“Sombra se encuentra en la oscuridad implacable del otro”. Leyla Selman. La Columna Oscura.
La escritura Madre- hijexs, que recorre la lengua menor y desterritorializada en el texto La columna oscura de Leyla Selman publicada por Mocha Editores, traza una complicidad entre lo que Bataillie sostendrá sobre el erotismo; como un movimiento que consistiría en “la afirmación de la vida hasta la muerte”, y la narración des- personalizada y des- realizada que esta escritura de trasgresión y destrucción de la lengua literaria dominante performatiza en el desgarro de la potencia del cuerpo que ahí escribe, y tal vez en eso se juega toda la erótica de la anasemia verbal del juego de signos que escenifica la polisemia des-centrada de esta poética mater-ializada1, que en todo momento guiñe y se deja habitar por la muerte pero en función de la ritmicidad y el eros mater-ial que pulsa en su escritura.
La columna oscura, se lee, como la una diegesis interrumpida, y desplazada, en el sentido de que en ella se asoma siempre un relato pre- dominante que pareciera sostener los enunciados de esta aventura literaria, pero que, no obstante, siempre está siendo atravesada por la aceleración difusa y entre-cortada de metáforas laterales – que la historia a ratos desecha- y que la imaginación proliferante de la lengua suelta y letal instala como an-arquía a-nalógica del signo en su “seno”; en la hendidura del cuerpo en el que se inscribe la rugosidad del relato. La historia que parece articular la línea de la narración; el cruce corporal y ominoso entre la madre oblicua, cuna del deseo y Dasan, el niño- hijo- árbol- pluma, el chico hueso y pájaro, que deviene metáfora del vuelo inalcanzable del trazo erótico infantil, siempre suspendido por la ley – padre que lo sueña y lo trae de regreso una y otra vez desde el universo onírico que lo puebla; la ley- padre – muerto, columna vertebral de la cruz enterrada en los cuerpos des- mater-ializados por la violencia del reino del hijo- padre- soberano que intenta el gobierno de la soltura de la carne y la bocanada animal en el interior del relato que domina la escena teológica de la novela, en ese mismo interior, vibra hostil a esa facticidad centralizada, la huella de la escritura, el temblor de la poesía imaginada, y es, también, en ese bloque del poder de la lengua, que susurran las sombras de otros pasos animales; en los intersticios de la metáfora leylesiana los significantes “libertinos y dispersos sacuden el falo gramatical del relato lineal para dis-locar el nómos totalizante del orden del discurso.
A esta altura podríamos afirmar, entonces, que la historia mayor que la columna ley del padre muerto intenta construir como relato que ordena el lugar del deseo en la “novela” siempre queda hostilizado y en pugna por la irrupción ficcional que lo desborda; la metonimia en-carnada en el discurso total de la narración queda atravesada por el gesto poético dislocado de los otros relatos que cortan el fluido consciente de la lengua mayor del padre literario: es la memoria viva del abuelo que desaparecido en la violencia de la historia se atraviesa intempestivo para devolvernos más allá de la columna- cruz que nos atraviesa, la imagen alada de su recuerdo, y así también, es como los otros personajes líquidos y errantes que cuelgan como expulsados desde la columna oficial de esta historia : madre- hija, Pepe, Lura, Alma y su hemorragia de lombriz oscura, Sombra y la velocidad osada en el medio de la destrucción, Sombra y sus mirada filosófica; el aliento felino de la redención de la carne mater-ializada, y Viggo, Viggo el cojo que sigue a la muerte en el medio de la devastación total, que disputa su existencia de entre los basurales humeantes del nacer al intemperie liminal, así estas escenas, desgarradas de la columna verbal, agónicas del discurso normativo, colgantes del archivo monumental de la lengua oficial, van armando una performance de actantes diluidos y de identidades nómades dentro de la cruz – padre de la columna del relato arconte y principial – patriarcal- que intenta soberanizar con su lengua lineal y teleológica las derivas subalternas de una escritura menor; el declive poesía y vertebra de la columna luminica del poder y el logos espectral del sentido.
“fui expulsada y un mar de líquidos acompañaron mi peleada salida al mundo”.
“Piel y sangre, negando cada pujo de ella, nos hicimos daño, muerte, muerte, muerte
Vida, vida, vida, todos se fue en esos líquidos que me mantuvieron viva.” Leyla Selman. Pag. 97.
Entonces, plantear una lectura en códigos de poesía de una novela- “como síntoma de inquietud del lenguaje dentro del lenguaje mismo”- sería la apuesta problemática de este comentario de texto, toda vez que en la literatura se abre paso una línea de tensión entre un discurso que parece conducir los invariantes de un relato, y las arremetidas discontinuas de una lengua exote y errante que desterritorializa la voz hegemónica de la historia y suelta la anasemia de los flujos latentes, liberados de la primacía idealista de la lengua inscrita en la violencia del cógito fundante y su economía general de la conciencia.
El lenguaje leylasiano se des-realiza en la fragilidad de la escritura que le desborda, es expulsado del locus de su lengua materna, como los signos que la escriben son también exonerados por la maquina literaria – que a rato los alberga- del germinal deseo insatisfecho que los pulsa. El écfrasis ficcional de la vida gaviota de Dasan repite la anáfora de su existencia excéntrica como relación entre muerte y excitación, como conexión entre vida, agonía y erotismo, desde donde ingresa al temblor desterrado del cielo sin alas que lo colman. Los cuerpos materiales, erráticos, sensibles y espectrales del relato, son también la metáfora insistente de un meta cuerpo agrietado, como la historia que los sostiene- donde se alojan y supuran las marcas de la misma lengua rota del poema leylesiano.
Así, entonces, y partir de este comentario, nos gustaría proponer una lectura fragmentada de esta novela, desmarcada del código invasor y extenso de la representación monumental que el género mayor de la lengua inventa para obliterar las urgencias de otras lecturas menores; contra la novela, correlato de la pulsión moderna de un supuesto saber- poder metropolitano mandante de la cultura blanca y letrada de la episteme del orden y la razón civilizatoria, se levanta la poesía, como devenir político y no literario de la lengua del saber que escribe, que ya siempre interpela al logos dominante de la conciencia propietaria del yo escribo, para habitar otros comunes donde la fuerza de la identidad literaria quede constelada en un devenir político de otros posibles de la lengua del padre, como fugas proliferantes de la columna oscura que articula la violencia cultural del dispositivo novela, así, entonces, la poesía leída como cuerpo político mater-ializado de otra lengua singular, ajena, múltiple y destituyente, transgrede y trastorna la cruz logo castigo del altar sacrificial del régimen literario y entreteje en los pasajes de su topos desgarrado la constelación polisémica de su erótica subversiva.
NOTAS
1 Karmy, Rodrigo, Potencia y capitalismo: sobre “Postsoberanía. Literatura, política y trabajo” de Oscar Ariel Cabezas
Imagen principal: Eman Khalifa, Thunder | (electric blue storm), 2025


