El movimiento Bloquons tout (bloqueémoslo todo), protagonista de la gran jornada de movilización del pasado 10 de septiembre, se configura como enésimo episodio —queda por ver cuán significativo— del ciclo de luchas y movimientos sociales que ha atravesado Francia desde 2016 (movilización contra la Loi Travail, Nuit Débout, Gilets Jaunes, movimiento contra la reforma de las pensiones de 2023) y que en gran medida coincide con los años de la presidencia de Macron (iniciada en 2017). Los distintos movimientos de este ciclo pueden caracterizarse en general como una gran, obstinada y prolongada reacción de una parte importante de la sociedad francesa al ambicioso proyecto de reestructuración neoliberal del país llevado adelante en estos años por la “Macronie” de manera cada vez más autoritaria: Bloquons tout no es una excepción.
El movimiento aparece en efecto en línea inmediatamente después del anuncio del proyecto de ley de finanzas del gobierno Bayrou, que propone drásticas medidas de austeridad (entre las más significativas, la congelación de salarios y pensiones de los empleados públicos y la supresión de dos días festivos) para sanear una deuda pública creciente, añadiendo otra pieza al proyecto global macronista de desmantelamiento del Estado social y de neoliberalización de la economía del país. El proyecto de ley se presenta desde el principio como particularmente inicuo e insoportable, no solo por la propuesta simbólica y abiertamente provocadora de suprimir dos días festivos sin ninguna contrapartida económica, sino sobre todo porque la crisis de la deuda francesa de los últimos años —que, por lo demás, ha ocasionado recientemente una rebaja de la calificación crediticia de Francia por parte de las agencias de rating— ha sido causada en grandísima medida por las enormes desgravaciones fiscales concedidas en estos años por los gobiernos de la presidencia Macron a las empresas y a las rentas más elevadas.
El llamamiento a bloquearlo todo para el 10 de septiembre circuló inicialmente en grupos en línea —en particular en Telegram— de orientación generalmente soberanista, en los que tanto los contenidos de la movilización (un resentimiento genérico contra la iniciativa del gobierno y contra Macron) como las iniciativas propuestas (por ejemplo, el boicot de las tarjetas de crédito) permanecían muy vagos; sin embargo, fue retomado casi de inmediato y enseguida hegemonizado por militantes y simpatizantes de la extrema izquierda —La France Insoumise (LFI), en particular—, del mundo asociativo y de la galaxia de los colectivos autónomos, que impusieron las consignas y reivindicaciones y empezaron a elaborar propuestas concretas de acción para la jornada. Si las primeras no hacían sino retomar los contenidos elaborados por los movimientos sociales de los últimos años, es decir, una crítica radical del proyecto de sociedad del neoliberalismo macronista y la dimisión del presidente, más original fue en cambio la idea de concretar el eslogan bloquons tout en la propuesta de una serie de bloqueos extendidos en lugares estratégicos (nudos del transporte, circunvalaciones de las grandes ciudades, centros de la logística…), llevados a cabo por grupos móviles y flexibles, con un acento en la multiplicación de las acciones más que en la concentración de todas las fuerzas en un único punto. El movimiento se dotó además rápidamente de una estructura asamblearia extendida, compuesta por asambleas generales en todas las grandes ciudades francesas y carente de una coordinación central. Las asambleas, organizadas a partir de finales de agosto, han alcanzado a menudo cifras importantes (entre trescientas y cuatrocientas personas en las diversas asambleas parisinas) y han constituido los principales lugares de decisión de las consignas y de las acciones de la jornada.
El movimiento fue recibido con entusiasmo por LFI, que llamó a sus militantes a unirse a las protestas, y de manera positiva por los Ecologistas y el PCF, mientras que la reacción del PS fue decididamente más tibia y temerosa. En cuanto a los sindicatos, si bien muchas federaciones locales, en particular de la CGT y de Solidaires, se unieron a la movilización, las centrales nacionales de los sindicatos confederales decidieron convocar una jornada de huelga para el 18 de septiembre.
Pasando a la jornada en sí, el balance es ambivalente. Estuvo marcada por dos momentos claramente distintos: los bloqueos de la mañana y las manifestaciones de la tarde.
