Javier Agüero Águila / Badiou lee a Beckett (todo lo demás es divino)

Estética, Filosofía

La intención sería no es solo dar cuenta de lo que Alain Badiou piensa y escribe sobre Samuel Beckett, sino que intuir, ahí donde sea posible, la singularidad de la reflexión del filósofo francés que se desliza desde la lectura que hace y la admiración que profesa por la obra del escritor irlandés. Esa singularidad revela lo que un filósofo-escritor (novelista, dramaturgo, poeta) como Badiou, desde el momento en que descubre la obra de Samuel Beckett, puede advertir sobre la belleza y el amor, por ejemplo.

Sobre el paréntesis todo lo demás es divino, se trata de una cita a Beckett en su el libro El innombrable de 1953, y que Badiou mismo trae en un breve ensayo de 1995 y que titula Beckett. El infatigable deseo. En este escrito Badiou narra, en un tono casi de confesión, que

Y dado que es al leer El innombrable cuando nació mi pasión por este autor, que dura cuarenta años, me gustaría guardar de éste, más que las sentencias sobre el lenguaje que maravillaron mi juventud, ese aforismo que todavía hoy en día me conmociona, cuando el hablador innombrable, en medio de sus lágrimas, convencido de que nunca renunciará, declara:

Yo solo soy hombre y todo lo demás es divino1

Sobre esta declarada conmoción que le produce a Badiou el aforismo beckettiano, la pregunta que me surge es ¿qué sería ser solo hombre? ¿se trataría de algo así como una ratificación evidente? O, quiero creerlo ¿del ser en el extenso perímetro de la soledad que lo devuelve a sí mismo una y otra vez sin que la existencia claudique en su afán de enrostrarnos nuestro monolingüismo rutinario y escisión con lo alternativo? Porque estaríamos autorizados a pensar que en un escritor como Beckett que escribe la frase y en un lector como Badiou que la escoge, el Yo solo soy hombre no es ingenua. No es solo asumir a modo de humilde cotejo que somos esto y nada más. En el Yo solo soy hombre, tal vez, lo que Badiou ve es el temblor (cómo no pensar en Kierkegaard y en Derrida al decir esta palabra) que desespera la existencia misma y que perfora, de alguna manera y con sus estrategias múltiples, nuestro pasar por el mundo y la urgencia de organizarlo día a día con proyectos y fases que sostengan el desborde de esta angustia que amenazará con arrasarnos.

Yo solo soy hombre es una terrible constatación en la que, pienso, Badiou ve insinuarse el acontecimiento irreversible de nuestra finitud de cara a un devenir precipitado. El acontecimiento que, como lo escribe en Lógicas de los mundos “[…] viene a hacer inciso, en el fraseado continuo de un mundo, el frágil centelleo de lo que no tiene lugar de ser”2.

Pero hay un predicado que es tan indeterminado como el sujeto, y es todo lo demás es divino. Lo “demás”, y es lo que nuevamente nos autoriza a pensar, es lo que nos excede pero constituye al mismo tiempo. Es lo que deviene y que, al fin, rodea la experiencia haciendo de nosotros un yo en onda amplificada con lo otro, lo monstruoso3: lo “demás”.

Sin embargo, a su vez, esto “demás” es “divino”, y Beckett los homologa. Ambos se reconocen en la zona vaporosa donde no hay lenguaje ni concepto, solo exceso que habilita en el ser la vivencia mundana de “[…] la decisión con que acontece el alzarse contra la nada”4. (Hermoso pasaje de Heidegger que enuncia en su Nietzsche II).

Pero hablábamos que desde su pasión por la obra de Beckett Badiou deja hablar e irse a su propia lengua, a su propia filosofía. Por ejemplo, sobre la belleza y a partir de la lectura de la última novela escrita por Beckett en 1961 titulada Cómo es, escribe: “Porque toda belleza, y en especial la que él busca, tiene por destino separar. Separar la apariencia, que ella restituye y oblitera, de lo que es el núcleo universal de la experiencia”. Entonces Badiou nos dice que la belleza acontece contra lo absoluto y es, en este sentido, ruptura que sobreviene imponderable. La belleza sería así, el punto radical en el que se estremecen los rituales de una vida que se conmociona, arrebatada de puro devenir.

Así la belleza, como no la belleza, restituye y oblitera, es decir, recompone y tacha en una temporalidad que no es cronológica todos los signos eventuales y es ella quien tendría la potencia de dinamitar la ceremonia de nuestros días divididos en tramos estructurados, esos que vienen programados por la insistencia de un logos sustantivo y jerarquizante.

Y continua Badiou: “Tomar al pie de la letra Beckett es indispensable. Al pie de la letra de la belleza. En su función separadora, la letra nos anuncia lo que es preciso desdeñar para encontrarse enfrente de lo que puede valer”5.

