Cada cierto tiempo, digamos sin plazos fijos, se produce el retorno. Las cosas vuelven a ser como fueron, las miradas y los gestos se repiten, las manos que alguna vez se separaron vuelven a unirse y aquellas que se juntaron de nuevo se separan. No se trata de un retorno a lo uno, sino a lo mismo. Por eso es muchas veces imperceptible a la razón. El retorno de lo mismo se siente, se percibe espectralmente. Para el pensamiento es su condición de posibilidad, de modo que no puede habitarlo más que como un anti-pensamiento. Negatividad que es medio. Como el mar infinito en que nacimos hace millones de años y que ahora creemos dominar con el cálculo y la venganza. Pero ya dijo William Blake “El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la ira del tempestuoso mar y la espada destructiva son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo humano”.
El eterno retorno es repliegue, contracción de fuerzas. Materia volcada sobre sí que no llega a ningún punto original. Ningún dios está esperando el retorno de lo mismo, porque ellos también son arrastrados, recreados y arrojados por las arrugas una memoria inhumana. Retorno significa mostrar las cosas como son, irreparables. Ahora que el repliegue ha comenzado, veremos los mismos gestos, las mismas miradas, quizá un poco cambiadas, imperceptiblemente cambiadas.
Nota
Blake, W. “El matrimonio del cielo y el infierno”, en Antología bilingüe, Alianza editorial, 2012, p. 161