Alexis Donoso González / Sephirot

Literatura

En Infancia en Berlín hacia 1900 Walter Benjamin revivía la propia experiencia que tuvo con los libros siendo niño. En aquel tiempo, los libros, nos dice el filósofo, «no se leían de principio a fin, sino que se habitaba, se vivía entre sus líneas». De este modo sucede al entrar en la lectura de Sephirot, libro publicado por Ediciones Bogavante (2015) del ahora joven poeta Diego González Sánchez (1997), quien siendo todavía niño escribió esta poesía que, según Tomás Harris en el prólogo, puede ser leída como un «poema extenso», fragmentado en diecisiete títulos.

Entramos en el mito y antagonía de un personaje del video juego Final Fantasy VII de Tetsuya Nomura, no porque sea un niño o adolescente quien escribe estos poemas, sino porque la voz que emerge de ellos, es la de aquel que habita entre sus líneas en el rol de su villano favorito y consumado antihéroe, escogido como alter ego, para dar forma a su desencanto respecto de la realidad consensuada por otros; realidad que se le impone al poeta, y de la que propone por medio de estos poemas, su fuga.

Si aquí nada soy,

¿Qué pierdo con huir de esta página,

Con escurrirme de este aciago llanto,

Con fluir como cavilación, y volar por las esferas,

Las sordas esferas, crueles y hermosas esferas,

Hasta beber la luna y devorar el sol?

Cuando despierte, el mundo seguirá allí.” (P.48)

Por otra parte, cierta madurez y calidad en estos versos nos dicen que parece equivocado pensar que los poemas tienen la edad biológica de quien los escribe. Sephirot, se escribe entre los once y doce años, edad biológica del poeta. A los trece años recibe el “Premio Nacional de Poesía Joven Roberto Bolaño”, pero esto es un mero dato de la causa, porque lo que importa, es que a medida que nos sumergimos en este libro, nos relacionamos con la fertilidad de las lecturas mitológicas, históricas, clásicas que el escritor ha realizado, en donde se nos revela que, la escritura poética no es otra cosa que leer hasta desaparecer en el delirio de lo que se lee.

También fui escriba de un hombre que yace

En la tierra de la gran esfinge

Donde cantan los íbices y los felah a Amon-ra naciente.

Pasé con Augusto César unos días,

Al otro, vi héroes y dragones danzar en sanguinaria lucha.

Renacieron el arte, la ciencia

Y observé a hombres querer ser aves.” (P.9)

Entonces, la idea de que el escritor de estos poemas habita entre sus líneas, se hace latente en cada una de sus palabras, pues, nos enfrentamos a lo que es su experiencia con la lectura, con lo leído-vivido. Se cumple así lo que dice Benjamin en su Crónica berlinesa, «el mundo que se abre en el libro y el libro no pueden ser separados de ningún modo y constituyen estrictamente una unidad». Ahora, con ¿qué edad habita el poeta entre sus versos?, seguramente Gabriela Mistral nos respondería que, “con edad de siempre, sin edad feliz”. González Sánchez, sabe perfectamente dónde queda ese lugar descrito por Mistral. En su poema Jardín de la infancia, nos dirá que es un lugar lejos de las formas del mundo real que Sephirot querrá destruir.

Allá lejos, infinitamente lejos,

En el perdido abismo de la memoria (…)

Cuando la muerte era apenas un susurro

Y la vida todo lo demás” (P. 41)

En un tiempo en que proliferan poetas y publicaciones en soportes tanto físico como digital, cuesta distinguir lo que merece atención. Dejando fuera la poesía de protesta social que requiere análisis aparte. Actualmente, están los que se atrincheran en la poesía de lo cotidiano de Parra, muchas veces malentendiéndola, otras, lisa y llanamente, para justificar su propia mediocridad, y los que pretenden envolvernos con poemas artificiales, escritos por medio de fórmulas casi matemáticas y la efectividad de un discurso intimista, elaborado meticulosamente por el poeta ensimismado en la musiquita de su playlist. De cualquier modo, son poetas que intentan predominar, establecer su hegemonía cultural por medio de redes de autopromoción, pero no dan cuenta de tensión alguna y tampoco entran en tensión con absolutamente nada. Lo que hacen es simplemente poesía de entretención, que busca entretener a quien la escribe como al lector que la prefiere. A diferencia de esta poesía en Sephirot hallamos mayor sustancia y profundidad.

Allá en lo negro, en la infinita negrura,

Cruzando el amargo bosque,

Oirás a un buitre cantar,

Le oirás decir mil y una mentiras que no creerás.” (P. 31)

Talvez Zurita tenga razón cuando —entrevistado por Juan Carlos Ramírez—, nos dijo que «La poesía es un gran arte, pero está muriendo. Si viene un ET a la Tierra a investigar, creerá que no está pasando nada. Pienso en que Nicanor fue malinterpretado cuando dijo que los poetas habían bajado del olimpo. Ahora que se lo carretearon todo, deben volver a subir y vivir con dignidad y grandeza su crepúsculo» (La segunda, abril, 2013). En este sentido, Sephirot no se trata de una oposición al tierrafirmismo de Parra, sino de restituir a la poesía su altura olvidada.

Si este corazón que ama será tierra,

Será tierra bien empleada” (P. 39)

Excusando a Parra del apocamiento de sus émulos que intentan parasitar de la riqueza de su poesía, autoproclamándose como poetas de lo cotidiano. Diremos que, en un camino distinto, la lectura de Sephirot, propone un ascenso a esferas más altas de la poesía; tensión latente entre lo maravilloso y la realidad chata y agobiante que estas otras poéticas describen. González Sánchez nos abre hacia un espacio algo apocalíptico, en el que por medio de una especie de nihilismo positivo, el poeta nos invita a ser parte de su fantasía, donde el desencanto deja de ser negativo para volverse arma de combate contra la estrechez imaginativa, que intenta expandir su hegemonía y totalizar el campo de la escritura poética. Pero como señalan Hugo Montes y Mario Rodríguez, «La casa de la poesía tiene muchas moradas, y no cabe hacer de una de estas toda la mansión» (Nicanor Parra y la poesía de lo cotidiano, 2014)

Allí está mi hogar, frío diamante en el cielo,

Ese es mi lugar, mi amado hogar,

Mi celestial alegría” (P.21)

En Sephirot asistimos a la escritura de una poesía que en su viaje épico y onírico trae de vuelta a dioses, habitantes de las esferas celestes y criaturas fantásticas. El lector, crítico de lo que lee, accede a la opción de no dejarse caer en la trampa de poetas en los que reina sólo el facilismo de entretener o del mercado editorial que puja por imponer ciertas escrituras poéticas, como por ejemplo, las que han sucedido a la llamada poesía de la experiencia de García Montero, pero que en su versión gastada e inferior la tergiversan, pretendiendo acorralarnos hacia el empobrecimiento de la imaginación por medio del camino de la prudencia o mezquindad en la entrega de la pasión. La poesía de la experiencia, según García Montero, proviene de un estudio de Langbaum y «no procura la defensa de una poesía que se limite a narrar testimonios superficiales de la vida». (La poesía de la experiencia, Compilaciones, 1998)

En este primer libro de Diego González Sánchez, hay algo más que un imaginario a la moda, reducido al lenguaje coloquial y “sencillo”, que parte de situaciones cotidianas y realistas. Sephirot, esfera y sendero místico, árbol de la vida —símbolo cabalista— que crece hacia la oscuridad y la luz, cargado, de acuerdo con Harris, «de múltiples, heterogéneas y multiculturales referencias», es el trabajo de un poeta que habita en la pasión de lo que escribe.



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