Rodrigo Karmy Bolton / El gran engaño. La paranoia fascista y su cartesianismo vulgar

Filosofía, Política

Hace un tiempo atrás un extraño grupo apareció en Argentina. Se autodenominan “dinonegacionistas” y su movimiento –comentan– consiste en la negación de la existencia de los dinosaurios. En su primer encuentro “internacional” los dinonegacionistas se reunieron frente al Museo Nacional de La Plata. Su tesis: niegan la existencia de los dinosaurios, tanto como afirman que la tierra es plana y que las ciencias, tal como se las han enseñado desde la escuela, son falsas. Asimismo, el “dinonegacionismo” no desaprovecha el momento para deslegitimar la efectividad de las vacunas. Este movimiento podría ser considerado una simple anécdota si es que no apareciera junto a otros miles de movimientos a nivel mundial ligados al conjunto de fascismos que se han arrojado a la época. Todos estos movimientos no ofrecen más que el apuntalamiento civil del discurso neofascista, impugnando –como otrora lo hicieran los “fundamentalistas” estadounidenses a principios del siglo XX- las teorías científicas, las universidades y el ordenamiento basado en la razón.

En su perspectiva, hemos sido víctimas de un gran engaño. Se nos ha dicho toda la vida que las vacunas son benéficas y, supuestamente, no lo serían; se nos ha insistido que los dinosaurios precedieron a nuestra historia evolutiva y no ha sido así; se nos ha enseñado que la tierra es redonda y, en rigor, es plana. Un conjunto de preceptos científicos, en rigor, acusan haber sido parte de una gran conspiración mundial en la que la gente “común y corriente” ha terminado engañada. Una conspiración contra la verdad, en realidad, pensábamos estar en la luz de la razón y, más bien, nos ubicábamos en el cadalso de la oscuridad. La ciencia despunta como un gran engaño que ha causado todos los problemas que sufre la humanidad.

Interesante medir este problema si lo ponemos en relación a un nombre que, desde el punto de vista moderno, constituye el paradigma de la ciencia: René Descartes. En el “Discurso del método” el propio Descartes inicia su meditación planteando la “duda metódica” –en rigor, dice: hemos de dudar de todo cuanto creemos cierto. Los sentidos, la imaginación, la realidad del mundo. Todo aquello sobre lo cual podíamos tener alguna certeza es suspendido, todo lo evidente resulta problemático, todo lo cierto, dudoso. Así, el razonamiento cartesiano llega a un punto irreductible: dudo de todo, salvo de la duda misma. Y si la duda es el modo de pensar, quiere decir que “soy”. La restitución soberana del sujeto aquí ingresa fuerte: la desarticulación de la duda culmina en la restitución del mas pleno orden. Salvo por un problema que aparece, sobre todo, en sus “Meditaciones”: el “genio maligno”. Si dudamos de todo y ahora logro sostener que “pienso, luego soy” ¿qué ocurriría si hubiera algún “genio maligno” –dice Descartes- que me hiciera creer en ello? Pues bien –sostiene- finalmente Dios garantiza que no seamos víctimas de tal “genio” y, por tanto, podamos acceder a la certeza sobre nosotros mismos.

Justamente, el gran engaño acusado por los nuevos movimientos opera exactamente desde la duda cartesiana que siempre ve la paranoia de un “genio maligno” que conspira contra todo lo cierto que creíamos tener en el mundo. Pero de manera inversa a Descartes, para quien, la mathesis universalis –la ciencia- era lo contrario del “genio maligno”, para el neofascismo es la propia ciencia la que ha devenido tal “genio”; la ciencia se convierte en el sujeto de la conspiración y los ciudadanos de la sociedad civil en sus reales víctimas. Si en Descartes había un “Dios” que, al menos, podía garantizar la certeza e impedir que los seres humanos se hundieran en la incertidumbre, en los movimientos neofascistas no existe tal “Dios” y, por ende, todo se convierte en un potencial “genio maligno”: tras el otro siempre hay un “genio maligno”. Este último puede ser el comunismo, el madurismo, la izquierda, la agenda ONU, los migrantes, el feminismo, en suma, un otro amenazante que funciona siempre en la forma de enemigo absoluto o, si se quiere, otro que se respaldaría siempre bajo un determinado “genio maligno” que conspira contra la gente y la somete a su gobierno.

