-Si bien no soy especialista en el autor, pienso que…
¿Adónde apuntaría el tono de esta frase preventiva? ¿Lo haría hacia la legitimidad que el autor y sus comentaristas (la autoridad de una tradición) impondrían sobre la lectura de un libro, sobre la experiencia de pensar e imaginar gracias a un libro? En cuanto lectores, ¿hemos sido lo suficientemente agudos a la hora de luchar contra el orden disciplinar, contra las órdenes ordenadas por las disciplinas y los relatos que a ellas estructuran y las coordenadas con que diagraman la vida? ¿Por qué nos tiembla la mano incluso cuando acariciamos nuestra participación en lo que amamos, nuestro extravío en lo que amamos y nos da qué pensar? ¿Cómo puede ser posible que al momento de un erotismo inconfesable y sin deuda, nos embargue la vergüenza de no sentirnos apropiados para pensar-amar la potencia imaginal que (se) abre (junto a) un autor, que se filtra a través de un autor cualquiera? ¿Acaso esto no se debe a que también nos creemos autores de nuestras palabras, y que esas palabras son nuestras y, por ende, vienen a hablar por nosotros, por nuestra supuesta esencia e identidad? Al menos por un par de horas al día, ¿dejaremos de ser tan cómodos o cobardes? ¿Nos atreveremos a soltar la autoría que se escapa de nuestras palabras, especialmente de nuestras palabras en referencia a un autor de referencia, especialmente de nuestras palabras que al atestiguar un carácter no-especialista sólo idolatran la misma especialización de la cual, con falsa humildad o con solapada envidia, nos consideramos dignos e indignos? ¿Estamos dispuestos a des-apropiarnos de las palabras que nuestra boca reproduce, estamos dispuestos a contemplar el abismo de una boca monstruosamente abierta, origen sin fondo ni fundamento, que deroga la falacia del dentro y el afuera, de lo propio y de la apropiación?
Si queremos dejar de hablar desde la expertise, si podemos hablar el lenguaje del pensamiento modulada por la potencia común de los cuerpos, entonces parece necesario hacer la siguiente salvedad: en lugar de aplicar una cláusula de humildad preventiva que reconozca (pese a desear hacerlo) el no hablar desde el lugar de saber/poder brindado por la experticia, podríamos empezar diciendo que nunca la experticia es capaz de pensar-amar en realidad, de hacerlo con la intensidad de los cuerpos que tocan y remecen a otros cuerpos. Por tanto, antes que advertir o mencionar la carencia de expertise, es mejor callar. Porque, en última instancia, ella es la que no merece pronunciarse ni ser pronunciada: no tiene nada que decir ni es digna de ser invocada, porque ella clausura todo pensar y distancia a los cuerpos del amor que los contacta.
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Habitamos en la episteme del capital. Tendemos a identificar, de entrada y muy burguesamente, a la dignidad con la propiedad. Parece que sólo el experto podría hablar con propiedad, siendo así, digno socio del autor. Así, no resulta un mero accidente que muchos filósofos y profesores ostenten pertenecer a sociedades filosóficas. Los kantianos hablan y escuchan a kantianos; los analíticos hacen lo mismo entre los analíticos: los pájaros pajarean en pajarístico, dirían Jun Luis Martínez. La mímica que moviliza el eco del bramido original -si es que lo hay- sólo constituye el privilegio de unos pocos: los que hablan con propiedad, los dignos del original, aquellos que son especialistas.
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Es un gesto averroísta el hablar de Averroes; pero al parecer sólo puede devenir averroísta quien no necesita verse forzado a hablar de Averroes. Da la impresión que leer a Averroes no es condición necesaria ni suficiente para devenir averroísta: Averroes es un accidente de la historia, pero el averroísmo devendría una necesidad del pensamiento. Tal vez ahí se juegue gran parte de la potencia de un cuerpo que no sólo quiere, sino que puede.
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Hacia el final de la presentación del libro Averroes intempestivo. Ensayos sobre intelecto, imaginación y potencia (DobleAEditores, 2022) irrumpe, con la delicadeza del alba, un intercambio hermoso entre Rodrigo Karmy y José Miguel Burgos. El tema remite a la conjunción entre la imaginación singular y la potencia del intelecto común. Esta conjunción, según la lectura que Karmy hace de Averroes -aunque aquí, como se adivina, poco a poco vaya dejando de importar Averroes y cada vez más la potencia averroísta-, puede expresarse en la imagen de la copulación amorosa. La conjunción es copulación justamente en la medida que relampaguea una erótica del pensamiento: “pensar es amar”, dice Karmy.
Como quien ama sin necesidad de apropiación, sin buscar delimitar el ritmo la vida por los contornos del universo, ni darle al amor un objeto cuya sustancia le sirva para sujetarse, proyectarse o conquistar (¿acaso no son esos los movimientos eminentemente modernos?), como quien ama en el filo de una locura, y mientras pisa las fronteras que une y separa el sexo y de la muerte, se atreve a reafirmar la multiplicidad de la vida, pensar deviene imaginar-amar (imaginar amando) el devenir. Así, paradójicamente, en esa entrega que se expresa en la imposibilidad de apropiación, también se revela la intensidad de nuestra participación en la potencia común del pensamiento. Un pensamiento que pesa, pero no en tanto carga, sino en cuanto caricia: un pensamiento que al mismo tiempo que pesa, intempestivamente flota, place y seduce.
– Por eso, un teólogo quedaría exhausto. – desliza Karmy, con una mezcla de gracia y seriedad.
Breve silencio. Otro relámpago:
– Por eso un teólogo pide que la cópula llegue a efecto y tenga una forma concreta: la del nacimiento. – añade Burgos, en complementaria armonía semántica con Karmy, pero también en participación de aquella potencia imaginal que ha devenido la conversación en su conjunto (y en su conjunción).
Si el teólogo ha de autentificar la copulación amorosa bajo la eficacia destinal del nacimiento y de la encarnación dando, así, continuidad a la especie humana en el rostro de la voluntad personal, el gesto averroísta descentrará tal identidad y concatenación causal-generacional, abriendo paso a la irrupción de la imaginación y a la interrupción de un mundo fatigado, exhausto, de un mundo cansado de conformarse con su mero mundanear. Mundo que quiere pero que no puede, el cual por eso, voluntariamente, engendra a otro, al nacido, en tanto destinado a completar la tarea de capturar de aquel movimiento infinito llamado pensamiento. A veces irrumpe lo que siempre ha estado allí: el devenir y la potencia de la vida.
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¿Acaso no fue esa irrupción lo que, sin saber bien cómo, aconteció en la conversación acerca del libro sobre Averroes? Sí, somos testigo de ello. Y, ¿acaso no es ese mismo gesto averroísta -el acontecimiento de un relámpago- aquello que siempre ha poseído a todos los autores–vehiculizadores de pensamiento resistente a cualquier tipo de autoridad y cuya esencia deviene, ni tan tarde ni tan temprano, potencia imaginal e intelecto común, averroísmo sin necesidad de Averroes? Sí, participamos en ello. Aunque nunca haya leído a Averroes.
Referencias:
Averroes intempestivo. Ensayos sobre intelecto, imaginación y potencia, Karmy Bolton, R.; Figueroa Lackington, B.; Carmona Tabja, M. (Editores), DobleAEditores, Santiago 2022.
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