Alejandro Palavecino / Alfonso Alcalde, réplicas de un temblor de tierras

Literatura

Hay una foto de ese día. Un autoretrato junto a un columpio. El ministro de fe era un viejo y sabio profesor de un barrio tomecino. Alfonso fue el padrino. La madrina, la abuela del infante. Todos, menos ella, ateos declarados.

— “Te bautizo y recibo en nombre de los hombres de buena voluntad: Darwin Rodríguez”, pronunció el improvisado bautizador. Así el pequeño Darwin, a la sombra de las ruinas de una vieja construcción de adobe, en el cerro Frutillares de Tomé, recibió su nombre y lo ató para siempre a su padrino: Alfonso Alcalde, quien, para inmortalizar el evento, sacó un par de fotografías del niño y una de él mismo, junto a un columpio, la soga alrededor del cuello.

Aldo Bombardiere Castro / Divagaciones: Poema

Literatura, Poesía

Extendió su cuerpo hacia atrás con los brazos alzados sobre la cabeza. La silla crujió suavemente. Por fin había terminado. Tan sólo restaba el título: elegir un título directo y punzante, capaz de atestiguar la torrencial violencia de los versos. Se inclinó hacia delante, apoyó los codos en la mesa y sostuvo su frente con ambas manos. Esta vez la silla no crujió. Sorprendido, sintió que el pecho se le comprimía. Buscó respirar profundo y con lentitud, pero, en cambio, lo embargó un inesperado bostezo, como si recién hubiese concluido una intensa jornada de trabajo -cuestión que de alguna manera era cierta-. Sin quererlo, sus párpados cedieron y nublaron su vista, mas no el infierno de su alma: el dolor de cabeza le despertó la imagen de que su cerebro no encajaba con su cráneo. Mareado, se levantó de la silla. Caminó hacia el ventanal mientras la pantalla del computador se ennegrecía. Afuera, un atardecer salvaje y repleto de acuarelas fueguinas se mecía sobre la ciudad. En un arrebato de ingenuidad, acarició la idea de titular a su poema «Ocaso”. Pero dicho título pecaba candidez: necesitaba algo menos contemplativo, más ardiente y visceral, como la sed que nos desgarrará justamente el día después del último ocaso. De pie, encendió un cigarro y, tras aspirarlo solamente una vez, permaneció absorto hasta que terminó de consumirse. Pensó muchas cosas, quizás demasiadas, cosas que no cabían en el poema ni menos en su posible título. Pensó en sus hijos y, más disolutamente, en sus padres; luego pensó en el mar y en África; en Rimbaud, en Palestina y en Dios; pensó en todo eso mientras el crepúsculo proyectaba ante su mirada el propio apocalipsis de sus entrañas. Obviamente también pensó en su poema, el cual sin duda debía ser un gran poema (inmediatamente tras ese acto de pensamiento sospechó de la enunciación de la palabra “sin duda” en ocasiones donde ha de imperar la supuesta certeza de que lo enunciado no merece duda). Finalmente, antes de volver al escritorio, se convenció de que se sentía así precisamente gracias a la grandeza de su poema. Como una ráfaga delirante, justo cuando se sentaba, lo maravilló la súbita idea de pasar el resto de sus días a la sombra de esos versos intitulados: comprometerse con la tarea de encontrar un título a un gran poema, bien podía constituir el tema de una novela: justamente la carencia de título permitiría abrir la experiencia de un poema perfecto e infinito, capaz de brindarle sentido y cobijo, ebriedad y pan, regocijo y sobrevivencia hasta los confines de su vida y hasta el final del tiempo. Para él sólo eso era suficiente y necesario: la eternidad. Por ello, a la oscura luz de su intitulado poema se sustraía la amplitud de todos los horizontes: todo lo otro, lo fragmentario, el mundo con sus limitaciones, la promesa de Paraíso cuya función consiste en dilatar la llegada del Paraíso, los pecados que un día atormentaron a los hombres y el terror que ha mantenido a las bestias en calidad de bestias. Nada importaba en cuanto tal, ni siquiera él mismo importaba. En el fondo, tampoco importaba la eternidad, pues -recién ahora lo comprendía- nunca había existido fondo ni eternidad, ni lenguaje intocable ni conceptos vacíos. Todo era superficie: pliegues, despliegues y repliegues de una absoluta topología. Lo único importante era “éste aquí” ya sin nombre: una dicha en su anuncio creciente, un ocaso desraizado de la catástrofe, el advenimiento de un placer -desde ya- jamás culpable, el erotismo de unas formas liberadas y liberadoras de cualquier objeto. En fin, sólo importaba la conjunción entre lo ofrendado ante su mirada y el caleidoscopio de fantasías que se posaba sobre la piel del universo. Y por medio del incoincidente (o imposible) título de aquel poema, era la misma porosidad del universo la que no cesaba de respirar.

