Cada generación debe, en relativa opacidad, descubrir su misión: cumplirla o traicionarla. —Frantz Fanon
Nuestra generación está contra la pared. Y por generación no entendemos la división mainstream por grupos de edad, sino más bien a todos aquellos que, en un momento dado, se hacen las mismas preguntas y enfrentan los mismos problemas. La pared a la que nos enfrentamos es la del sentido. Esto es lo que nos hace huérfanos. Huérfanos políticos; huérfanos de formas, explicaciones y palabras con las que dar sentido a la conflictividad histórica en la que estamos implicados. Como observó Jacques Camatte en 1973,
Los militantes pasan de un grupo a otro y, al hacerlo, “cambian” de ideología, arrastrando cada vez el mismo lastre de intransigencia y sectarismo. Algunos logran trayectorias muy amplias, pasando del leninismo al situacionismo, para redescubrir el neobolchevismo y luego pasar al consejismo. Todos se topan con este muro y son rechazados, más lejos en unos casos que en otros.1
Este efecto de rebote siempre está presente: algunos se vuelven marxistas después de ser rechazados por los fracasos de una lucha territorial, otros se convierten en formalistas rebotando contra las decepciones de la comunidad, y otros más son impulsados al movimientismo por los fracasos de su grupo. Todos buscan en estas diferentes formas las respuestas que iluminarán la situación y les darán los medios para luchar.
