Hay una foto de ese día. Un autoretrato junto a un columpio. El ministro de fe era un viejo y sabio profesor de un barrio tomecino. Alfonso fue el padrino. La madrina, la abuela del infante. Todos, menos ella, ateos declarados.
— “Te bautizo y recibo en nombre de los hombres de buena voluntad: Darwin Rodríguez”, pronunció el improvisado bautizador. Así el pequeño Darwin, a la sombra de las ruinas de una vieja construcción de adobe, en el cerro Frutillares de Tomé, recibió su nombre y lo ató para siempre a su padrino: Alfonso Alcalde, quien, para inmortalizar el evento, sacó un par de fotografías del niño y una de él mismo, junto a un columpio, la soga alrededor del cuello.
