En una serie de esculturas-instalaciones de 1981-1985, el artista estadounidense, Charles Ray, nos muestra una extraña relación entre el cuerpo desnudo y los objetos técnicos. Si en varios de sus trabajos está presente el féretro, que indica una relación entre la vida y la muerte mediada por la técnica, en otras ésta se alza como elemento interventor de la vida desnuda. Un brazo insertado dentro de un tubo que sujeta todo el cuerpo nos hace recordar que el sujeto está siempre sujetado y que en su devenir humano, es decir, en su antropogénesis, esta sujeción es una condición de posibilidad. No se es humano en tanto no se está mediado por los objetos humanos. Ellos nos atraviesan y nosotros los atravesamos. Pero también nos ciegan cubriendo por completo nuestra cabeza.
En la serie de esculturas en las que el metal alcanza la cabeza del hombre, no solo está en juego la evidente alusión a la tortura, sino sobre todo que esa tortura es posible porque existe una excepcional racionalidad que la conduce con una recta o una curva hacia el cuerpo que con ella termina vistiéndose. La única vestimenta que queda es la del objeto con el que somos. De ahí que la confusión entre vida y técnica sea para el humano algo tan posible que él mismo deviene un objeto posible de ser colocado en la repisa, que también puede transformarse en urna. Quizá el brazo alargado hacia abajo del hombre cuyo cuerpo se ha teñido del negro de la muerte, que pareciera buscar un contacto con la tierra, pueda abrir una suerte de optimismo, emparentado con la mano que saca una bandera de lucha (roja) cuando parecía que el perfecto cubo ya no dejaba ninguna salida.
Texto: Mauricio Amar Díaz