Mauro Salazar J. / Hegemonía. Flujos libidinales

Filosofía, Política

¿Qué es el amor sino comprender y alegrarse de que otro no viva, actúe y sienta de manera opuesta a la nuestra? Para que el amor supere con alegría los antagonismos no deberíamos suprimirlos, negarlos. Incluso el amor a sí mismo contiene como presupuesto suyo la dualidad (o la pluralidad) indisoluble, en una persona”. Nietzsche. Humano, demasiado humano.

Si recordamos la imagen de las palabras y sus consensos visuales, cuál sería el corpus sexual de un término “celebrado” y “manido” como hegemonía (gegemoniya) al interior del modo de producción heteronormado. Las singularidades deseantes en tanto mundos posibles y su reducción al Point de capiton, aún pueden preservar una economía de los cuerpos. En sus flujos libidinales cómo discurre el lugar de la philia en la hegemonía en tanto disposición del cuerpo masculino como gubernamentalidad de los sexos.

Invocamos la trayectoria inestable de un “término” (barítono-relacional) que pudo inspirar la conciencia crítica de la emancipación industrial entre dirigentes y dirigidos desde una consciencia moderna. Los descalces transformadores de Rosa Luxemburgo y la “huelga de masas” y otras tantas luchas, cual archivo que gestiona pulsiones, han quedado enfangadas en la “soberanía” del bloque histórico.

Bajo la socialdemocracia rusa, Alxerod en 1899, luego Plejanov y más tarde Lenin en el imaginario de Octubre. Ya sabemos gracias a la publicación -Best Sellers- de Posthegemonía: teoría política y América Latina que consolidó la reputación de Beasley-Murray (2012) con su provocativa declaración, “[la] hegemonía no existe, ni nunca ha existido. Vivimos en tiempos poshegemónicos y cínicos: nadie parece estar demasiado convencido por ideologías que alguna vez parecieron fundamentales para asegurar el orden social” (2010, 12).

Tal sería un poder constituido que antecede cualquier formación de demandas y que goza de una supremacía de “lo nacional” sobre otras posibilidades de concebir el corpus deseante. La hegemonía materializa el estratagema de un poder que invoca una “narrativa catecista” de los cuerpos como artificios metafóricos, pero pese a esta voluntad no pueden arruinar el contrapoder que ella misma dona a una visualidad dominante. En su gobierno de los cuerpos (más que un devenir-minoritario) escenifica la asimétrica de los desiguales, pero preservando la condición edípica de las elites.

Nos debemos una explicación ante a sus vacilaciones, singularidades y “comercios cognitivos” que, pese a su espectro contrahegemónico, devienen en el dominio cristalizado de la “familia heteropatriarcal” (sentimental, madre cívica, contrato sexual, amor romántico) administrando la distribución jerárquica de los nombres propios. 

En un análisis genealógico-filológico, Peter Thomas (2020), arremete contra Beasley-Murray, Alberto Moreiras y Yannis Stavrakakis, cuando se pregunta si la post-hegemonía es presentada como una teoría que viene después de la hegemonía, ya sea en un sentido cronológico o lógico-conceptual. Para el gramscismo exegético de Thomas, la intervención de Laclau/Mouffe sería el faro de estos autores. En suma, velozmente la hegemonía es calificada de centralización, universalización y homogeneización. En el caso de Alberto Moreiras, el Hegemón mantiene capacidad descriptivo-hermenéutica, pero pierde capacidad transformadora en regímenes post/fordistas. Lo cierto es que la articulación discursiva no tiene la misma eficacia política para descifrar lo queer, los cuerpos disidentes, el régimen visual y un nuevo “horizonte libidinal” -formas de revuelta- que dan cuenta que, el sufijo “post”, van más allá de una figura retórica, o bien, demandas insatisfechas, so pena que aún no migra el nuevo sujeto político.

Enúltima instancia, una hegemonía en sus afanes fácticos, busca no sólo conquistar el Estado, sino diagramar el sentido común, y domar las potencias disruptivas en su diversos “modos de singularidad” (“línea de fuga” de lo sexo-afectivo). Entonces, solo la hegemonía accede a la política -dirá Arditi- y la articulación de causas populares en el plano discursivo, queda en vilo luego de la debacle del horizonte moderno. Tal noción se opone a la dominación precisamente, porque la articulación de las singularidades es incesante y nunca alcanza el punto de identificación con un líder, que siempre la trasciende.

