Joaquín Pérez Arancibia / Huidobro, lo virtual y nuestro devenir

Literatura

Andrés Morales, poeta y crítico, señaló en un antiguo programa cultural, palabras más o menos, que la potencia creativa de Vicente Huidobro alcanza un nivel tal que lograba crea(ciona)r un mundo virtual. Uno que estaba totalmente mudado de aquel viejo cascarón que tozudamente seguía pesando, incluso en los años 30, al mundo por entonces actual. Un mundo que parecía crear toda una tangente en la aparente linealidad de la historia, que desperdigaba fronteras en cada nuevo canto, siendo, por supuesto, el clímax máximo aquel Canto VII, donde ya todo parece reducirse a espasmos eléctricos de lenguaje (si es que por lenguaje podemos comprender aquella asociatividad de letras que sin arraigo en fonema alguno conocido, pudo constituir ese misterioso e inentendible Canto VII, lugar donde residen todas nuestras aprehensiones y todas nuestras admiraciones por aquel poeta y mago).

Entender hoy virtual, por cierto, no tiene el mismo arraigo semántico que buscó en su minuto Morales para hacer comprensible y categorizable su opinión sobre Huidobro y su obra máxima. Lo que buscó señalar el poeta y crítico, es la capacidad siempre sorprendente del poeta y mago de configurar un paralelismo poético con el mundo real, donde pudiera aparecer una doble mixtura: una reacción adversa frente a lo desconocido, así como una adhesión frente a ese nuevo mundo que se nos aparece. De tal modo, lo virtual aparece como lo/el otro, ese enigmático, inconmensurable y diáfano mundo totalmente inexplorable.

¿Huidobro, hoy?

La pregunta de un lector atento es siempre ver qué nos dice un autor hoy. Basta vivir unos años más para hacer centenaria la obra Altazor, y, qué duda cabe, sigue diciéndonos algo. Morales, sin pandemia mediante, muestra la alteridad de un mundo creado poéticamente. El mundo, pandemia mediante, muestra la alteridad de un mundo (¿creado? ¿planificado?) que se disocia de lo comprensible, del cual probablemente bastarán años y conversaciones entre medio para clarificar las palabras justas que permitan volver legible este tiempo. Quizás Altazor, el personaje (Huidobro encubierto), comenzaría por mostrarnos ese Canto VII recitado a viva voz en el Paseo Ahumada (como el poeta Lihn lo hiciera cincuenta años después), para desequilibrar el entendimiento y así equiparar el desconcierto con la esperanza, porque si de algo podemos estar meridianamente claros, es que nos encontramos entre el desconcierto y la esperanza.

¿Virtual, virtuoso, virtudes? ¿Será tan virtual nuestro mundo como a la manera huidobriana de los años treinta? Quizás, frente a tanto desconcierto y tanta esperanza, cabría otorgar una virtud ofrecida por Huidobro en su poema Adán con la cita a Emerson sobre la constitución del poema: Un pensamiento tan vivo que, como el espíritu de una planta o de un animal, tiene una arquitectura propia, adorna la naturaleza con una cosa nueva. Altazor viene bajando en su paracaídas, comienza en el Canto VII y avanza su rumbo.

Imagen principal: Jorge Méndez Blake, Ars poetica (Vicente Huidobro) II, 2021


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