Gerardo Muñoz / Los balleneros del mundo

Filosofía, Literatura, Política

Rodrigo Karmy me da el pie forzado: “¿Cuál es la figura genealógica que mejor recuerda a esa forma de enemistad? El pirata”. Y en efecto, hay que entender los acelerados procesos en curso como extensas coreografías civilizatorias que ahora, en pleno chisporroteo y agitación, encuentran un temible punto de legibilidad. ¿En qué sentido asistimos a un orden integral de piratas, como sugiere Karmy que leamos el dominio de la política imperial y del imperio de la política? En este punto me gustaría recordar un brillante y ya olvidado libro de Charles Olson titulado Call Me Ishmael (1947), en el que ofrece una interpretación aguda de la esencia y orientación del Americanismo como civilización planetaria. Y es que a diferencia de tantos otros – pensamos en Max Weber sobre el calvinismo y la deificatio comunitaria; o en los marxistas sobre el modo de producción fordista y la revolución pasiva; e incluso si pensamos en la economía del espectáculo y el psiquismo de la cultura de masas – para Olson, quien da un necesario paso atrás, la civilización desplegada por el Americanismo es esencialmente un régimen de producción que nace de la extracción del aceite de las ballenas en el siglo diecinueve [1].

El asentamiento velado del expansionismo al que ha llamado la atención Daniel Immerwahr, sólo puede entenderse si partimos de que el arcana imperi del Americanismo es una empresa marítima que hace del mundo su rehén. Aunque quizás a diferencias de las companies del comercio inglés de la primera modernidad capitalista liberal, al americanismo ya no le concierne la neutralización de un espacio común de intercambio de bienes y valores, sino algo mucho más vasto: la dominación y la extracción total de los mares y las especies. Quien gobierna los mares gobierna la tierra; o bien, dicho en otras palabras, quién está condiciones de orientar el umbral de la tierra lo ha podido realizar porque ya ha traspasado todo límite posible en el arte de la partición telúrica.

El diferencial civilizacional de una apuesta de tal magnitud ahora es evidente: este régimen de producción no tiene como objetivo un territorio ni un modo específico de producción (o no solo, justo este es el punto de inflexión de Olson), sino que su único propósito es la dominación efectiva del mundo. Y solo el mundo puede ser el objeto más codiciado. De ahí que, vale recordar, para Herman Melville – como pone en boca de algunos de sus personajes – la empresa del Americanismo encarna en el tiempo secularizado de la modernidad algo verdaderamente monstruoso: nada más y nada menos que la consumación del espíritu del mal; esto es, el misterio de la inequidad en suspenso y tramitado mediante de la cotización del ballenero más fuerte. ¿Cómo se introduce a la humanidad al suplido del misterio de la inequidad? Pues, no solamente pescando unos a los otros, sino poniendo en duda la propia existencia del mundo. La imaginación religiosa en torno al pescador como symbolon profético de la salvación de la especie humana, tal y como se ilustra en una conocida lámina del Hortus Deliciarum (1167) de la abadesa Herrada de Landsberg, reaparece como una insufrible parodia sacrificial sobre todo lo viviente en la tierra. Como dice uno de los personajes de la novela tardía Pierre (1852): «I hate this world» («Yo odio este mundo»). La fe en el odio es la stimmung fundamental del Americanismo.

Así, ya no se trata exclusivamente de que nos encontramos como rehenes en el San Dominick arrojados a la decisión; se trata de algo más siniestro, letal, e inconspicuo. El ballenero en última instancia no es el político, es el hombre común, un qualunque de “hollow crown”, cuyo destino es el naufragio y su lengua la fuerza. En la lucha existencial entre Ahab y la ballena el único destino es acariciar el suelo del mar, como dice Olson “all scattered in the bottom of the sea” (“hechos pedazos en el fondo del mar”) [2]. La historicidad postmítica del diluvio llega a su definitiva realización en el Americanismo como la génesis de un mundo devastado y sin arca – propalado por la extinción de todas las especies y de todos los mundos y de todas las presencias poniendo fin a la suave música de la redención. Una redención que, no por azar, Melville solo atinaba a encontrar en la posible restitución del jardín originario en las tierras y en el paisaje de Palestina: “Looks pearly as the blossoming / And youth and nature fond accord / wins Eden back…”, dicen unos versos de Clarel (1876).

Poder preservar ese jardín asediado por la fuerza metafísica de los balleneros tal vez sea la última arca que ahora nos queda para finalmente volver a la tierra.

Notas

1. Charles Olson. Call me Ishmael (Grove Press, Inc, 1947), 18-19.

2. Ibid., 73.

3. Herman Melville. Clarel: A Poem and Pilgrimage in the Holy Land (1991), 87.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.