El cartesianismo vulgar funciona de manera paranoide en tanto siempre habrá un “genio maligno” detrás de otro y, por tanto, siempre habrá alguien que querrá engañarnos sistemática y permanentemente. Es precisamente en este juego donde se arraiga la producción de subjetividad del neofascismo: todos somos víctimas. Víctimas de los paleontólogos que sostuvieron que los dinosaurios existieron, de los geólogos que sostienen que la tierra es redonda o de los médicos que afirman que las vacunas son eficaces. Todos somos víctimas de un gran engaño urdido por un “genio maligno” que hoy, el movimiento terraplanista, dinonegacionista o anti-vacunas, nos pretende revelar. Pero, precisamente por esta voluntad de verdad inmanente a estos movimientos es que, a pesar de resistirse al cartesianismo y su “ilustración”, a pesar de impugnar a la “ciencia”, en rigor, no son más que su deriva hipertrófica. Se trata de un cartesianismo vulgar en el que todo se reduce al “genio maligno” que está detrás del otro y que no ha dejado de conspirar contra la gente. Así, todos devenimos víctimas, sujetos portadores de un daño perpetrado históricamente.

Ahora bien, si el neofascismo es la inversión del cartesianismo no significa que lo supere o que no tenga nada que ver con él. En otros términos, el cartesianismo vulgar del neofascismo no expresa una “mala lectura” del pobre Descartes sino una de sus derivas posibles en la medida que todo el sistema cartesiano –aquél que ofrece el ordenamiento y fundamento a la potenciación de la ciencia moderna- está fundado en la paranoia metafísica respecto del “genio maligno”: el otro siempre aparece como un potencial embaucador, un posible mentiroso. De esta forma, si el cartesianismo porta consigo la paranoia del engaño respecto del otro (al igual que el sistema hobbesiano que nos hereda al Estado como Leviatán) ha sido el nuevo fascismo el que ha terminado por desarrollar su forma más extrema al punto de que cualquiera puede convertirse en representante del “genio maligno”, este verdadero Demiurgo que, según el neofascismo, orienta su fuerza a gobernar el mundo moderno.

En otros términos, la lectura paranoide del neofascismo no es extraña al cartesianismo sino una de sus formas que hoy se anudan de manera hipertrófica. Una de estas formas es el “futurismo” que fue clave en el fascismo histórico italiano (Marinetti) y que hoy se expresa en la apología a la nueva era espacial que se abre bajo el nombre de Elon Musk. Futurismo que es cartesianismo en tanto aceleración de la producción tecnológica y, junto a ello, glorificación de sus posibilidades como apuntalamiento del Capital en su momento de crisis y parálisis. De este modo, no existe una contraposición entre ilustración y fascismo sino, tal como vieron Adorno y Horkheimer, la ilustración (el cartesianismo como una de sus formas) constituye la matriz histórico-metafísica del fascismo. En otros términos, el neofascismo es la modernidad misma, en su violencia metafísica desplegada en la forma de la guerra civil planetaria.

Finalmente, ¿qué efecto tiene una doctrina que nos “ilustra” en el sentido de que todos habríamos sido víctimas de un gran engaño? En tanto víctimas solo podemos identificarnos plenamente al Estado sionista de Israel cuya estructura imaginaria se articula en función de producir al judío como la víctima ejemplar, la víctima de todas las víctimas para las cuales no hay nada más que “defensa” frente a los “inhumanos” y “nazis” palestinos (desde los años 50 Israel ha “nazificado” la resistencia palestina). Se trata de convertir a los palestinos en enemigos absolutos.

Ahora bien, si todos somos víctimas la única respuesta frente al otro es la “defensa” del daño perpetrado. Por eso, como la propia historia israelí lo muestra (en tanto la colonización no se ha detenido un solo instante desde 1948) el orden de la víctima se vuelve rápidamente el orden del victimario y la cuestión de la “defensa” un asunto de “ataque”. La “víctima” es parte de un clivaje soberano en el que víctima y victimario se mimetizan entre sí en una misma máquina: una máquina genocida. Por eso, el neofascismo, así como el fascismo histórico (distinción que filosóficamente es irrelevante) se articulan a partir de la aceleración del Capital en la que alta tecnología y mito, futuro y pasado, cielo y tierra, digitalización y sacrificio, se anudan en un mismo dispositivo. El ejercicio de purificación que en Descartes opera con la duda metódica, en el fascismo opera con las máquinas de seguridad y el racismo. Se trata de higienizar el planeta de cualquier “genio maligno” que pretenda hundirnos nuevamente en el engaño.

Mayo 2025

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