Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado. Francisco de Quevedo
No entraremos a debatir sobre el sentido de la palabra «ilustración» –que, en castellano, por razones históricas, tiene un sentido vago. Por Ilustración entendemos el conocimiento teorético –con pretensiones de objetividad– al cual el entendimiento humano puede llegar por el ejercicio metódico y crítico de la razón, y el proyecto político de la educación del género humano a partir de ese conocimiento.
El ilustrado aspira a ponerlo todo bajo la luz de la razón, de modo que ninguna faceta de la existencia humana permanezca en la oscuridad. Exoterismo extremo que busca exponerlo todo –descubrirlo, mostrarlo, ilustrarlo, desvelarlo–, alcanzando al fin un conocimiento que llegue al dominio total de la naturaleza e ilumine intelectualmente al hombre, de forma que devenga verdaderamente humano, mediante el desarrollo ilimitado de sus capacidades.
Como concepto filosófico, la Ilustración se presenta como el proceso dinámico a través del cual la humanidad sale de las tinieblas de la superstición a la luz de la razón, de la ignorancia al conocimiento, de la infancia a la madurez, del salvajismo a la civilización, del atraso al progreso. Un proceso incesante a través del cual alcanza luces siempre nuevas, adquiere conocimientos y desarrolla ciencias, crea instituciones permanentes, se civiliza y se eleva por encima del resto de las criaturas.
Como movimiento histórico celebra la marcha triunfal del humano hacia su perfección –moral, política e intelectual–, hasta convertirse en señor de la existencia. Es la continuación del humanismo renacentista y del empirismo inglés, en la era de la revolución científica. La perfección moral se identifica con la intelectualidad pura y esta con el orden social y con el predominio de la ciencia. En su versión ortodoxa es propicia al despotismo del saber. En la actualidad ha degenerado en mero cientificismo.
La Europa blanca sería el centro de irradiación desde donde parten los valores ilustrados. Viene acompañada de la actitud paternalista hacia el «hombre salvaje» y considera, en un principio, a los no europeos como no ilustrados, pero susceptibles de ser civilizados. Pondera la colonización como necesaria para el progreso y desemboca en el racismo. Todo lo que se opone al avance de la civilización europea es demonizado. Las resistencias a ser colonizados equivalen a resistirse a la llegada de la civilización y de los valores ilustrados. Se considera que los no-europeos desean permanecer en las cadenas del oscurantismo, pero deben ser forzados a abandonar sus tradiciones por el bien de la Humanidad. De ahí su pulsión destructora de las epistemologías no homologables a la razón científica.
El ilustrado se pone del lado del Estado, al que sirve en su tarea de educar, racionalizar y modernizar a la población, entendida como un cuerpo social que requiere ser disciplinado. La razón teórica es considerada como el juez único de lo que es bueno, racional y conveniente. Esto implica una concepción jurídica y técnica del conocimiento. Al principio de la Crítica del juicio Kant se pregunta si acaso el conocimiento científico no es, a su vez, legal. A la dimensión teórica (filosofía de la naturaleza) corresponde una práctica (filosofía moral). La crítica se erige en juez. Analiza un caso –sea un texto, un suceso, una política, una creencia, una práctica, una situación– y lo somete al tribunal de la razón. Acumula pruebas, llama a testigos presenciales o indirectos, e hilvana argumentos para llegar a condenar todo aquello que no se somete a sus criterios de validación como falsedad, error, superstición o irracionalismo. Cuando esta operación es asumida por el poder instituido, la condena moral puede ser también política y jurídica, llevando a todo tipo de prohibiciones y de persecuciones. Esto se manifiesta en programas de gobierno tendentes a erradicar todo aquello que la razón condena. Tenemos entonces una nueva Inquisición, cuyo criterio no es el de mantener la pureza de la fe sino la supremacía de la ciencia. En la caza de brujas se unieron ambas dimensiones, cuyos efectos siguen presentes a lo largo del planeta. Los pensadores decoloniales han puesto el acento en los epistemicidios como uno de los núcleos duros del colonialismo. Se trata de destruir los saberes tradicionales para imponer los modelos de conocimientos generados por el Occidente imperialista.
