Mauro Salazar J. / El Silencio, un residuo ético de la comunicación

Filosofía, Política

a Rodrigo Karmy, quién nos conminó a pensar la revuelta del pensamiento, sin el demiurgo de los indicadores.

Una de la materias que la ensayista Manuela de Barros (París 8) ha interrogado en catálogos y textos críticos es el silencio. En la era del Antropoceno se trata de una noción mucho más expansiva y fructífera que su reducción a la ausencia de sonido. Como teórica de las artes, ha descifrado su polisemia -desmasificando sus usos- que van desde un monasterio en contraste con el bullicioso urbano o los efectos vitriólicos de la industria del espectáculo. “Trotsky gritó después de un discurso vitriólico: ‘¡Matemos a los burgueses!’.

Tal silencio tiene en cuenta los ruidos menores, a saber, comer sin prisas, moverse por la habitación, o bien, los silencios acústicos de una comunidad (paisajes sonoros). Un silencio zumbante también es relativo en temporalidades que migran en un mismo lugar. Parafraseando algún catálogo, “un piso por la noche, una casa cuando los niños duermen, el campo en una tarde muy calurosa o después de una tormenta, o, al contrario, cuando se ha vuelto ruidoso con el trabajo en el campo, etc.”. El silencio es relativo, vasto, complejo y de gran importancia cultural, nos dice la curadora. En los espacios no urbanos es revelador cuando un bosque es diezmado por el fuego del Capitaloceno.

El escritor Japonés Murakami Haruki resume esto en una frase, «el silencio me despertó del sueño…. un silencio repentino puede tener el mismo efecto cuando rompe una sucesión de ruidos”. En suma, son las cromáticas del silencio, de ese tejido intersticial (que entrelaza pausa y habla), que han sido aplanadas por la racionalidad normalizadora y homogeneizante de la modernización (crecimiento, acceso, realismo, disciplina laboral). Lo que ha sido pulverizado por la maquinaria del espectáculo es el silencio -sus despliegues de subjetividad- como espera del acontecimiento que hoy solo inscribe -pálidamente- en la lengua extractivista-mangerial de las palabras.

El ecosistema de medios funge –indefinidamente– como una lengua de la modernización, desplegando sobre sí misma sus hazañas de inversión, sensaciones, tumultos visuales, símbolos mercancías, y la ficción de las oportunidades democráticas.De ahí la necesidad frenética por amueblar siempre el tiempo con significantes modernizantes como única forma de representar el presente exitoso.

Bajo la ficción de la cercanía familiar -obsolescencia del dispositivo matinal- los medios han naturalizado una permanente interrupción del silencio en la vida cotidiana, sustituyendo con ruidos las conversaciones vitales, donde confunden el mundo con su propio discurso. Los medios trabajan en la ideología de la transparencia comunicativa y generan la producción de “acontecimientos oscuros” sobre un campo de diferencias anuladas. Aquí es necesario invocar a los gremialismos periodísticos, sus arribismos cognitivos, empeñados en expulsar -informacionalmente- la revuelta nómada del 2019, conjurando una subjetividad nerviosa y dispersa. En sus ofertas fragmentadas y proliferación técnica, las corporaciones mediáticas hacen que la palabra impaciente devenga inaudible.

En Chile, durante el verano, -las llamas descontroladas del capital devienen en un eco de las lenguas de Chacarillas en 1977- no admiten regulaciones ecológicas, salvo los especuladores del fuego. Aquí impera la furia publicitaria y la sonoridad imperial de nuestro mainstream noticioso que impide la escucha del otro y abunda en la amplificación del anonimato. La tropelía de la desregulación neoliberal es invocada en nombre del “patriotismo globalizante” que reubica la territorialidad de las élites y mantiene el control rural desde la acumulación de capital. Cada verano se corrompe la polifonía del silencio cuando asistimos a la mediatización del “horror” como símbolo purificante. Se trata de una mediatización de las mercancías con un coro de sarcasmos, ironías solidarias y omisiones que ponen al desnudo cómo se quema la “tipología cultural” del “milagro chileno” -mitos del progresos- que habitan en la ley de una eterna “reconstrucción nacional” mediante nuevas cruzadas oligárquicas. 

De otro modo, el fuego es el último recurso del neoliberalismo para perpetrar la velocidad del capital financiero y los gravámenes de un orden post-social. Una venerable bancarización de la vida cotidiana. Según André Le Breton “El drama, la preocupación verdadera, estaría en el silencio de los medios de comunicación, en la avería generalizada de los ordenadores; en definitiva, en un mundo entregado a la palabra de los más próximos y reducido al imperio de nuestro criterio personal”(El Silencio, 2005, p.5). La disolución mediática del mundo genera un ruido ensordecedor, que posterga la búsqueda de sentido en favor de una voz incontenida de velocidad y excedida de evanescencia. Concitando a Carlos Ossa, tales son los desvíos esquizofrénicos de la modernización chilena centrada en una turba de anuncios y usos narcisistas de la palabra.

Luego de ello, la militarización del territorio siniestrado, la corrupción discursiva, toques de queda y cuerpos monetarizados bajo el control oligárquico. No hay nada natural en la medida en que todos los lugares y todos los habitantes de la Tierra hayan sido impactados por el Capitaloceno. Manuela de Barros nos advierte que las premisas de la transición geológica deben problematizar una dimensión fundamental, a saber: el “capitalismo ciego” trasciende la tesis Schumpeteriana (modernizante) de la «destrucción creativa».

Y a no dudar, este verano, cuando se vaya el inclemente viento brotará un “fandango de expertos” y sus silogismos -servicios, desregulación, commodity, consumo conspicuo y episteme crediticia- que “condenaran” a la tierra y abogaran por los beneficios de otra oleada privatizadora. Todo será remitido a esa estética anestesiante del malestar. El malaise de los expertos deviene en una profecía vulgar.

Esa será la hora de la técnica donde los consejeros de la especulación financiera -semiólogos de la economía neoliberal- se quejaran por no haber sido escuchados a tiempo sobre materias de cambio climático. Junto a los bosques siniestrados -silencio inexpresivo- morirán bomberos, brigadistas, policías, pero en ningún caso empresarios, especuladores del consenso, políticos y guionistas del control visual.  En medio del llanto desolador, vendrán las “colectas y la cadena solidaria” en un nuevo régimen carnavalesco de diversión medial. El fascismo es el fuego cultural y empírico fundado en Chacarillas (1977), pero en ningún caso su extinción.

Todo en nombre de una palabra totalizante, la incesante modernización

Mauro Salazar J., Doctorado en Comunicación. Universidad de la Frontera

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.