En el panorama actual de la novela nacional se pueden encontrar propuestas que avanzan por diferentes derroteros e inquietudes, muchas de las cuales son difíciles de ser adscritas a un estilo definido. No obstante, la escena independiente ofrece discursos pletóricos de creatividad y exentos de límites estéticos. En este caso la apuesta de Emilio Ramón con su novela “Los Muertos no escriben” brinda aire fresco y nos traslada irrevocablemente a los autores de fines del siglo pasado, con sus discursos embadurnados de impresionantes bandas sonoras, drogas y postmodernismo muy en la senda de autores como Irving Welsh, Nick Hornby o Thomas Pynchon.
La presente novela expone una esperpéntica galería de personajes inspirados, en su mayoría, en exagerados referentes del mundo literario nacional, todo esto bajo una pátina de sucio surrealismo que se va fraguando hasta lograr una obra que, si bien mantiene esa extravagancia y cuotas de humor, decanta en una historia fantasmagórica de implicancias sicológicas y contraculturales.
El hilo conductor de la trama se centra en el personaje de Camilo K, escritor venido a menos, que vive del recuerdo de la publicación de su único libro, que con los años se convirtió en una obra de culto: “El Dildo en Llamas”. Junto a un grupo de desadaptados de distintas índoles, deciden crear una editorial independiente, acto que constituye un pretexto del autor para transitar por un mundillo marginal y desenfocado de la realidad y del sentido común, todo ello ambientado con rock, drogas, anécdotas hilarantes y reflexiones sobre el paso del tiempo y la responsabilidad como respuesta al desorden de cada una de las existencias presentadas. Dentro de este desarrollo, hay un punto crucial de la novela, donde ocurre una bifurcación: se disocia el espacio sicológico de la obra, en un comienzo atada a un realismo sucio, para tender hacia un mundo casi onírico, donde se mezclan las imágenes, acciones, delirios y obsesiones perversas de los personajes como si adquirieran materialidad. Y es aquí donde las referencias a la mítica novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, se tornan más que palpables, otorgando espesor a las acciones de los personajes y una salida sicodélica a la historia. Desde el bar Comala que es una especie de portal hasta el derruido departamento donde se ubica la editorial Perro Muerto, las reflexiones de los personajes indican el ensimismamiento y el abatimiento sobre lo que no pueden controlar, masticando una malsana sensación de limbo que comienza a poblar la obra una vez transcurrida la mitad del libro.
Que quede claro que el aspecto profundo de esta novela no plantea necesariamente un discurso serio y sobrenatural. Al contrario, la historia fluye debido en gran parte a la abundante cuota de humor que trasunta en ella, sobretodo en lo referente a lugares comunes literarios, pasando por los absurdos nombres de los personajes y esa alusión al accionar de una editorial independiente. Asimismo, la mayoría de las anécdotas de estos personajes, algunos pintados con brocha gorda pero plenos de humanidad, poseen gran hilaridad y desparpajo. Punto aparte son los momentos donde aparecen figuras literarias como Stella Díaz Varín, Roberto Bolaño y Pedro Lemebel, brindando a la historia una desfachatez y ocurrencia que raya en la sicodelia.
Sin duda, estamos frente a uno de los títulos imprescindibles del último año, la cual lleva a nuevas alturas a su autor. En efecto, Emilio Ramón, quien ha lanzado varias publicaciones dedicadas a la música, ahora demuestra su habilidad en la construcción de historias que en este caso trae consigo su propia sonoridad.
Ficha
Título: “Los muertos no escriben”.
Autor: Emilio Ramón.
Editorial Los Perros Románticos, 2022. (Tercera edición)

Juan Manuel Rivas, periodista y poeta, autor de “Ciudad Laberinto” y “La Mutación como Destino”.