Pensar es servir. Martin Heidegger
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Pensar no es una facultad humana, igual que llover no es una facultad ni de las nubes ni de los lugares donde cae. Cuando decimos «llueve» a nadie se le ocurre preguntar «¿quién llueve?». Llueve la lluvia, sin más: es un fenómeno natural. Pero cuando decimos «piensa», nos parece extraño decir que «piensa el pensamiento». Se concibe el pensar como una actividad humana, asociada a una facultad que poseemos en tanto que sujetos que pueden decidir si activar o no dicha facultad. Pero basta poner un poco de atención para darse cuenta de que en realidad el pensar no es algo que hacemos sino algo que padecemos: (nos) sucede. Es más: si nos proponemos pensar no logramos hacerlo; lo que podemos hacer, en cambio, es analizar y/o razonar.
La sensación es que los pensamientos son algo que tienen lugar en nuestro cerebro, lo cual lleva a la ilusión de que este es el órgano que los produce. Pero el individuo no piensa: es el propio pensamiento quien lo hace. Ante el pensamiento somos tan pasivos como puedan serlo las nubes donde el agua se condensa. El intelecto del individuo no puede hacer más que acoger y limitar. Lo que hace no es pensar sino ponerle formas, encajarlo en unas palabras, estructuras e imágenes mediante las cuales trata de captar eso que sucede: el pensamiento mismo. Pero este generalmente se le escapa y pasa, sin dejar más que vagas impresiones.