Donsatula / Crónica de un volantín cayendo en un habitación de tortura

Literatura

Un camión. Un camión recolector de basura. Un niño. Un niño encumbrando un volantín. El sol. El sol cegando por momentos las pupilas del niño. Papeles en múltiples colores. En el fondo risas y olor a pan amasado. Hay mucha gente. La tarde de Septiembre atrae a la gente y los miles de años de invoevolución le prestan alas y zumbidos de abejas. Es sábado y Don Francisco grita y se burla, gangosamente, de los concursantes. En la esquina, en un rincón de ésta, los alambres que forman los neumáticos aún humean, pero nadie le da importancia. Un helicóptero irrumpe en la escena y ahí sí que todos se apuran a mirar. Algunas madres, temerosas, jalan de un ala a los más chicos y los entran a sus casas. Las radios bajan el volumen del encuentro pelotero entre Aviación y Cobreloa. El niño continúa su juego, inmerso en el azul cielo que en ese momento cubre las cabezas de menos de 10 millones de habitantes.

Juan Manuel Rivas / Un vampiro iluminista rompiendo los estereotipos. Sobre Sed oculta de J.E Casassus

Literatura

Durante los últimos años en Chile, la literatura de terror ha experimentado un gran realce debido a factores como las redes sociales, la multiplicidad de discursos, además de la proliferación de editoriales que han apostado por el tema. Si bien, este temática ostenta diversos subgéneros, hay uno en particular que goza de gran demanda e interés de los lectores de terror a nivel mundial y éste es el del vampiro, criatura legendaria que se ha consolidado en el imaginario literario lector, aportando incluso, clásicos de la literatura universal como Drácula de Brahm Stocker.

Tariq Anwar / Discontinuo, contingente, eventual

Estética, Filosofía

No puedo dejar de pensar en lo discontinuo. Lo contingente y discontinuo. Lo eventual, contingente y discontinuo. Lo que se va rápido. El agua corriendo, la espuma del mar rompiendo, el viento soplando, la manzana que como y está muy sabrosa. Visto desde un ángulo eterno, también las montañas. Cordones gigantes de tierra que creemos eternos, pero se mueven intensamente a velocidades imposibles de captar. Las piedras que están en jardín, parece que no se irán jamás, pero lo harán. Pienso en mi cuerpo que parece funcionar, pura contingencia, discontinuidad, un evento tan singular como efímero. Células naciendo y muriendo. Ya no soy el mismo de hace diez años. Siempre estuve naciendo y muriendo, como las bacterias que me permiten existir. Que nos las veo, pero que, menos mal, están allí. No están para mí, sólo están haciéndome, participando voluntaria o involuntariamente de una existencia contingente.

Tariq Anwar / La visita de Farid

Literatura

En los laberínticos entresijos de la Bagdad del siglo X, se susurró la extraña historia de un hombre conocido solo por el nombre de Farid. De las ondulantes dunas de los parajes más solitarios emergió este anciano, vestido con una sencilla túnica y llevando en su agrietado rostro el peso de los siglos. La presencia de Farid despertó una peculiar inquietud. Un constante zumbido, como el aleteo de un millón de mariposas, acompañaba cada uno de sus pasos, una vibración sutil que parecía penetrar el aire y robarle toda quietud.