Javier Agüero Águila / La herida en vida. Sobre una frase de Pablo Oyarzún

Filosofía

Perdido en otras búsquedas encontré, por azar, esta cita del filósofo Pablo Oyarzún Robles: “[…] el sujeto sólo es posible en la inminencia de su pérdida”1. Y en una suerte de fuerza inercial, de esas que no se ven venir –y que se enganchan con los senderos múltiples por los que nos puede llevar la escritura y frente a los cuales no tenemos la más absoluta capacidad de decidir nada–, la reflexión de Oyarzún se estrelló contra mi propio texto.

Mi asombro no se relaciona, en este pasaje específico, con algún punto filosófico original tocado por Pablo Oyarzún; este tipo de idea escatológica y poética relativa al sujeto siempre sensible a su disolución la encontramos en distintos autores contemporáneos (Bataille, Derrida, Benjamin o Cioran, en fin. El etcétera sería largo). Sin embargo, el impacto vino por la simpleza de la reflexión y el pórtico al que habría; de una manera tan sencilla y estructural a la vez, y en el que al enfrentarlo no pude sino comprenderme en la desolación de una existencia siempre acechada, bajo asedio, mas, y aquí la radicalidad en la profundidad escritural del filósofo chileno, aquí es donde se reafirma algo; el pasar por un mundo que, en su variabilidad total respecto de la experiencia humana, tiende a hacernos más conscientes de la vida cuando todo está por pulverizarse, extinguirse, borrarse.

Y nosotros vamos siendo arrastrados por todo eso que no tendrá sino la única opción de emparentarse con la muerte; y esto es extremo, en el sentido que nada puede ser más explicativo de una vida que cuando se asume la inmanencia del yo en coordinación exacta con el fin. No hace falta ser heideggerianos para tomar esta constatación como coordenada filosófica (o quizás sí).

En una frase terrible, por ejemplo, Jacques Derrida escribe en Schibboleth que “Cada hora cuenta su holocausto”2. El pasaje es un misil al ir siendo vivos, en el entendido que, de estarlo, siempre la hora anunciará el fin del juego, “el quema todo”; en esta línea no tendríamos cómo intervenir ese delta inédito que es la hora marcada por su fin a cada instante. No obstante, y como lo es siempre en la filosofía del argelino, esa hora que cuenta su holocausto es del mismo modo una reafirmación de la vida hasta en la muerte. Y no hablamos en este punto de esta o aquella muerte simbólica. No, sino de la muerte biológica, de la biodegradación. Es aquí, en el instante en que el final se revela en plenitud y entonces todo se hace absoluto y magnético, que la vida cobra un sentido, uno frágil, colindante con la desaparición, pero sentido al fin y al cabo.

Se trataría de intuir la ausencia, a cada segundo, a cada hora, en cada fragmento diario, sin que el tiempo final deje de traslucirse de alguna manera. Solo entonces se puede decir “sí, sigo aquí y no allá, de este lado y no del otro”.

O así como lo indica George Bataille a quien, es seguro, Pablo Oyarzún conoce muy bien al igual que a Derrida: “Trascendemos aún la existencia debilitada: pero a condición de perdernos en la inmanencia”3. No es ingenuo sostener que hay una suerte de vitalismo en Bataille; “un persistir”. Sin embargo, se asume que esta trascendencia se presiente ahí donde la existencia es sacudida, de nuevo, por la muerte. De este modo, no podemos sino trascender en un cierto aquí y ahora, entregados a la infinitud de la inmanencia que viene a ser la transparencia del mundo; una trascendencia intramundana donde el paso por la inmanencia radical nos desborda y nos enfrenta a lo maldito, a lo que nos destruye, a la “negatividad sin uso”4.

También vale preguntarse, desde la citada frase de Pablo Oyarzún, si lo que se revela aquí no es acaso un abismo. Planteado en forma de pregunta ¿entre la afirmación del sujeto y su desaparición no se abre, ahí mismo en la reivindicación de la vida ante la muerte, un abismo que podría llamarse “devenir”? Esto es ¿lo que siempre está viniendo sin llegar o anunciar su venida, sino que solo como un acento brutal y desestructurante en la normalidad del protocolo de una existencia? Al fin: ¿Hay porvenir en el afirmar la vida ante el rostro descubierto de la muerte?

Y podemos ir nuevamente a Derrida y recuperar en su pensamiento la idea de que “El abismo, si lo hay, es que haya más de un suelo, más de un sólido, y más de un único umbral. Más de un único único”5. El caer sin dejar de caer es la condición de lo abismal en este punto. No hay entrepisos, ni plataformas o estadios intermedios que gradualicen la caída; se cae y cae por siempre, de lo contrario no sería un abismo sino una grieta, una fisura en el continuum de la vida propiamente tal en la que, en algún momento, seremos recibidos por un suelo o un subsuelo. Entonces, el que el abismo sea más de un “único único”, implica a todos los abismos posibles –incluso los imposibles que traslucen los posibles–; no hay cuenta, no hay narrativa, no hay un “segundo a segundo”, solo la precipitación sin fronteras de un vuelo descendente en el que no habrá nada, nunca más nada, la herencia de la nada o, como lo escribió Borges en su poema “El suicida”: “Lego la nada a nadie”6; como si supiera que desde su laberinto ciego y repleto de imaginaciones ya no volvería, porque había encontrado su abismo absoluto: el suyo, el propio, el grial suicida.

¿Es aquí que se reafirma el sujeto en la frase de Pablo Oyarzún? Quiero decir ¿hay espejos, reflejo, fractales en la inminencia de la pérdida del yo que devuelvan esa misma imagen al mundo, ahora, eyectado del abismo (siendo al tiempo sus testaferros)? ¿Es esta la zona íntima del sujeto donde se le autoriza a firmar y decir “sí, yo sigo aquí”?

Agradezco el azar que me llevó a encontrarme con este pasaje del gran filósofo Pablo Oyarzún. De alguna extraña forma, en un juego alquímico del pensamiento, sus palabras perforan un momento en que la existencia desfallece y, por lo mismo, no se rinde, sino que sigue siendo la herida en vida, supurante: la espera en la esperanza.

NOTAS

1 P. Oyarzún. “Suceso y teleología. Un indicio sobre la «lectura» de Kant en Kleist”, Ideas y Valores, 66, 163, 2017, p. 309.  

2 J. Derrida. Schibboleth pour Paul Celan. Galilée,1986.

3 G. Bataille. Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte. Taurus, 1979, p. 193.

4 En el texto de 1944, “El culpable” –que junto con “La experiencia interior” de 1943 y “Sobre Nietzsche: voluntad de suerte” de 1945– dan forma a la trilogía llamada Suma ateológica –Bataille escribe: “Una vez acabada la historia, la negatividad quedaría sin uso […] La negatividad sin uso destruiría a quien la viviese” Ver G. Bataille. El culpable. Taurus, p. 66.

5 J. Derrida. Seminario. La bestia y el soberano, vol. I. Manantial, 2010, p. 388.

6 J.L. Borges. “El Suicida”, en La rosa profunda, Emecé, 1975.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.