Fuente: Antinomie.it
¿Ah, sí? Bon… Esta era una de las expresiones más frecuentes de Jean-Luc. Por lo general, lo pronunciaba abriendo mucho los ojos de asombro, y luego, en el punto álgido del bon, iba acompañado de una apertura de todo su cuerpo en una nueva dirección. Jean-Luc Nancy era un hombre lleno de asombro ante el mundo y de curiosidad por el otro. Cuando algo o alguien desafiaba la idea que se había formado, su primera reacción era el asombro, la suspensión de su propio prejuicio y la consiguiente apertura a un nuevo camino, una nueva posibilidad, inaugurada por el otro. Fue el otro el que lo conmovió. Jean-Luc sentía curiosidad por los demás seres humanos, incluso por los demás seres vivos. Le gustaba escuchar, observar y fotografiar. Le encantaban las videollamadas, tener la presencia del otro delante, observar su cuerpo. Yo solía burlarme de él con buen humor por esta imprudente apertura a los demás. Era capaz de hablar con cualquiera, de escuchar a cualquiera, de encontrar puntos en común con cualquiera. Todavía recuerdo lo mucho que me reí cuando vi un vídeo de una conferencia en la que alguien del público pronunciaba un discurso de varios minutos en un francés incomprensible. Pude ver la cara de Jean-Luc y tenía la mirada de alguien que no entendía nada (como era normal en aquella ocasión) y al final de la intervención de su interlocutor, sin alterarse, dijo algo así como “gracias por su pregunta y su excelente francés, pero no estoy seguro de haber entendido bien…” y luego contestó largamente, intentando una vez más que el pensamiento tuviera lugar en el intervalo que nos separa de los demás y nos hace estar con los demás.
El pensamiento de Jean-Luc -sobre el que volveré cuando haya pasado el dolor de su muerte, y sobre el que muchos otros han escrito y escribirán cosas excelentes- se movía entre distintos polos. Ciertamente, para él, la heterología de Bataille había sido fundamental. El otro, lo que es otro, estaba en el centro de su pensamiento. Fue capaz de encontrar a este otro en todas partes. En filosofía, de vez en cuando, lo había escudriñado en el negativo hegeliano, en el dionisíaco nietzscheano, en la diferencia ontológica heideggeriana, en la différance derrideana y, desde luego, en la alteridad metafísica encarnada en el dios cristiano. Su pensamiento no era sino la encarnación de esta infinita curiosidad por la alteridad. No creo que Nancy haya sido una pensadora de la deconstrucción, si no es leyendo la deconstrucción como una continuación de la heterología, como un discurso sobre el otro y lo otro que nunca se cierra en el yo, en una identidad monolítica y definida.
Jean-Luc se interesaba por el mundo, por todo el mundo, por tout le monde. Le gustaba compartir, con una generosidad incomparable. Era un hombre real y, si esta expresión tiene sentido, era más real que la mayoría. No conoció ningún espíritu trágico. Vivió la realidad del mundo, la acogió. Sí, era un hombre muy acogedor. Dejó que la gente entrara y saliera; les dio la libertad de ser. En otras palabras, era un hombre de amor.