viva” (Ídem). La reafirmación de la herencia es una de aquello desconocido que nos escogió y a lo cual, entonces, nosotros debemos darle curso, vida. Reafirmación y reactivación de un legado al cual somos infieles por principio de fidelidad y entonces por principio de responsabilidad.
La herencia de Louis Althusser (para ustedes que lo estudian con el rigor y la responsabilidad que se requiere, así como para alguien como yo que intenta ir más allá de la pura admiración y descubrir, cada vez, algo más de esta insondable filosofía) implica también una deuda, una ética de la deuda. No se trataría nunca de reproducir una filosofía que buscó incansablemente y por mucho tiempo situarse en el corazón de las “marxismo” o de la sublevación teórica y práctica, sino, justo, de alterar esa herencia y llevarla dentro del pulso filosófico y ser, ahí donde se pueda, testaferros, siempre infieles, siempre corruptos de aquello que en un momento nos conmovió a tal punto que terminó por habitar el resto de nuestra existencia.
Esta herencia es la metáfora de una revolución siempre porvenir y que nos afectará como fantasma, cada día, apuntando a nuestros deseos y subversiones. La revolución es metáfora sin concepto, indeterminación siempre abierta y, por lo mismo, lo más real de lo real.
La Paz, Bolivia. 14 de mayo 2024
Texto leído en el “V Coloquio Louis Althusser. Contra la melancolía política: pensamiento e imaginación desde América Latina”. 14-17/05/2024, La Paz, Bolivia

