Es bien conocida la frase lapidaria que pronunció Napoleón al reunirse con Goethe en Erfurt en octubre de 1808: Le destin c’est la politique: “el destino es la política”. Esta afirmación, perfectamente inteligible en su momento, aunque aparentemente revolucionaria, ha perdido totalmente su sentido para nosotros hoy. Ya no sabemos lo que significa el término “política”, y mucho menos soñamos con ver en ella nuestro destino. El destino es la economía” es más bien el estribillo que los hombres llamados “políticos” nos repiten desde hace décadas. Y, sin embargo, no sólo no renuncian a llamarse a sí mismos tales, sino que los “políticos” siguen llamándose a sí mismos los partidos a los que pertenecen y los “políticos” se declaran a sí mismos las coaliciones que forman en los gobiernos y las decisiones que no cesan de tomar.
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Giorgio Agamben / Nustérze o poscrà
Filosofía, Política“No creo en el mañana, quizá en pasado mañana”, escribió Joseph Roth. ¿En qué creo yo? Ni en el mañana, ni en el pasado mañana -quizá en poscrà o pescridde, como creo que se dice en apulense el día después de pasado mañana. Pero en verdad creo más bien en nustérze (en el anteayer) o en el día anterior al anteayer. Es la comprensión y el conocimiento del pasado lo que falta hoy en día, y no sólo para los más jóvenes. Pero es quizá el tiempo lo que falta, en todos sus éxtasis y formas, porque el futuro que lo ha devorado está vacío y ya nadie cree en él, mientras que el presente es por definición invivible. El tiempo que necesitamos, sin embargo, no es nada de eso: es el aion o eón, que los antiguos representaban como un joven con alas en los pies posado sobre una rueda, al que sólo puede asir una brizna frente a su frente -la ocasión- y, si la dejas pasar, estás perdido para siempre.
Giorgio Agamben / El lugar de la política
Filosofía, PolíticaLas fuerzas que empujaban hacia una unidad política mundial parecían tanto más fuertes que las dirigidas hacia una unidad política más limitada, como la europea, que se podía escribir que la unidad de Europa sólo podía ser “un producto secundario, por no decir un residuo En realidad, las fuerzas que impulsaban la unidad resultaron ser tan insuficientes para el planeta como para Europa. Si la unidad europea, para dar lugar a una verdadera asamblea constituyente, habría presupuesto algo así como un “patriotismo europeo”, que no existía en ninguna parte (y la primera consecuencia fue el fracaso de los referendos para aprobar la llamada constitución europea, que, desde el punto de vista jurídico, no es una constitución, sino sólo un acuerdo entre Estados), la unidad política del planeta presuponía un “patriotismo de la especie y o del género humano” aún más difícil de encontrar. Como bien ha señalado Gilson, una sociedad de sociedades políticas no puede ser en sí misma política, sino que necesita un principio metapolítico, como lo ha sido la religión, al menos en el pasado.
Giorgio Agamben / La técnica y el gobierno
Filosofía, PolíticaAlgunas de las mentes más agudas del siglo XX coincidieron en identificar el reto político de nuestro tiempo con la capacidad de gobernar el desarrollo tecnológico. “La cuestión decisiva”, se ha escrito, “es hoy cómo un sistema político, cualquiera que sea, puede adaptarse a la era de la tecnología. No conozco la respuesta a esta pregunta. No estoy convencido de que sea la democracia”. Otros han comparado el control de la tecnología con la empresa de un nuevo Hércules: “quienes consigan someter la tecnología que ha escapado a todo control y ponerla en un orden concreto habrán respondido a los problemas del presente mucho más que quienes intenten alunizar o aterrizar en Marte con los medios de la técnica”.
Giorgio Agamben / Libertad e inseguridad
Filosofía, PolíticaJohn Barclay, en su profética obra Argenis (1621), definió en estos términos el paradigma de la seguridad que más tarde adoptarían progresivamente los gobiernos europeos: “O se da a los hombres su libertad o se les da seguridad, por la que abandonarán la libertad”. La libertad y la seguridad son, pues, dos paradigmas antitéticos de gobierno, entre los que el Estado debe elegir cada vez. Si quiere prometer seguridad a sus súbditos, el soberano tendrá que sacrificar su libertad y, a la inversa, si quiere libertad tendrá que sacrificar su seguridad. Michel Foucault ha mostrado, sin embargo, cómo debía entenderse la seguridad (la sureté publique), que los gobiernos fisiocráticos, a partir de Quesnay, fueron los primeros en asumir explícitamente entre sus tareas en la Francia del siglo XVIII. No se trataba entonces -como ahora- de prevenir las catástrofes, que en la Europa de aquellos años eran esencialmente hambrunas, sino de dejar que se produjeran para intervenir inmediatamente después para gobernarlas en la dirección más útil. Gobernar recobra aquí su sentido etimológico, es decir, “cibernético”: un buen piloto (kibernes) no puede evitar las tormentas, pero cuando se producen debe ser capaz de gobernar su barco según sus intereses. Lo esencial en esta perspectiva era difundir un sentimiento de seguridad entre los ciudadanos, mediante la creencia de que el gobierno velaba por su tranquilidad y su futuro.
Giorgio Agamben / La verdad y el nombre de Dios
Filosofía, PolíticaDesde hace casi un siglo, los filósofos hablan de la muerte de Dios y, como suele ocurrir, esta verdad parece hoy aceptada tácita y casi inconscientemente por el hombre común, sin que, no obstante, se midan y comprendan sus consecuencias. Una de ellas -y sin duda no la menos relevante- es que Dios -o, mejor dicho, su nombre- fue la primera y última garantía del vínculo entre el lenguaje y el mundo, entre las palabras y las cosas. De ahí la importancia decisiva en nuestra cultura del argumento ontológico, que unía insolublemente a Dios y al lenguaje, y del juramento pronunciado en nombre de Dios, que nos obligaba a responder de la transgresión del vínculo entre nuestras palabras y las cosas.