Tomar al pie de la letra Beckett no es una invitación de Badiou a leerlo literalmente; a extraer de su obra algo así como consideraciones matemáticas de su literatura que fijen la hermenéutica propia de una crítica literaria formal. Se trataría de la letra y su pie, reconociendo en ella una cierta anatomía que implica ir a la búsqueda de lo más fundamental, de lo que nos sostiene; del pie como lo primordial que permitirá el conjunto-belleza –el todo-belleza– y esto es, nos apunta Badiou, lo indispensable.

Pero aún más radical Badiou; siempre más, apostando por una filosofía que no se realizará nunca sin riesgos, nunca decolorándose en la lisura taciturna de los entreguismos ni políticos, ni argumentales ni poéticos. No, más riesgos. Una filosofía generosa en su desmesura y en su darse. Esto es lo que me produce fascinación cuando leo y vuelvo a él. Porque después de escribir Tomar al pie de la letra Beckett es indispensable, va indicar Al pie de la letra de la belleza, haciendo de Beckett y la belleza en este sentido una sola trama, sin guiones ni puntos suspensivos, pero acentuando los signos de exclamación ¡Beckett es la belleza! Y ambos se levantan sobre el mismo pie de letra que les inyecta el pulso, porque “[…] la letra nos anuncia lo que es preciso desdeñar para encontrarse enfrente de lo que puede valer”6, sea en la escritura impresa o en la poética de los fantasmas que sobrevuela como ausencia en los libros de Samuel Beckett y que Badiou hace suya.

Entonces se podrá decir algo sobre las palabras de Badiou, e intento leer, ahora yo, al pie de la letra Badiou (au pied de la lettre Badiou), y pienso que este habría sido un mejor título para este texto. Entonces Al pie de la letra Badiou. Hubiera preferido, insisto, ese título. Y siento un extrañamiento, una falta de algo que no fue o, si lo fue, me llega como vaguedad, como el éter de un futuro anterior, o más bien como una nostalgia del presente… ahora que soy. O como lo que el filósofo, en el momento que lee Compañía (1974) de Beckett llama “[…] el nocturno de la reminiscencia”7. Y también “[…] el “inciso poético del recuerdo”8, de la novela Cómo es.

Poco valdría –al pie de la letra Badiou– reafirmar la belleza de esta constelación de palabras, cada una es oro; queman con el fuego poético que siempre alumbra la escritura del francés que nació en Rabat y que era considerado entonces un pied noir, un “pie negro” (otra vez el pie como una suerte de significante en Badiou); poética que se enciende en él cuando lee al pie de la letra Beckett, pero también a Safo, a Mallarmé a Víctor Hugo o a Rilke, y que nos permite resentir su poética flotando como astronautas hermeneutas en la mitad de un planeta, pareciera, deshabitado, pero que nos deja siempre “el nocturno de la reminiscencia”.

¿Hacia dónde va Badiou que lee a Beckett con estas palabras?

Así comienza la trama especular de nuestras sensaciones de cara a una escritura sin permutas ni concesiones de notaría. Nocturno de la reminiscencia, o, de otro modo, el recuerdo impreciso, medio informe que se incorpora con todo el sentido del mundo no en la noche, sino en su nocturno, que no es lo mismo. La nostalgia, el dolor, lo perdido, lo irremediablemente perdido (como lo escribe Roberto Bolaño), el remordimiento que inflama, son reminiscencia, pero una que se diferencia por su nocturno, por reverberar en la oscuridad y ser nictálope, es decir, tener esa extraña capacidad de algunos animales de ver de noche como si fuera día: el murciélago, por ejemplo. Entonces la belleza que es Beckett para Badiou no es la prueba de una voz presente y diurna, sino de una que se desliza ausente y noctámbula.

Creo que al final estamos hechos de reminiscencias que no dejan de venir y estrellarse, –solas o como legiones– y nos asolan en su nocturno con la locura inclemente de su temporalidad imprevisible, dejando en suspenso la imagen especular de nosotros mismos; y digo la palabra especular en su doble, es decir en lo que tiene de espejo y de lo que no tenemos certeza; la angustia reconocida en la cual nos desplazamos.

Ahora este pensamiento de Badiou cuando lee Cómo es y que hace emerger una sentencia y todas las fugas interpretativas. Y es hermoso: “El inciso poético del recuerdo”. No solo porque deja entrever en la escritura de Beckett la irrupción de un síncope que distorsiona, con su incesante sucesión de perplejidades y silencios fantasmas, toda comprensión que pretenda ser lineal, sino igual porque el inciso, en este caso, es poético y acude desde la memoria para recortar la experiencia y hacerla una con el acontecimiento.

Tenemos una memoria que no se ajusta, anárquica y que se resiste a ser vacía, un páramo llano sin mil mesetas; es una resistencia poética, una suerte de mnemotécnica que produce (desde una zona sin lenguaje ni palabras sino, justo, desde el inciso) la política sin arraigo de un existir también errante, o destinerrante dirá Jacques Derrida. En fin, lo bello como indicación poética de un destierro; la inclinación radical al amor loco en el que estallan las diferencias y nos reencontramos con Dios, o algo así como el último de los dioses. O como lo piensa Heidegger: “El último dios es el comienzo de la más larga historia en su más corta vía. Se requiere larga preparación para el gran instante de su paso”9.