Los primeros fueron a menudo ineficaces o poco significativos, salvo alguna notable excepción en ciudades como Rennes y Nantes, bastiones históricos de la izquierda antagonista. La razón hay que buscarla principalmente en el imponente dispositivo de orden público movilizado para la ocasión: 80.000 agentes, una vigilancia capilar de los lugares estratégicos también mediante drones, uso masivo de la tristemente célebre BRAV-M (brigadas motorizadas de policías empleadas en estos últimos años sobre todo en la represión de las marchas salvajes y de pequeños grupos de manifestantes), métodos decididamente musculares con uso masivo de gases lacrimógenos, granadas aturdidoras, etc. Pesó sin duda asimismo el rechazo de los sindicatos a unirse a la jornada de movilización con una huelga general, dejando la decisión a las federaciones locales, así como un nivel de organización todavía incierto, a veces confuso.
Las manifestaciones de la tarde fueron en cambio claramente más logradas: entre 200.000 y 250.000 personas (estimaciones, ambas muy probablemente a la baja, del Ministerio del Interior y de la CGT, respectivamente) participaron en las cerca de 600 marchas organizadas un poco por todo el país, de dimensiones a veces imponentes (como en París, Nantes y Marsella). Sobre todo, se trató en su inmensa mayoría de marchas salvajes y no autorizadas, que a menudo consiguieron eludir con éxito el dispositivo policial y poner en jaque el tráfico urbano, inmovilizando zonas enteras de las ciudades. En París, una enorme marcha salvaje bloqueó por completo el Boulevard Sébastopol, el principal eje norte-sur de la ciudad, para luego desviarse hacia el oeste, en dirección a los barrios más ricos, ya objetivo de las manifestaciones de los Gilets Jaunes. El intento fue rechazado con decisión por un enorme contingente de fuerzas del orden, que cargó varias veces contra la marcha obligándola a retroceder.
Las marchas confluyeron al final del día en grandes asambleas generales: unas 1.500 personas participaron, bajo un aguacero, en la de París, pero también se registraron cifras imponentes en Lyon y Nantes, entre otras. Si bien algunas de estas asambleas decidieron jornadas de movilización para los días siguientes, sin esperar la huelga convocada por los sindicatos para el 18 de septiembre (Nantes, en particular, con una pequeña marcha el día 13), la impresión general en este momento es que las asambleas han perdido por desgracia un poco del entusiasmo y del empuje organizativo de principios de septiembre y que el movimiento está ahora simplemente a la espera de tomar parte en la jornada del día 18, sin haber decidido aún en qué forma y con qué modalidades.
El desarrollo de la jornada del día diez y de las semanas que la precedieron nos permite esbozar algunos elementos de análisis del movimiento en curso, manteniéndonos naturalmente conscientes de la fluidez y la dinamicidad de una situación que sigue evolucionando.
A día de hoy, el movimiento Bloquons tout puede caracterizarse en términos generales como una nueva recomposición de toda esa galaxia de militantes, colectivos, asociaciones, etc., que participó activamente en el movimiento contra la reforma de las pensiones de 2023 y que, dentro de aquel movimiento, tendió cada vez más a sobrepasar el encuadramiento decidido por los sindicatos (desde el calendario de las manifestaciones hasta los métodos de lucha en la calle y en otros lugares), en particular mediante la multiplicación de marchas salvajes al margen de las sindicales y, más tarde, completamente autónomas. Aquellas marchas fueron sin duda entre los momentos más conflictivos del movimiento de 2023: en el momento de máxima tensión, entre finales de marzo y principios de abril, hubo varias al día durante más de una semana en muchas ciudades francesas, reprimidas con una oleada sin precedentes de miles de detenciones. Más en general, se trató de un enorme momento de subjetivación política para toda una generación, demasiado joven aún para participar en el movimiento de los Gilets Jaunes. Esa galaxia participó después en las marchas y movilizaciones a raíz del homicidio del joven Nahel Merzouk por parte de las fuerzas del orden, en junio de 2023 (aunque mucho menos en los disturbios urbanos que durante una semana sacudieron las banlieues francesas), así como en el movimiento pro Palestina; por último, se movilizó en las manifestaciones y en las jornadas convulsas que acompañaron la disolución de las cámaras decidida por Macron en el verano de 2024 y las elecciones relámpago que siguieron, ganadas por el Nouveau Front Populaire.
En este contexto, el elemento de novedad más significativo del movimiento actual está representado por el intento de estructurar esa galaxia en una organización autónoma mediante el instrumento de las asambleas generales. Aunque todavía embrionaria, la tendencia es sin duda interesante y rica en potencial: sobre todo porque no parece converger hacia la creación de una estructura política, sino más bien hacia la constitución de una plataforma de expresión, reivindicación, organización y reclutamiento por fuera de partidos y sindicatos pero en relación dialéctica con ambos. En una palabra, la red de asambleas generales podría finalmente dar forma política y voz a esas huellas de poder constituyente que a menudo se han manifestado —es el caso de decirlo— en Francia en el actual ciclo de luchas y movimientos sociales, retomando el trabajo comenzado brillantemente hace algunos años por la Assemblée des assemblées de los Gilets Jaunes.
