Gerardo Muñoz / Ha pasado un ángel

Arte, Filosofía

En español existe una expresión maravillosa, ya un poco pasada de moda en nuestros tiempos, para expresar la naturaleza de un silencio repentino: «ha pasado un ángel». La frase se usa comúnmente cuando un silencio se impone en medio de una conversación, lo que provoca incomodidad y vergüenza entre los interlocutores. Es casi como si el ángel invisible le recordara a los humanos que la comunicación se basa tanto en las palabras como en el silencio; y que la sombra del silencio, tarde o temprano, es capaz de interrumpir la práctica comunicativa. Según historiadores y lexicógrafos hispanos, el origen de esta expresión en castellano sigue siendo un enigma, ya que, aunque se usó en la modernidad temprana, no tiene una versión latinizada, y sus orígenes se remontan a la antigüedad griega. De hecho, Plutarco señala en su De garrulitate que siempre que en una conversación se produce silencio se dice que ha entrado Hermes [1]. El ángel, por lo tanto, representa la no presencia del lenguaje en el lenguaje, al igual que el ícono es la sublimación de la presencia en toda representación pictórica.

Sabemos que en la antigüedad el ángel como divinidad menor (angeloi) era un mediador entre el cielo y la tierra, aunque en la expresión ‘ha pasado un ángel’ no queda del todo claro de qué lado está el cielo y de qué otro la tierra [2]. En su hermoso libro Ángeles y Santos (2020), Eliot Weinberger nos recuerda que para San Agustín los ángeles eran ante todo jardineros del Paraíso – dado que están libres de la felix culpa y del pecado – y que su función radica en ser mensajeros entre lo viviente y lo divino, como lo documenta el mendigo Lázaro llevado por ángeles a los brazos de Abraham [3]. Aquí parece que el origen invisible del ángel se relaciona directamente con la muerte, lo cual también podemos vincular al modo en que una conversación atraviesa un impasse y por un momento llega a morir.

El ángel que acompaña a los muertos y a los pobres —y, por ende, a nuestra pobreza estructural en el lenguaje, esto es, al estar caídos al lenguaje que nunca puede ser suplido por el sentido — también lo confirma el lexicógrafo Alberto Buitrago, quien en su entrada sobre a la frase escribe que ésta tiene su origen en el hecho de que en la antigüedad siempre que se mencionaba a un muerto en una conversación se guardaba silencio, porque se creía que su “espíritu” (o sea, su ángel) se había hecho presente en su no presencia del lenguaje [4]. Aunque Buitrago no proporciona ninguna documentación para su tesis, sí pone de manifiesto que siempre que estamos en comunicación, nos guste o no, estamos en comunión con los ángeles que expresan el alma de los muertos a través de la letanía de sus nombres.

Quizás por esto mismo es que Robert Antelme podría sugerir la noción enigmática similar de que el ser impotente y pobre supone «tener que estar eternamente» en un silencio aplazado para que así la palabra pueda seguir hablando. Por eso, quizás la irrupción de todo auténtico silencio tiene el efecto de una cierta petrificación de la expresión humana, como Diego de Velázquez lo capturó magistralmente en Apolo en la forja de Vulcano (1630), una obra de contenido clásico en la que “ha pasado un ángel”. Es a través del silencio que encontramos a la divinidad que por un momento se sitúa fuera del lenguaje para contemplarlo, porque le ha dado entrada a su ángel. El lenguaje de las máquinas computacionales (la cibernética) no es solo un lenguaje que ha renunciado a su instancia poética y ética; es también una forma de comunicación que ha expulsado de sus celdas toda visita angélica para su propia contemplación.

Notas

1. Plutarco. «Sobre la charlatanería» (De garrulitate), Moralia VII (Editorial Gredos, 1995), 247.

2. Paula Fredriksen. Sin: The Early History of an Idea (Princeton University Press, 2012), 54.

3. Eliot Weinberger. Angels & Saints (New Directions, 2020), 30.

4. Alberto Buitrago. Diccionario de dichos y frases hechas (Espasa, 2007), 333.

*Imagen: Diego de Velazquez. Apolo en la forja de Vulcano (1630), Museo del Prado, Madrid.

Imagen principal: Diego de Velásquez. Apolo en la forja de Vulcano (1630), Museo del Prado, Madrid.

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