Dos sobre el amor

Leyendo la novela Murphy (1968) de Beckett, Badiou verá en el acontecer del encuentro intempestivo lo propio del amor. Escribe: “El encuentro permite que surja el Dos y fractura el encierro solipsista”10. En este sentido, podríamos aventurar que el amor es una grieta en la que caemos y en la que nos reunimos con alguien más; es descenso vertical y espaciamiento sin cardinalidad que solo es posible cuando sentimos el caos desesperante y el vértigo de una cierta nada. Pero hablamos aquí de una nada que nos hace escapar de la soledad (a Badiou le llama particularmente la atención que en la novela Compañía la última palabra que escribe Becket sea: “solo”) y nos aparta del monolingüismo del que hablábamos más arriba; el amor como hendidura es unión en el vacío y renuncia involuntaria al sí mismo como sutura.

El encuentro, la caída, la nada y la tersura de lo inenarrable; el aliento de lo desproporcionado que me anexa a la otredad, y aunque siempre deambuló a modo de síntoma de una potencial vida con el otro –sin darse ver y como el fantasma de una unión– era el amor en espera: el hiato por el que nos deslizaríamos hacia lo indestinado.

Por eso Badiou asume también, ahora leyendo Assez de 1966 (Basta),un cuento no muy conocido de Beckett, que

El amor es este intervalo por donde se persigue hasta el infinito una especie de indagación sobre el mundo. Pues el saber se experimenta y se transmite en él entre dos polos irreducibles de la experiencia, se sustrae al tedio de la objetividad, está cargado de deseo y es lo más íntimo y lo más vivo que poseemos11

Entonces el amor como exploración, como búsqueda. Pero no cualquiera, sino una suspendida en el vivir extrañado de una temporalidad intermedia, propia del inciso –por volver a esta palabra– que el amor mismo nos hace, esa suerte de navajazo que le aplica a nuestra vida predecible y ceremonial. El amor, si es una palabra, es, al decir de Gilles Deleuze, palabra esotérica”12, fruto del desborde del sentido que nos impacta como sinsentido; fábula de lo completamente inédito.

Y esto porque el uno y el otro en el amor no se emparentan nunca en la misma experiencia, si bien el encuentro, como dice Badiou permite que emerja el “Dos”, cada cual se aferra a su propia caída, pero, y es la diferencia con la soledad, plenos de alteridad… “ebrios de goce ininterrumpido” (Derrida).

NOTAS

1 Badiou, A. Beckett. L´increvable désir, Hachett, Paris, 1995, p. 9 (las cursivas son de Badiou). Habría que decir que este texto es del año 1995, por lo que, a esta altura, “la pasión” de Badiou por Beckett dura 70 años.

2 Badiou, A. Lógicas de los Mundos. El Ser y el Acontecimiento 2, Eds. Manantial, Buenos Aires, 2008, p. 63

3 Hacemos nuestra, en este punto, una de las tantas reflexiones de Jacques Derrida sobre lo monstruoso: “El porvenir sólo puede anticiparse bajo la forma del peligro absoluto. Rompe absolutamente con la normalidad constituida y, por lo tanto, no puede anunciarse, presentarse, sino bajo el aspecto de la monstruosidad”. Derrida, J. De la Grammatologie, Le Minuit, Paris, 1967, p. 14

4 Heidegger, M. Nietzsche II, Destino, Madrid, 2000, p. 327

5 Badiou, A. Beckett…, op. cit., p. 9

6 Ídem

7 Badiou, A. Beckett…, op. cit., p. 15

8 Íbid., p. 16

9 Heidegger, M. Aportes a la Filosofía. Acerca del Evento, Biblos, Buenos Aires, 2006, p. 332

10 Badiou, A. Beckett…, op. cit., p. 56

11 Ibid., p. 59

12 “Las palabras esotéricas propias de Lewis Carroll son de otro tipo. Se trata de una síntesis de coexistencia, que se propone asegurar la conjunción de dos series de proposiciones heterogéneas, o de dimensiones de proposiciones (lo que es lo mismo, ya que siempre se pueden construir las proposiciones de una serie haciéndolas encarnar particularmente una dimensión)”. Deleuze, G. La lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1989, p. 64

REFERENCIAS

Badiou, A. Beckett. L´increvable désir, Hachett, Paris, 1995

Badiou, A. Lógicas de los Mundos. El Ser y el Acontecimiento 2, Eds. Manantial, Buenos Aires, 2008

Deleuze, G. La lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1989

Derrida, J. De la Grammatologie, Le Minuit, Paris, 1967

Heidegger, M. Nietzsche II, Destino, Madrid, 2000

Heidegger, M. Aportes a la Filosofía. Acerca del Evento, Biblos, Buenos Aires, 2006

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