La vida cotidiana debe domesticar la inclusión economía feminista -política afirmativa-y la gubernamentalidad administra una república de los cuerpos. Un trono del pensar bajo la “modernidad tardía”, cuya misión fue usurpar la representación femenina -movimiento de mujeres- mediante formas de naturalización en nombre de las semánticas conservadoras de género y las “sexualidades periféricas”. La fábrica hegemónica -sus luchas concretas y efectos de totalización- estarían afiliadas, cuál más, cuál menos, al dispositivo del género, en su “obsesión” androcéntrica por domar lo familiar-conservador, normar el orden legal, biomédico y social de la diversidad sexual -todo centrado en políticas pedagogizantes de la articulación discursiva-. Hegemonypoint de capiton, en el lacanismo de izquierdas. Con todo, pese a su vocación de impugnación radical, nos enfrentamos a dilemas policiales, ¿Cuál es la relación entre hegemonía como método cultural, el momento de la estrategia y su componente militar? O bien, ¿feminismo post-colonial o hegemonía occidental? Gracias a los colectivos y sus aprendizajes prácticos, la pregunta también porta un revés, a saber, ¿feminismo hegemónico o colonización androcéntrica?

Evitar los campos cerrados de la diferencia, la igualdad y la identidad es un forma de recorrer la arquitectura neomarxista y la comunidad de los cuerpos que hunde sus raíces en los territorios de Tréveris, y los teóricos del Komintern de la socialdemocracia rusa. El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1854) y Lenin en 1902. El post-gramscismo, hasta el “materialismo cultural” de los años 70’, de la mano de Raymond Williams en el XX. Del griego eghesthai, que significa “conducir”, “ser guía”, ser jefe; o del verbo eghemoneno, que significa “guiar”, preceder, conducir, y de donde deriva estar al frente”, comandar, gobernar. La hegemonía hunde sus huellas en las tierras del imperialismo bajo la fricción entre bolcheviques y mencheviques.

Contra la “máquina de comando”, el devenir feminista es una “política de lo múltiple” y la desterritorialización de los dominios específicos, invocando a Deleuze y Guattari (1981). Con todo, ha sido Chantal Mouffe, con su retorno al “agonismo” liberal, quién ha interrogado desde una hermenéutica socialdemócrata (“lo adversarial”) las implicancias posicionales de la teoría hegemónica al interior de las luchas feministas y las demandas ciudadanas (1998) llamando a des-esencializar las identidades y ha evitado los particularismos -separatismos feministas- para impulsar la tarea de la articulación de demandas. La sugestiva propuesta de Mouffe, pese a sus advertencias, comprende un riesgo, a saber, los grupos o minorías que luchan por universalizar sus particularismos pueden asumir las lógicas heteropatriarcales y abrazar una agenda de “reformismo liberal”. La hermenéutica política de Mouffe orientada a una democracia radical, compuesta de una heterogeneidad de movimientos sociales y grupos de resistencia global u otras organizaciones no gubernamentales, pueden quedar capturados y destinados a reproducir la facticidad del virus normativo (institucionalismo o equidad de las políticas del acceso) de las actuales estructuras democráticas y los derechos ciudadanos.

