¿Qué es una lengua que no comunica nada? Diremos que hay, a menos dos opciones, muy en boga hoy. Una sería el vaciamiento de la lengua, que nos hace decir palabras que ya no significan, porque no se sostienen en ninguna apelación a la verdad. Declararse demócrata, republicano, pacifista o «consciente del problema» ya no implica ni relación con una ética ni con una intención, por más que se redacte en 280 caracteres pareciendo muy importante el anuncio. Un gran influjo de vaciamiento se desplaza así por la lengua, las lenguas. Pero hay una segunda fuerza de vaciamiento que recibe tributo, por cierto de todas las «redes sociales», al tiempo que las hace posible. Se trata de una enorme episteme que ha convertido al mundo en información. Las estrellas son información, mis movimientos son información, mis likes por supuesto, la música que escucho, las transacciones bancarias, los pobres en mi ciudad, los niños aniquilados en Gaza, pura información, es decir, vaciamiento de cualidades para alcanzar la mínima expresión en vistas a su utilidad.
La lengua, como tal, no dice nada porque no tiene un mundo al cual hablar. Y ese es el momento en que ya ninguna historia se puede contar. Ahora las «historias» son imágenes de pocos segundos que aunque muestren todo lo que somos, no comunican nada. En gran medida el horror del genocidio ha sido posible por esto, pues ¿qué se puede comunicar del genocidio? Somos testigos de cómo el cuerpo de los niños vuela en pedazos y ahí sólo tenemos otra «historia», un posteo, que puede ser desechado rápidamente por los algoritmos a cargo (por supuesto me refiero a las corporaciones y sus dispositivos), invisibilizándolos o prohibiéndolos. En el mejor de los casos «le doblamos la mano al algoritmo» y tal imagen del horror deviene efectivamente «viral», es decir, información de alta distribución digital.
Bajo estos términos, la IA no representa sino un tercer paso del vaciamiento, esta vez dirigiéndose, las mismas grandes corporaciones, a las zonas de la creatividad, promoviendo altos niveles de estandarización y reforzamiento de patrones de gusto, de modo que el arte, la música y la escritura, podrían perder esos pequeños detalles que siempre han hecho difíciles de informatizar. Para poder ser útiles en un mundo de la información –porque sepamos que de eso va la cosa– se debe reducir al mínimo la fuga, la salida inesperada. Las risas grabadas de nuestras series favoritas en realidad son las carcajadas de las corporaciones en el proceso mismo en que hasta nuestra risa estaba siendo pauteada. Con la IA ya ni siquiera reímos, damos órdenes constantemente. Se trata de la más sofisticada herramienta –hasta ahora– para hacernos creer que cada uno de nosotros controla su situación. Un prompt no es otra cosa que el juego de la performatividad del lenguaje, propia del soberano. Un juego sin risa, en el que el solipsismo de la experiencia se convierte en el proyector de más información, lista para ser almacenada, codificada y vendida.
¿Es posible que la lengua vuelva a decir algo? Tal vez, sólo tal vez, nuestra búsqueda por encontrar un soporte a la lengua nos nubla su verdadera fuerza, que no es tanto lo que dice, ni en base a qué lo dice, sino el hecho mismo de que diga. Una lengua destinada a decir algo no es una lengua, sino una estructura vacía. Que la lengua pueda decir y no decir al mismo tiempo es lo que la libera, la saca del destino del prompt y de la vacuidad de los conceptos. Pero para poder decir y no decir, la lengua necesita romper las barreras del solipsismo al que ha sido condenada por la tecnología capitalista. Una lengua nueva, lanzada a la aventura, es siempre una lengua común. Sólo allí, en lo común, la lengua encuentra salvación.
Imagen principal: Sissi Farassat, Sue, 2023

