El sonido es una extraña interrupción. Una excitación del campo en el que se distribuyen los flujos… sonoros. No interviene en el silencio, sino en la historia del sonido, en su propia matriz. Es decir, el sonido se interrumpe a sí mismo, se toca produciendo una nueva onda de expansión, se abraza para transformarse. Se interrumpe para extrañarse una y otra vez. Para nosotros el sonido llega, nos envuelve, nos concentra y desconcentra, nos hace doler. He encontrado, incluso sonidos que me cuidan. Pero para sí mismo el sonido es sólo extrañeza, viaje cargado de indeterminación. Fuerza impersonal que incansablemente se altera, alterando el mundo.
Tal vez el ser de la metafísica habría sido más bello y terrible, más inquietante, si su creador hubiese cerrado los ojos un momento y escuchado el viaje del mundo.