Una nueva generación de artistas cubanos intuye que ya la inversión de la Historia vale muy poco. El espíritu de la juventud es preparatorio para la diversión que recupere la textura antropológica contra la condición depredadora del encierro. La persuasión (Michelstaeader) es autoconsciente que su fuerza se mide en cómo se substrae de la retórica. De ahí que la persuasión no sea una imposición de la razón. El persuadido jamás es un agente de la acción, sino un virtuoso en el proceso de su verdad. Y el virtuoso es quien se resiste al juego de la cacería. Por eso en las obras de Camila Ramírez Lobón ya no podemos hablar de un espíritu de vanguardia. El relieve se dota de un gesto profano que conduce al estado total a su ruina. Ahora sabemos que el dispositivo de la vanguardia fue al arte, lo que el leninismo a la política. El gesto profano, en cambio, pone fin al reino de las intenciones que sostienen al monumentalismo iconográfico. Si la autonomía relativa de la cultura operó como “espacio de obra total” del estado revolucionario, el nuevo gesto virtuoso sabe que la vanguardia ya no puede orientar otro destino. De ahí que tras los escombros de la iconología crezcan las exigencias de los discursos, la eficacia de los decretos legales, o los mecanismos de una simbología martiriológica por parte de un estado que cuida al rebaño.
La nueva generación que produjo una “sentada” ante el Ministerio de Cultura el 27N no es propiamente un estallido social, pero tampoco tiene pretensiones de producir una vanguardia intelectual. Toda su gestualidad es una huida de la máquina transcultural como monoteísmo secularizado (una nación, un pueblo, una cultura, una patria). En cambio, la nueva gestualidad artística es la búsqueda insistente de una experiencia. Esta experiencia es, antes que todo, pasión por la irreductibilidad. De ahí que cuando la artista visual Camila Lobón habla de un “deseo de disenso”; en realidad está apuntando a modos por los cuales la textura de la vida deviene disyunción de la fictio estatal. Esta experiencia ha emergido en la comunidad de jóvenes, pero sin lugar a duda es una tonalidad que entroniza con los modos en que la vida ha irrumpido contra el dominio de la técnica a lo largo del planeta. Esta dimensión “experiencial” es, por lo tanto, condición de posibilidad de otro comienzo de socialización. En realidad, lo importante lo ha señalado el pensador chileno Rodrigo Karmy: la política extática de la Revolución Cubana constituye el otro polo de la máquina gubernamental de la civilización latinoamericana. En otras palabras, el estado total revolucionario y la economía del mercado neoliberal han sido los dos laboratorios de una misma filosofía de la historia caída a la producción. En términos de Lobón: un cautiverio zoológico que remite a la prehistoria. Desde luego, lo importante es resistir a la domesticación. Pensar contra el artificio de la máquina gubernamental aparece hoy como una latencia que indica una salida del invernadero.
Camila, me gustaría comenzar proponiendo un contraste generacional. Me parece que el arte cubano de décadas del siglo pasado – tomemos como ejemplo la Generación de los 80 y la irrupción de Arte Calle – quedó preso de un diagrama de vanguardia como mera inversión del estado. Sin embargo, sabemos que la vanguardia no es más que la historia por otros medios (mediante la forma como stasis del péndulo despolitización-politización), cuya compensación reproduce una virtuosa competencia con la vanguardia política. Esto fue así, por ejemplo, en el contexto chileno de la escena de las artes en la post-transición. En cambio, la nueva generación – tu generación – me parece que rompe contra el produccionismo de la vanguardia abriéndose a otra cosa; algo mucho más vital, experiencial, y capaz de asumir la autonomía y los fragmentos. Una fragmentación que, finalmente, sabe que lo importante es la irreductibilidad entre vida y estado (organización de una política total). ¿Qué piensas de esto?
Camila Lobón: Bueno, yo soy de las que mira con nostalgia la producción artística de los 80, esta capacidad de intervención en el espacio público, probando los límites de lo que era permisible, y de alguna manera siento que el destino del país pasa por liberarse del curso del “proceso histórico”. Yo miro con nostalgia los 80 porque veo en esas prácticas una honestidad, una inocencia maravillosa, pues fue el final de una generación que finalmente quedó aplacada. Al mismo tiempo, claro, hay diferencias entre los 80 y nosotros. Hemos crecido con esas experiencias, pero ahora vemos un mercado del arte más presente, con galerías privadas y proyectos independientes. Hoy contamos con otras formas de autogestión que obviamente diluyen las fronteras con lo que es socialmente permisible. Esta es una generación que asume la cuestión del estado con un cinismo otro, pues pone de manifiesto las fronteras entre los derechos ciudadanos y su trabajo como artistas. Yo siempre pienso que es una generación que cuestiona su inscripción ciudadana más allá de toda radicalidad artística. Pienso en lo que sucedió con Ángel Delgado, quien pasó ocho meses en prisión, y ahora lo que ha ocurrido con Luis Manuel Alcántara. Hay un paralelo importante. Esta es una generación que gana terreno en sus capacidades de responsabilidad ciudadana. Diría eso.