Lo dicho hasta ahora debería dejar claro cuán arriesgada es la comparación con estos últimos, pese a cierta retórica utilizada ampliamente por la prensa y representantes políticos. Un segundo elemento de análisis concierne de hecho a la sociología del movimiento, decididamente distinta de la de los Gilets Jaunes. Los manifestantes del 10 de septiembre son en gran parte jóvenes estudiantes de secundaria y universitarios, a menudo ya politizados a la izquierda; los pensionistas y los obreros, dos categorías centrales entre los Gilets Jaunes, están infrarrepresentados. En una encuesta sociológica realizada en los grupos de Telegram del movimiento, solo el 27% declara haber sido Gilet Jaune en 2019. Si la memoria de aquel movimiento está ciertamente viva, tanto en las prácticas (marchas salvajes) como en las consignas y reivindicaciones (ante todo, la dimisión de Macron) y en el posicionamiento relativamente autónomo respecto a partidos y sindicatos, lo está mucho más la del movimiento más reciente contra la reforma de las pensiones. Por último, respecto a los Gilets Jaunes se observa una mayor presencia de personas racializadas, a menudo muy jóvenes: sin duda un resultado de las movilizaciones por Palestina de los dos últimos años, que, entre otras cosas, han creado por fin las condiciones para un encuentro entre grupos sociales demasiadas veces separados, en Francia como en otros lugares.
Como se ve, se trata de una composición por ciertos aspectos interesante y nueva, pero que presenta también límites evidentes: el movimiento no ha logrado hasta ahora movilizar ese enorme segmento del país que participó en el movimiento de los Gilets Jaunes y que luego se ha dispersado al menos en parte entre el abstencionismo y las tendencias conspiracionistas. Por ahora no da la impresión de que el movimiento haya conseguido despertar e involucrar porciones de la sociedad distintas de aquellas que ya se habían politizado en estos años.
Un tercer elemento de análisis concierne la relación con el sindicato. Entre las victorias que el movimiento del 10 de septiembre puede ya anotarse está indudablemente el hecho de haber cambiado en parte las relaciones de fuerza tradicionales con los sindicatos confederales. Como recordábamos arriba, es sin duda cierto que la adhesión de las federaciones locales y, con más razón, de las centrales sindicales nacionales ha sido relativamente escasa, limitando de manera patente el alcance de la jornada; por otro lado, sin embargo, la presión ejercida por el movimiento mediante la organización de la jornada del 10 de septiembre obligó a los sindicatos a posicionarse y a convocar a toda prisa otra jornada de movilización, brindando una ocasión para prolongar y expandir el movimiento social. Se trata de una dinámica inversa respecto al movimiento contra la reforma de las pensiones, en el que los sindicatos confederales definían el ritmo y la naturaleza de las movilizaciones y el resto del movimiento seguía pasivamente intentando, cada vez, aportar prácticas nuevas a las plazas. Los límites de tal configuración resultaron, en su momento, del todo evidentes: desde la elección de espaciar entre sí las jornadas de huelga hasta la gestión de las manifestaciones, desde la excesiva atención por la política parlamentaria hasta la espera de un momento de mediación política con las fuerzas de gobierno que nunca llegó. Bloquons tout ha logrado hasta ahora modificar los términos de la relación, imponiendo una relación dialéctica desequilibrada a su favor: las próximas semanas nos dirán si será capaz de mantenerse en esta posición de fuerza o si se dejará volver a encuadrar dentro del enésimo movimiento social a la francesa, capitaneado por los sindicatos.
