Giorgio Agamben / Sobre lo que se acerca

Filosofía, Política

Kavafis usó como epígrafe en uno de sus primeros poemas una frase de Filostrato que dice: “Los dioses sienten el futuro, los hombres lo que sucede, los sabios lo que se acerca”. Los sabios dejan a los dioses -o a los expertos- la predicción del futuro, que siempre está lejos y es manipulable, y a los periodistas el conocimiento -generalmente muy confuso- del presente: solo lo que se acerca, solo lo inminente les concierne y les afecta.

Giorgio Agamben / Nieve en Rumanía

Filosofía, Política

¿A qué somos fieles, qué significa tener fe? ¿Creer en un código de opiniones, en un sistema de ideas formulado en una ideología o en un “credo” religioso o político? Si así fuera, la fidelidad y la fe serían un triste asunto, nada más que el deber monótono y complaciente de cumplir unas prescripciones a las que por alguna razón nos sentimos vinculados y obligados. Una fe así no sería algo vivo, sería letra muerta como la que el juez o el policía se sienten aplicando en el cumplimiento de sus deberes. La idea de que el creyente es una especie de funcionario de su fe es tan repugnante que una muchacha, que había soportado torturas para no revelar los nombres de sus compañeros, a quienes elogiaban su fidelidad a sus ideas respondía simplemente: “No lo hice por eso, lo hice por capricho”.

Giorgio Agamben / El legado de nuestro tiempo

Filosofía, Política

La meditación sobre la historia y la tradición que Hannah Arendt publicó en 1954 lleva el título, ciertamente no casual, de Entre el pasado y el futuro. Para la filósofa judeo-alemana, refugiada en Nueva York desde hacía quince años, se trataba de un cuestionamiento del vacío entre pasado y futuro que se había producido en la cultura de Occidente, es decir, de la ruptura ya irrevocable de la continuidad de toda tradición. Por eso el prefacio del libro se abre con el aforismo de René Char Notre héritage n’est précédé d’aucun testament. Se trata del problema histórico crucial de la recepción de una herencia que ya no puede transmitirse de ninguna manera.

Giorgio Agamben / Las almas muertas

Filosofía, Política

Nabokov, en su libro sobre Gogol’, intentó definir qué es el pošlost’, la miseria barata y ruin en la que viven los personajes de ese inmenso escritor de cuyo abrigo, decía Dostoievski, “salimos todos”. Del pošlost’, emblema, policía y, al mismo tiempo, encarnación es Čičikov, el inefable comprador de almas muertas, es decir, de aquellos siervos difuntos, por los que el amo seguía pagando el testatum, proporcionándoles así una especie de falsa supervivencia. No creo proponer nada descabellado al sugerir que Čičikov es para nosotros un símbolo de quienes hoy gobiernan -o creen gobernar- la vida de los hombres. Como Čičikov, manipulan y trafican, de hecho, con almas que ya están muertas, cuya única apariencia de vida es que ellas mismas pagan los testatis y compran los bienes de consumo que se les dice que compren. Poco importa, pues, que esas almas estén realmente muertas o que sólo lo parezcan a quienes las gobiernan, ya que lo esencial es que se comporten -y lo hagan bien- como si estuvieran muertas. “Sí, claro que están muertas”, dice Cicikov de sus almas, “pero, por otra parte, ¿qué sacamos hoy de los vivos? ¿Qué clase de hombres son?”, y al interlocutor que objeta que éstos al menos están vivos, mientras que sus almas no son más que una ficción, responde indignado: “¿Una ficción? ¡Pues sí! Si las hubieras visto… Me gustaría saber dónde encontrarías semejante ficción.

Giorgio Agamben / Elogio de un escritor

Filosofía, Literatura

El 30 de mayo de 1939 fue enterrado en el cementerio de Thiais, en París, un hombre cuyo funeral había sido bendecido por un sacerdote católico, aunque nunca había sido bautizado. Era judío, pero sus amigos judíos renunciaron a recitar el Kaddish. Probablemente había muerto de delirium tremens, pero los médicos diagnosticaron un síncope. Era ciudadano de la república austriaca, pero se declaró súbdito de los Habsburgo.

Giorgio Agamben / Las dos caras del poder 4: anarquía y política

Filosofía, Política

Fue un constitucionalista alemán de finales del siglo XIX, Max von Seydel, quien planteó la pregunta que hoy suena ineludible: “¿qué queda del reino si le quitas el gobierno”? En efecto, ha llegado el momento de preguntarse si la fractura de la máquina política de Occidente ha alcanzado un umbral a partir del cual ya no puede funcionar. Ya en el siglo XX, el fascismo y el nazismo habían respondido a esta pregunta a su manera mediante el establecimiento de lo que con razón se ha llamado un “Estado dual”, en el que el Estado legítimo, fundado en la ley y la constitución, está flanqueado por un Estado discrecional que sólo está formalizado parcialmente y la unidad de la máquina política es, por tanto, sólo aparente. El Estado administrativo en el que se han deslizado más o menos conscientemente las democracias parlamentarias europeas no es, en este sentido, técnicamente más que un descendiente del modelo nazi-fascista, en el que los órganos discrecionales ajenos a los poderes constitucionales se sitúan junto a los del Estado parlamentario, vaciado progresivamente de sus funciones. Y es ciertamente singular que una separación de reinado y gobierno se haya manifestado hoy incluso en la cúspide de la Iglesia romana, en la que un pontífice, viéndose incapaz de gobernar, ha depuesto espontáneamente la cura et administratio generalis, conservando su dignitas.