A los muertos no se les deja entrar a la iglesia.
Quédense jugando en el jardín,
que los adultos estamos hablando.
Sientan los gusanos lamiendo la piel,
el sol lijando los huesos.
Sé que alguien escucha
estos himnos que
me han enseñado a pronunciar
antes de mi nacimiento
alguien debe entender este idioma de nadie
que a nadie pertenece, que
desde la nada invocamos
-¿Estás ahí, Padre, escuchándome cantar? Yo escucho tu respiración. Huelo ese aliento a lengua disecada. Es como la carne de vaca, pero más dulce.
Silencio
-¿Y esos ojos de vaca, también son tuyos? Te he visto en las estampitas, en los cuadros y estatuas. A veces los tienes azules. Otras, negros. Son redondos, rasgados, caídos, dos pelotas que se desbordan por una ranura, un trazo, un corte en la carne.
Silencio
–Tu lengua perdió su sangre hace mucho. Yo lo sé. Está conservada. La he visto. No ha envejecido un día. No se descompone.
Pausa
Las niñas católicas están confundidas
sentadas en los bancos de la salida
son las 12 pe eme y sus madres están en camino
se arremangan las faldas para lucir sus muslos
y bajan las medias a los tobillos
pues las canillas tienen la misma importancia
quizás tengan prioridad a los ojos de uno o dos
y ellas están viendo el cielo incendiado, su aridez,
y pensando en las profundidades de la tierra
ocultas por la frialdad del agua.
Los dibujos de sus biblias escolares nunca utilizan
el rojo para el cielo y el azul para el infierno
por eso buscan sus prismacolor y calcan
las nubes siempre inflamadas en la puerta de salida.
Alguien acabó con el azul.
Fuente: Revista Crítica
♦
Imagen principal: Mircea Handabura, here.