Chantal Mouffe, con su intelección ecológica, nos recuerda que, bajo su democracia hegemónica, no existe un sentido determinable (a priori) al margen de los distintos “juegos de lenguaje”, y que estamos siempre en presencia de un “término posicional”, y no una esencia. Huelga la pregunta por el ordenamiento de la “facticidad democrática” porque en su afán de real politik la hegemonía podría recusar de esteticismo al acontecimiento, las potencias y el devenir. Parafraseando a Ranciere, hay que tener en cuenta que para él pueblo es un acontecimiento, pero si sólo se agota como acontecimiento se puede caer en el hiperpoliticismo de negar la policía que es construcción de orden. Amén de que no ha colapsado -necesariamente- su capacidad descriptivo-hermenéutica, “sino su potencial transformador”. Con todo, su materialidad hereda el dictum de una “masculinidad inclusiva” del reconocimiento (“imperial-reformista”, “racional-inclusivo”, “totalizante-molar”) bajo la sociedad industrial y las políticas ciudadanas (masculinización) del Welfare State. Quizá es posible recusar desde el feminismo, la república de los conceptos –“la economía de la frase logocentrada”- para dar cuenta de un armatoste de falogocentrismo que anida en los pliegues del programa masculino-hegemónico, a saber, los códigos binarios de occidente, o bien, el “patriarcado reformista” -políticas públicas (“reivindicativas”) y reformas del reconocimiento- en las disputas de las minorías sexuales –(“obreras contrahegemónicas”) contra la “dominante del capital”. Tal término, ha impugnado, al menos desde un sabotaje de feminismo radical, la declaración abstracta de los “derechos humanos masculinamente definidos” (“feminismo jurídico” de Catherine Mackinnon), cuando cuestiona el ordenamiento jerárquico de los géneros en las naturalizaciones del poder. En suma, el Hegemón es una categoría anfibia que entra en una deriva heteronormativa y cae en sospecha por su relación archivística con las sociedades de control”. Deriva finisecular que se debe al orden androcéntrico -supremacía- de la máquina abstracto-financiera. Triunfo del sometimiento y la sumisión (gubernamentalidad alogarítmica, realismo, partidos, disciplinas que disciplinan cuerpos) que reduce las potencias sexuales (sentido, sedimentación, goce, cuerpo, heterogeneidad, alteridad) al dominio masculino de la centralidad, el etnocentrismo y las violencias naturalizadas. Si el feminismo es concebido esencialmente como “alteridad”, esto nos lleva a una paradigma deleuziano (1981) de la “desterritorialización” de los regímenes de poder, cosificados en la cultura oficial. La hegemonía confía en la trama ideología discursiva que consagra relaciones pedagógicas para la democracia de los niños y su consumación pasa por voluntades generales.

Un orden “macho de inclusión” y racionalidad abusiva donde las instituciones como “ciencias gerenciales” -modo masculino de producción- han diagramado el campo de los géneros, pese a que las “disputas por la diferencia” nos hablan de fracturas de sentido y emancipación de la subjetividades sirviéndose de los “usos de la hegemonía”. En suma, es necesario abrir el término a lo “plural-discordante” para buscar los márgenes –políticas de lo intersticial dirá Richard concitando a Leonor Arfuch (2020, 45) y desplegar las potencias de los cuerpos y una política de los afectos que libere al feminismo del plano institucional y fortalezca las aperturas de sentido y agenciamientos de género. Al margen del litigio por la “sexualidad de la hegemonía”, y las posibilidades de contrahegemonía, con sus vaivenes, oscilaciones o relaciones cortocircuitadas con el feminismo contemporáneo, es necesario interrogar el reparto de las palabras y las cosas para emplazar desde una política de los enunciados, las posibilidades o estancamientos del programa hegemónico y sus mecanismos de colonización que relegan a la mujer a las estéticas del cuidado, la maternidad y a la institución familiar (sentimental). “Literatura de las mujeres”, dirá Miguel Valderrama en Papel Maquina (2020, 48).

Ya en 1906, y con una profunda fuerza intelectiva, Emma Goldman sostenía en La tragedia de la Emancipación feminista que “la mujer se encuentra en la necesidad de emanciparse de la emancipación” en clara alusión al movimiento sufragista (“obreras de masa”). Todo ello solazado en un conjunto de “epistemes modernas”. Con todo, un “feminismo de la alteridad”, ya sea como un programa inacabado (¿post-hegemonía?), no puede estar ajeno a los efectos de contaminación discursiva o sostener, lisa y llanamente, una supremacía ética contra lo “masculino singular”. En suma, sabotear la economía política del orden adultocéntrico (“ley del padre”), no implica negar las fronteras mutantes entre cuerpo, identidad y hegemonía, si pretendemos mantener en pie la perspectiva o el gesto des-esencializador sobre el significante mujer como sujeto-objeto del feminismo. Ello tuvo lugar en el Coloquio del CUDS titulado “Por un feminismo sin mujeres” (2011) que, de una u otra manera, buscaba emplazar aquel enunciado, “nosotros las mujeres como espacio homogéneo de exclusión, opresión, dentro del canon occidental. Aquí, sin negar las relaciones de poder, se trataba de evitar el confort cognitivo (fetichizante) que reduce la mujer a lo particular-evangelizador y el hombre a lo general. Dentro de esta comunidad de preocupaciones es bueno recordar que no hay identidades estables, sino incompletud (interacción permanente entre lo literal y lo figurativo), cuestión que ha encontrado un fuerte estímulo en el campo de la deconstrucción y en su afán por impugnar todo residuo ontológico.