Un último elemento interesante a subrayar es el modo en que la galaxia de la izquierda autónoma, los sindicatos conflictivos y algunos partidos de la izquierda han reaccionado a la aparición de un movimiento en línea espurio y potencialmente ambiguo, pero con consignas y reivindicaciones interesantes. El contraste con lo que ocurrió con los Gilets Jaunes no podría ser más evidente: si entonces muchos militantes autónomos y, más aún, partidos y sindicatos dudaron durante mucho tiempo sobre la posición a adoptar respecto al movimiento en curso, en esta ocasión la receptividad ha sido impresionante, tanto que, como recordábamos al principio, el movimiento fue hegemonizado por completo en el plazo de pocos días. La lección de los Gilets Jaunes se ha aprendido sin duda, vista la rapidez con que se vislumbró, en la nebulosa contestataria que empezaba a manifestarse, una ocasión que no había que perder para sentar las bases de un nuevo movimiento social; por otro lado, el proceso ha sido quizá excesivamente rápido, en la medida en que la politización del movimiento probablemente ha alejado a personas que podrían haber participado —y politizarse en su seno. Si sería un error grosero atribuir a esta dinámica la sociología por momentos limitada del movimiento actual, no por ello deja de ser una cuestión —casi una paradoja política— sobre la que también sería un error no reflexionar.
Concluimos. El movimiento del diez de septiembre sobreviene en un momento de aceleración del giro autoritario del macronismo y de gran ascenso del neofascismo lepenista, en el que los espacios de disenso parecen estrecharse de manera inexorable. En este contexto, podría haber inaugurado un nuevo episodio del ciclo de luchas que ha afectado a Francia en los últimos años, aportando al mismo tiempo, aunque con todos sus límites, elementos de novedad de alto potencial político. Solo su desarrollo sistemático podrá contribuir a la necesidad ya existencial de reintroducir algo de posible en una actualidad política cada vez más asfixiante.
Actualización: La huelga del 18 de septiembre
El desarrollo de la jornada de huelga del 18 de septiembre nos permite añadir algunas piezas adicionales al análisis del movimiento en curso.
La movilización fue globalmente un éxito: no solo en términos de participación, con excelentes porcentajes de adhesión a la huelga en la educación pública, los transportes, el sector energético y al menos un millón de manifestantes en las centenas de marchas en todo el país —lo que hace la jornada comparable a las del movimiento contra la reforma de las pensiones, aunque no a las más participadas—; sino también en lo que concierne a los efectos políticos inmediatos. La demostración de fuerza de los sindicatos parece haberlos devuelto, al menos temporalmente, al centro del debate público y político tras la derrota de 2023, tanto que el nuevo primer ministro Lecornu se vio obligado a declarar que las reivindicaciones de los sindicatos estarán en el centro de las discusiones sobre la próxima ley de finanzas.
Y sin embargo, lo que más se esperaba de la jornada era naturalmente el encuentro entre el movimiento Bloquons tout y la movilización sindical, es decir, las formas en que las dos almas del movimiento social en curso iban a interactuar. Al final de las marchas, el balance que cabe hacer es por desgracia negativo: si con toda seguridad los manifestantes del diez de septiembre engrosaron las filas de los cortejos sindicales y en particular de los cortèges de tête —porción de los desfiles franceses ocupada ya tradicionalmente por la galaxia autónoma—, el movimiento no expresó un modo de participación unitario, organizado y visible, ni mucho menos prácticas específicas y reconocibles. Bloquons tout parece haberse diluido, en suma, en el interior de los cortejos sindicales, aceptando pasivamente su encuadramiento. El único signo, bastante limitado, de la participación del movimiento en la jornada lo representan algunos intentos de bloqueos durante la mañana: intentos que, como los de la semana anterior, fueron por desgracia en gran parte ineficaces.
Parece, en definitiva, que aquella dialéctica virtuosa que el movimiento había logrado esbozar con los sindicatos ya ha entrado en crisis, y que la movilización en curso se está estructurando en la forma del clásico movimiento social a la francesa, a imagen del que fue contra la reforma de las pensiones. Tanto es así que el calendario fue retomado de inmediato por los sindicatos, en forma de un ultimátum dirigido directamente a Lecornu: los sindicatos esperarán hasta el 24 de septiembre una eventual respuesta del gobierno a las reivindicaciones de la jornada, antes de convocar una nueva huelga.
En este contexto, se hace aún más urgente para el movimiento volver a desarrollar el potencial visto en la calle el día 10, con el objetivo mínimo de organizar su propia presencia en la calle y, más en general, las modalidades de participación en las próximas fechas.
Andrea Di Gesu es doctor en filosofía política. Especialista en el pensamiento de Wittgenstein y de Foucault, trabaja sobre el concepto de democracia radical, el pensamiento político italiano y la teoría crítica contemporánea. Actualmente es profesor contratado en la universidad Sciences Po de París. Para DeriveApprodi ha coeditado el volumen de Che cos’è la critica? (2024) y escrito Wittgenstein e il pensiero politico. Linguaggio, critica, prassi (2025).
Fuente: Machina Rivista
