Magaly Ruiz Mella / Historias mapuche. Eliana, el Mapuzungun. Una vida posible

Estética, Filosofía

Sobre Epew Txem Kulelu. Historias Mapuche de Eliana Albino Caniu, 2018

Los momentos de vigor son esenciales para la “comunidad de los afectos”. No son ficciones, menos si distan de estar anclados en las distopías del presente. Bajo la biblioteca de la modernidad, la amistad es catalogada como un lugar enrarecido que occidente ha declarado una “cama mullida”. Un encuentro en la diferencia, en los incordios, en relaciones que hacen del otro la perpetuación de la sombra, o bien, contienen las diferencias en una “política de los afectos” (lugar de la máscara). La amistad “sería” una zona gris que abunda en pactos de productividad, en porosidades. Querríamos instalar otra ética de los afectos territoriales.

Magaly Ruiz Mella / Lingüístico y creativo: un ser humano al fin

Filosofía

El libro Cantos de Vida y Esperanza, publicado en 1905 contiene uno de los poemas íconos del poeta nicaragüense, Rubén Darío que lleva por título Lo Fatal. Los primeros versos dicen lo siguiente:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente.”

Si nos concentramos en algunas palabras de estos versos nos damos cuenta que el sufrimiento del yo lírico es ser consciente de la vida. Pero por qué este dolor y de dónde proviene este dolor. La respuesta está en el verso “ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.

Giorgio Agamben / Comas y llamas

Filosofía, Política

A un amigo que le hablaba del bombardeo de Shanghai por los japoneses, Karl Kraus le contestó: “Sé que nada tiene sentido si la casa se incendia. Pero mientras sea posible, cuido las comas, porque si los que tuvieron que hacerlo se hubieran preocupado de que todas las comas estuvieran en el lugar correcto, Shanghai no se habría incendiado”. Como siempre, el chiste esconde aquí una verdad que vale la pena recordar. Los hombres tienen su morada vital en el lenguaje, y si piensan y actúan mal, es porque su relación con su lenguaje está corrompida y viciada en primer lugar. Hace tiempo que vivimos en una lengua empobrecida y devastada, todos los pueblos, como decía Scholem de Israel, caminan hoy ciegos y sordos sobre el abismo de su lengua, y es posible que esta lengua traicionada se esté vengando de algún modo, y que su venganza sea tanto más despiadada cuanto más la hayan estropeado y descuidado los hombres. Todos nos damos cuenta, más o menos claramente, de que nuestra lengua se ha reducido a un pequeño número de latiguillos, que el vocabulario nunca ha sido tan estrecho y gastado, que la fraseología de los medios de comunicación impone su miserable norma por doquier, que las conferencias sobre Dante se dan en mal inglés en las aulas universitarias: ¿cómo, en tales condiciones, puede alguien esperar ser capaz de formular un pensamiento correcto y actuar en consecuencia con probidad y prudencia? Tampoco es de extrañar que quienes manejan semejante lenguaje hayan perdido toda conciencia de la relación entre el lenguaje y la verdad y, por tanto, crean que pueden utilizar palabras que ya no se corresponden con ninguna realidad, hasta el punto de no darse cuenta de que están mintiendo. La verdad de la que hablamos aquí no es sólo la correspondencia entre el discurso y los hechos, sino, incluso antes, el recuerdo del apóstrofe que el lenguaje dirige al niño que pronuncia con emoción sus primeras palabras. Los hombres que han perdido todo recuerdo de esta llamada sumisa, exigente y amorosa son literalmente capaces, como hemos visto en los últimos años, de cualquier maldad.

Judith Revel / El nacimiento literario de la biopolítica

Filosofía, Política

Resulta bastante paradójico querer anclar el concepto foucaultiano de biopolítica –que aparece, como sabemos, relativamente tarde en Foucault, hacia la segunda mitad de los años 70– en el corazón de los escritos “literarios” y lingüísticos de la década anterior; o, a la inversa, hacer del interés por el lenguaje, el habla y la escritura –que caracterizó en gran parte los trabajos de Foucault en los años 60– el verdadero caldo de cultivo de lo que emergería diez años más tarde, en medio de una formidable analítica de los poderes, como una nueva problematización de las relaciones entre la subjetividad, el poder y las prácticas de libertad. Paradójico, porque supone enfrentar dos dificultades reales: por un lado, desafiar la división tradicional que en general se somete a la obra de Foucault y que separa claramente los períodos y sus temas de investigación, para intentar, por el contrario, resaltar la figura difícil de una interrogación compleja pero coherente hasta en sus aparentes discontinuidades –en resumen, ligar lo “literario” a lo “político”–; por otro, salvar también a Foucault de una fácil reducción al “viento de época” filosófico, que pretende que, independientemente de sus pertenencias disciplinares, todos los pensadores franceses se involucraron, en mayor o menor medida, con el problema del lenguaje en los años 60 y el del poder en los 70.

Aldo Bombardiere Castro / Lenguaje: red, palabrerías, poesía

Filosofía, Política

Una red. Así de simple. Una red, eso sí, compleja y extensa, tan infinita como confusa. Eso es el lenguaje. Una red que remite a la misma red; una red de cuerdas entrelazadas, cuyos hilos se sujetan, tensan y vibran, se tocan y trastocan, se relacionan y co-constituyen unos a otros, pero siempre de modo pasajero y, a la vez, infinitamente pasajero: en viaje permanente hacia ninguna parte. El lenguaje, concebido en cuanto red, transparenta su guturalidad: los infinitos modos de modular, significar y exorcizar un grito que flota sobre la nada. Modos de mentirnos y modos de convencernos de que se hace imposible cualquier otra alternativa; modos de culparnos y de sobrevivir. Pero también infinitos modos de decir esa única verdad: que no dejamos de ser el lenguaje en el que estamos.

Giorgio Agamben / La verdad y el nombre de Dios

Filosofía, Política

Desde hace casi un siglo, los filósofos hablan de la muerte de Dios y, como suele ocurrir, esta verdad parece hoy aceptada tácita y casi inconscientemente por el hombre común, sin que, no obstante, se midan y comprendan sus consecuencias. Una de ellas -y sin duda no la menos relevante- es que Dios -o, mejor dicho, su nombre- fue la primera y última garantía del vínculo entre el lenguaje y el mundo, entre las palabras y las cosas. De ahí la importancia decisiva en nuestra cultura del argumento ontológico, que unía insolublemente a Dios y al lenguaje, y del juramento pronunciado en nombre de Dios, que nos obligaba a responder de la transgresión del vínculo entre nuestras palabras y las cosas.