Lo que llamamos filosofía no es quizás, en última instancia, sino el gesto de quien pone en cuestión su propio pensamiento, y precisamente por esto Platón en el Parménides nos ha dejado no una doctrina, sino algo más precioso: el paradigma de un pensamiento que se expone a su propia imposibilidad. El joven Sócrates que es refutado por el viejo Parménides no es simplemente un personaje dramático, sino la figura misma del filósofo que debe confrontarse con la aporía constitutiva de su saber. Que Platón haya elegido mostrar la derrota dialéctica de su maestro frente a las objeciones del tercer hombre y a las paradojas de la participación no es un ejercicio académico, sino el gesto supremo de quien comprende que la verdad no reside en una teoría de las Ideas que se posee, sino en la experiencia misma de su disolverse.
La originalidad no existe – no puede existir – porque todo pensamiento auténtico es siempre ya una reescritura, una parekbasis, un desplazarse al lado de sí mismo. Como el gobierno justo desvía necesariamente en la tiranía permaneciendo sin embargo gobierno, así el pensamiento que busca aferrar el ser termina por perderse en la aporía, permaneciendo sin embargo pensamiento. El Sócrates del Parménides no es el original del cual los otros diálogos serían copias – es más bien la copia de una copia, como Platón mismo nos sugiere a través del complejo marco narrativo donde Céfalo cuenta lo que Antifonte le dijo haber oído de Pitodoro.
Esta mise en abîme no es un artificio literario sino la estructura misma de la filosofía: no existe un Sócrates original como no existe una Idea del Bien que pueda ser poseída de una vez por todas. Y sin embargo – esta es la paradoja – es precisamente en el asumir hasta el fondo esta imposibilidad que el pensamiento se vuelve posible. La indeterminación no es lo que viene después del fracaso de la determinación, sino lo que desde siempre la habita y la hace viviente. El diálogo no es la forma exterior de la filosofía platónica, sino su contenido más propio: el lugar donde el pensamiento, confrontándose con su propia aporía, descubre que la verdad no es algo que se posee sino algo que acontece – o mejor, que no acontece – en el espacio siempre abierto de la conversación.
Imagen principal: Gerhard Richter, Abstraktes Bild (P1), 1990/2014

