Monica Ferrando / ¿Por qué continúa existiendo la pintura?

Arte, Estética

¿Por qué en tiempos de iconofagia tecnológica e idolatría consumada continúa existiendo la pintura? Intentemos ofrecer una respuesta provisional que pudiera estimular otras cuestiones.

1. En primer lugar, no podemos dejar de recordar que la pintura es un poder originario de las reservas humanas para producir imágenes. La naturaleza también produce espontáneamente imágenes: las reflexiones, las sombras, los espejismos, y las impresiones multiplican lo visible y terminan contenido en él. Si la pintura aspira a este tipo de imagen es porque, según la terminología platónica, produce tanto una eidola como una relación con lo visible o eikones.

Mauricio Amar / Sobre Amo Damasco de Simone Fattal

Arte, Estética

Una obra de 2018 de la artista siria Simone Fattal llama la atención por su fuerza expresiva. Se llama Amo a Damasco [aheb dimashq]. Digo expresiva porque podemos verla de dos maneras no sé si del todo relacionadas. La primera es plenamente visual. Reconocemos en la obra una suerte de formas, inquietas, entremezcladas en las que podríamos encontrar cuerpos o casas, quizá ambas sin solución de continuidad, difícil saberlo. Como sea, los cuerpos-casas están amontonados como ocurre en las ciudades árabes. Cuerpos que se tocan, se mezclan y al hacerlo van dejando estelas, como huellas del lenguaje y del desplazamiento de largas túnicas.

Marco Andreacchio / La verdadera pintura y el problema de la imitación

Arte, Estética

Existe una ruptura categórica entre la pintura clásica y la moderna (progresista o vanguardista), ya que la pintura moderna como tal deja de ser “imitación de la naturaleza” en el sentido clásico de la expresión, al escindir mecánicamente dos polos complementarios: nuestra sensación (o experiencia subjetiva) de las cosas y el concepto (objetivo) que nos forjamos de las cosas. A partir de estos dos polos cartesianos, o basados en la distinción moderna-maquiavélica valor/hecho, se despliega una dialéctica histórica.

Gerardo Muñoz / Expresionismo y pictogénesis: la pintura de Miguel Alejandro Machado

Arte, Filosofía

1. Stasis en pintura. Desde un primer momento la pintura de Miguel Alejandro Machando nos sitúa ante una épica que ha depuesto su movimiento en una suerte de extravío. Nos sobrecoge el celaje de su proceso de indiferenciación entre figuras, colores, y fondo. Un movimiento en caída, en estado de gracia, que es la creación sin automatismos. Al detenernos ante “La batalla entre los Unos y ellos mismos” (2015) confirmamos de inmediato la stasis que recorre su pintura, desde la cual la épica como arcano de la Historia – ese deus absconditus de la guerra que la dirigía hacia su realización efectiva – ha cedido el lugar a una nueva conflagración por la cual el hostis se ha vuelto el huésped extraño en el mundo. Ahora la stasis atraviesa cuerpos y tonalidades que despelleja la colocación de la forma. De ahí que no sea casualidad que estemos ante una guerra fratricida en el seno de la ontología del “Uno”. El campo de batalla es un tejido vital, puesto que las intensidades se alejan sin dirección ni trascendencia. El cuadro habla de un desorden de las sensaciones en la superficie de la tela. Como sabemos, la stasis es tanto el movimiento como la parálisis, aunque también es algo más: es la fragmentación al interior de un mundo que ya no puede ser sustentando por el semblante unitario. La pintura en la plenitud de la stasis, entonces, ya no tiene que ver con “representar” las tonalidades de la guerra, sino más bien con ‘virtualizar’ el recorrido de los elementos de una civilización que ha detonado en el espectáculo de la individuación. En la stasis ingresamos a la pista profusa de los desvíos, las caídas, y la proliferación de lo múltiple. “La batalla entre los Unos y ellos mismos” pareciera repetir una intuición de Hölderlin en su Hiperión: “¿no es esto como un campo de batalla, dónde manos, brazos y todos los miembros yacen despedazados y mezclados, mientras la sangre derramada se pierde en la arena?” [1]. La batalla del nuevo campo de fuerzas aniquila la génesis de la presencia del Hombre y su encubrimiento en la gramática de la realidad. Los mundos se convocan a partir de una metamorfosis mutante de la especie. La stasis pictórica de Miguel Machado, en última instancia, eleva la pintura a una descomposición que nos devuelve una nueva ciencia de la multiplicidad. Esto quiere decir que la stasis pictórica es un cuadro sin centro, abierta a existencias menores y disolventes. Así, stasis en la pintura es el polemos entre la sinuosidad de la autonomía empática de las formas: la descendente guerra contra el cliché desficcionaliza los estratos de la realidad. Y, como sabemos, este el movimiento del suelo de la creación. Si la guerra civil supuso el fin de la autoridad en política; la expresión da fin a la representación como unidad del mundo.

Monica Ferrando / Por una pintura conceptual sin porqué

Arte, Estética

Por“. Mediante el uso de esta preposición queremos indicar una perspectiva abierta a un espacio del no-saber, ya sea del no-todavía, del ya-siempre o del aquí y ahora.

Una“. Este artículo indeterminado afirma lo genérico y lo abierto, aquello rigurosamente privado de una determinación de la naturaleza de la cosa.

Gerardo Muñoz / El mundo dibujado: tres glosas sobre la pintura de Osmy Moya

Estética, Filosofía

I. “El mundo es dibujado, dibujamos el mundo”. Así piensa Osmy Moya una vez que se coloca ante el espacio vacío de la tela. En el comienzo de la procedencia del “acto pictórico”, la tela deviene un fieltro que deshace la caída de la articulación entre figura y espacio. Y en ese origen comienza un trazo sobre sobre el vacío que despeja un color sobre el contorno y que aísla una franja de la composición. En realidad, estos elementos componen un mundo extravagante y en movimiento; un espacio que antes vagamente se asomaba. Una línea nunca es un territorio, sino que divide en su performance una tierra de nadie en la que despejamos una posible escisión ante lo indiferenciado. Así, la línea errante desficcionaliza la unidad del mundo a la vez que muestra el ascenso de la figura. Las líneas del mundo transfiguran los topoi de toda ubicación. Se inventan otras geografías a espaldas de los agrimensores de turno. De ahí que la pintura de Osmy Moya también implique una relación tenue y zigzagueante con la corporización del espacio. El cuerpo delimita un espacio, pero solo a condición de que el espacio mismo devenga un cuerpo como necesidad entre las cosas. Pues ahí donde hay espacio hay una pequeña comarca en la que los sentidos reanudan los usos de nuestras formas con los lugares que cruzamos. Por eso cada línea es una intensidad de un cuerpo que descoloca el diagrama del cuadro. El trazo del dibujo inaugura una insurrección corpórea mediante un montaje que desidentifica absolutamente el espacio con la aparición de volúmenes atizados por el color. Hablar de la pintura es mostrar el parargon de la obra: encarar el momento de la ruina de sus artificios. Así, la infraestructura de la pintura entra en suspenso.