En suma, la conocida crítica derridiana a la “metafísica de la presencia” abunda en el feminismo como un campo abierto en la producción de subjetivación. En este sentido, se abre una posibilidad más penetrante que, sin negar el orden de la “facticidad androcéntrica”, ubique al campo feminista como una lengua -no purificante- que rechaza creativamente la tentación monolítica de las identidades cerradas y se abre a las intersecciones de sentido para emplazar las prácticas institucionalistas y sus vectores de violencia. Ello también evita la dicotomía entre texto femenino y texto masculino. Lo último comprende un trayecto de ida y vuelta entre identidad y diferencia como un espacio fisurado (feminismos blancos, de la cuestión social, de la plasticidad, militantes, radicales, de la insubordinación en Nelly Richardchicano-fronterizo en el caso de Gloria Anzaldúa, etc.) evitando la monumentalización -dogmas categoriales del género- de uno de ambos lugares y las dicotomías que tornan improductiva una “política feminista”, como así mismo, su energía crítica para abrazar los espacios fisurados de las identidades (Feminismos post-humanos de Butler -la performatividad que devela lo Queer– y Haraway -polivocalidad-). En este sentido el feminismo, en sus intersecciones político-semióticas, es un lugar medular al interior de los estudios de género. Es posible hablar de masculinidades como representaciones, prácticas de sentido y sistemas de creencias, sin tener que recurrir obligatoriamente a una concepción sexual (biomédica) del hombre. De igual forma, la analogía entre ser mujer y hablar en códigos feministas.

Aquí, conviene advertir que una exacerbación de lo femenino en clave deconstructivista tiene el riesgo de trasladar todo al campo de “juegos de lenguajes” -giro lingüístico- y evadir la corporeidad (materialidad) mediante abstracciones o flujos hipertextuales que pueden subestimar las relaciones de poder -facticidad de la dominación- a las que se enfrenta la crítica del género, a saber, opresiones de género, subjetividad, raza y heterosexualidad e identidades marginalizadas en distintos diagramas materiales y mediáticos. La doble afirmatividad implica un momento de intimidad identitaria (presencia) y también lo posicional en el campo de una política trans-femenina donde el “activismo híbrido” emplaza al feminismo de la acción directa.

El gobierno de los cuerpos, en tanto régimen de propiedad, ha sido emplazado desde diversos movimientos feministas donde las minorías sexuales impugnan la economía libidinal del “mainstream patriarcal”. Por fin, emplazar al capital en las expresiones que develan la hegemonía evangélica de los acuerdos patriarcales.

Mauro Salazar J. Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera.

Bibliografía de referencia

Beasley-Murray, J. (2010). Poshegemonía: teoría política y América Latina (traducción: Fermín Rodríguez), Argentina, Paidós, p. 136.

Haraway, D. (1992). “Ecce Homo, Ain’t (Ar’n’t) I a Woman, and Inappropriate/d Others: The Human in a Post-Humanist Landscape”, Judith Butler y Joan W. Scott (eds.), Feminist Theorize the Political, London, Routledge.

Laclau, E. (2008a): “Atisbando el futuro”. En Critchley, S. y Marchart, O. (2008): Laclau. Aproximaciones críticas a su obra, FCE, Buenos Aires, pp. 347-404

Mackinnon, C. (2014). Feminismo inmodificado. Discursos sobre la vida y el derecho, Buenos Aires, Siglo XXI editores. pp. 20-21

Moreiras, A. (2021) El “filósofo democrático” y la post hegemonía”. Res Publica. Revista de Historia de las Ideas Políticas. Ediciones complutense.

Mouffe, C. (2001). “Algunas observaciones sobre política feminista”. Transversal. El Cos de les Idees, 36-41.

Richard, N. (1993). “¿Tiene sexo la escritura?”. Masculino/ femenino. Prácticas de la diferencia y cultura democrática, Santiago de Chile, Francisco Zegers. Pp. 31-45. Texto presentado en el primer Congreso internacional de literatura femenina latinoamericana, que tuvo lugar en Santiago de Chile, en agosto de 1987

Richard, N. (2013a). Crítica y política. Conversaciones con Alejandra Castillo y Miguel Valderrama. Palinodia, Santiago. 2013.

Valderrama, M (2020). ¿Tiene sexo la lectura? Revista de Cultura, Papel Máquina N°14. Santiago.

Mouffe, Ch. (1994). Feminismo, ciudadanía y política radical. En Revista de Crítica Cultural N°9.

Thomas, P. (2020), “After (post) hegemony”, Contemporary Political Theory. pp. 318-340

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