Tariq Anwar / Magos, sacerdotes, profetas

Filosofía

En la antigua espiritualidad humana había dos figuras que se contraponían y que, de alguna manera en nuestro tiempo, siguen jugando un rol decisivo. Por un lado, en las vastas zonas rurales habitaban los magos, expertos en la unión de lo divino y lo terrenal, habitantes de una zona intermedia que hacía de quiasmo entre los antiguos ancestros y el destino de los vivos. Carismáticos, los magos eran médicos sanadores e intérpretes de las estrellas. Su poder provenía de un más allá del que su propio cuerpo era medium. Para conocerlos, había que viajar, lo que ya suponía una aventura para dar con el oráculo, el shaman o el hakim. Espacios amplios para un viaje de encuentro con un humano convertido en un istmo bañado por los mares espirituales y materiales. En contrapocisión, las zonas urbanas contaban con una figura más gris, más reglada y estable, el sacerdote. Actor de una performatividad institucional, su espacio de acción son los edificios –templos, bibliotecas, casas– a lo que entra y sale con el permiso especial de la autoridad. El sacerdote es guardián de la tradición, de la repetición y de todas las formas protocolares que han hecho de su lugar uno privilegiado. A diferencia del mago, su cuerpo no tiene nada de divino, pero hace ingresar a la comunidad de la ciudad en la experiencia espiritual a través de ritos, sacrificios y pertenencia a una estructura soberana. Existe, sin embargo una tercera figura que irrumpe de forma más tardía. No es rural, pero habita la ciudad sólo desde los márgenes. No practica ni la magia ni participa de los poderes establecidos. Se trata del profeta.