Me gusta mucho como hablas del problema del arte desde términos específicamente territoriales. Es como si para el artista de tu generación lo importante se haya vuelto rastrear un poco un territorio, salirle al paso al depredador, y avanzar en la movilidad de la especie. Voy pensando en alto mediante la gramática de tu Breve relato de una visita al Zoológico (2017). En efecto, ahí tenemos una interrupción de la subjetividad, que es el sujeto de la voluntad y de la intencionalidad. Y el territorio no es la ciudad, y por eso no interesa hacerse cargo de la tarea del ruinólogo melancólico. Cuando hablas de “ganar terreno” aparece una intensidad que es desidentificación absoluta en el contexto del cautiverio (estado total). Por eso también me gustó tu intervención en el Ministerio de Cultura, en la cual insististe en la separación entre estado y calle. Tengo para mi que esa separación es justamente atópica, esto es, tierra de nadie, y por lo tanto comienzo de otra cosa, la salida del zoológico. ¿Puedes contar un poco más cómo se dio este encuentro en el 27N en La Habana?
Camila Lobón: Sí, esto de la “calle es de los revolucionarios” me lo dice una funcionaria en un primer encuentro cuando entramos Yúnior y yo entramos al Ministerio, porque Fernando Rojas quería saber de la protesta para una primera negociación. Y esto me lo dice una asesora del ministro. Yo invertí su postura y le dije que no, la calle no es de revolucionarios, y ustedes pasan por encima de todos porque tienen el poder, entonces usted me está negando el derecho al espacio publico. Y eso es simplemente un crimen. La calle es condición de posibilidad para exigir mis derechos habilitados por jus soli, esto es, por mi condición de haber nacido en Cuba. Yo creo que el estado ha sido tan violento ante todo lo que ha pasado, ya que el poder teme ante todo la irrupción de este deseo del disenso. Y este deseo está por encima de la política que han naturalizado. Esto es algo que seguirá intensificándose porque se ha ganado mucho en autonomía frente al estado. El estado estigmatiza y paraliza la vida.

Cuando hablas de autonomía pienso que se trata de la multiplicación de espacios, de una nueva división de poderes, y también de la liberación de la fragmentación en curso. El estado cada vez con más frecuencia aparece como un “vacío” que expulsa a la realidad. De ahí que tenga que ejecutar medidas excepcionales para la domesticar las fugas que buscan una experiencia. En tus dibujos esto aparece de manera muy nítida: la forma de vida en el estado total tiende a la reducción zoológica. Es curioso cómo el estado revolucionario, en nombre de la protección de la socialización, tampoco ha estado en condiciones de frenar la destrucción de la comunidad humana (Gemeinwesen). Mientras que el neoliberalismo lo hace absolutizando la economía como liquidación de la pulsión de muerte; el socialismo revolucionario liquida la economía vernácula produciendo una sobrevivencia de la especie. Lo que me parece bello es que en tus libros esta zoología aparece como una paideia explicada a niños, aunque estos libros no son de literatura infantil propiamente. Desde luego, la infancia no es un momento asilado de la vida humana sino un proceso interminable de la antropogenesis. Es la potencia misma. Y algo de esto, a mi juicio, se deja entrever en tus libros. Pienso en la importancia de la fiesta para tu generación. Y no de una “regulada” mediante procesos compensatorios folclóricos, sino la fiesta como zona de encuentro, deserción, y de hacer vida con los otros. Por eso un amigo argentino ha hablado de la fiesta como una práctica de expresión apocalíptica. “Salir a pasear”: es lo que el estado no tolera, y ahí donde entra en crisis existencial. Pero de eso se trata: invertir los términos de la ficción del Parque Jurásico de la depredación para buscar una salida. En fin, me interesa saber qué piensas de ese cruce entre fiesta y crisis antropológica de la especie revolucionaria…
Camila Lobón: Claro, la fiesta…bueno, de hecho, si me escuchas un poco afónica es porque justo hace unos días estuve en una fiesta después de todos estos días de vigilancia que continúan todavía. La fiesta vigilada, como diría Ponte. Yo creo que, sin duda, en un contexto de estado total la fiesta o la alegría, o el gusto por la vida, se vuelve en una resistencia intuitiva; de no perder el deseo de ser feliz. Nos defendemos en la fiesta. La fiesta o el goce ha sido una forma de escape de la realidad ante la represión. La fiesta es, en primer lugar, un espacio de comunión, de asociación, y de autodefensa colectiva. Y, por otra parte, hay una fuerza de comunicación que es la base de todo acto transformador. No es menor que esto es lo primero que destruye el estado. Y, en segundo lugar, en la fiesta o la desfachatez devienen recursos en reverso. La destrucción del estado totalitario termina en un instituto de sobrevivencia mínima y de privación del alma. Mi metáfora del zoológica para mi es precisamente eso: un cautiverio que pasa luego a estado de subordinación, y que genera un daño antropológico irreversible. Y aunque yo no hice esos libros para niños, lo cierto es que los niños que los han leído han entendido todo. Al menos han entendido lo que había que entender, sin pasar por un registro abiertamente político.
*Imágenes del libro Breve relato de una visita al Zoológico (2017) de Camila Ramírez Lobón.