En el panorama actual de la novela nacional se pueden encontrar propuestas que avanzan por diferentes derroteros e inquietudes, muchas de las cuales son difíciles de ser adscritas a un estilo definido. No obstante, la escena independiente ofrece discursos pletóricos de creatividad y exentos de límites estéticos. En este caso la apuesta de Emilio Ramón con su novela “Los Muertos no escriben” brinda aire fresco y nos traslada irrevocablemente a los autores de fines del siglo pasado, con sus discursos embadurnados de impresionantes bandas sonoras, drogas y postmodernismo muy en la senda de autores como Irving Welsh, Nick Hornby o Thomas Pynchon.