Desde el principio los ilustrados asumieron una función social. Esto es inherente a la Ilustración como proyecto histórico. El ilustrado se sitúa a sí mismo en la vanguardia de la humanidad y mira a los otros como a niños atrasados. La situación previa, sobre la que quiere actuar, es la del engaño. Un humano vive en el engaño a no ser que acceda a edad de la razón y abandone sus fantasías infantiles. Se trata entonces de desengañarlos con respecto a sus creencias naturales o heredadas. Considera que los humanos no racionalizados viven en un mundo ilusorio, según sus pasiones e instintos animales. Sus vidas están dominadas por las supersticiones, la magia, los mitos, la religión, el misticismo… También rechaza como engañosos el sueño, el furor heroico, las visiones, la inspiración, la profecía –todo tipo de fascinación o de entusiasmo. La crítica busca provocar el des-engaño y una des-fascinación con respecto a un cúmulo de creencias heredadas que juzga como atavismos que nos impiden progresar. Se trata de desarraigar al ser humano de sus tradiciones ancestrales y de su estado de naturaleza, de cara a convertirlo en un ciudadano homologado, que puede desenvolverse con normalidad en el mundo moderno.
En La razón insuficiente, Eduardo Subirats pregunta: ¿es el desengaño emancipador? ¿merece la pena? ¿adónde nos conduce? A una vida aséptica, metódica, ordenada, carente de otra dimensión que el vivir integrados en un sistema-mundo racionalizado según criterios de gubernamentalidad y de gestión. Si eliminamos la magia, la locura, la sensualidad y la pasión, el mundo aparece como un conjunto de datos objetivos, de procesos cuantificables, regido por unas leyes inmutables que la razón es capaz de discernir. Es un mundo frío y funcional. Cuando el ilustrado se propone desengañar, no lo hace pensando en los individuos, en sus aspiraciones y querencias naturales. Más bien, piensa en su acoplamiento en la máquina social, pues considera que solo en el interior de una sociedad estable y engrasada es posible su sano desarrollo. Un desengañado, entonces, sería un desdichado, que ha eliminado de su existencia toda dimensión afectiva para convertirse en una pieza más del engranaje.
La racionalidad ilustrada ha devenido una cárcel para los humanos, dentro de la cual la imaginación es atrofiada y el espíritu no vuela, no experimenta el goce ni el delirio. Toda pasión o furor son reprimidos. Esta actitud refleja el miedo a la locura, al caos, a todo aquello que puede desestabilizar el orden al que aspira la razón. La pretensión de alcanzar un conocimiento científico total de la realidad deviene una patología: la aspiración del individuo temeroso de la vida que aspira a sustraerse a las fuerzas oscuras, caóticas e incontrolables que anidan en la naturaleza y en su alma. Se trata de conjurar todo aquello que se percibe como absurdo o numinoso.
Lo que hemos heredado de la Ilustración es el pensamiento crítico. En este sentido, se ha dicho que no hay nada más ilustrado que la critica posmoderna de la Ilustración. Esta, aún destruyendo todos los presupuestos defendidos por los ilustrados del periodo clásico, mantiene vivo su ethos. Cuando los ilustrados apelaron a la razón, lo hicieron contra los ídolos vigentes en su tiempo, en especial el fanatismo y el totalitarismo religioso. Pusieron la reflexión personal por encima de la autoridad heredada. Liberaron el pensamiento de las garras paralizantes de una tradición cosificada por el dogmatismo de la Iglesia. En el siglo de las luces la crítica era un principio metodológico que distinguía la teoría científica del conocimiento de la metafísica escolástica. Entre los posmodernos la crítica es un arma de la filosofía contra el totalitarismo de la racionalidad científico-técnica y sus dispositivos de control. Pero se sitúa en su interior, del cual permanece presa. La Ilustración se niega a sí misma para realizarse. Pero esta es la consumación de su impotencia frente a la oscuridad que ha desatado.
Llega un punto en el cual es necesario dejar atrás el pensamiento crítico. La pasión critica no puede ser un fin sin convertirse en un fetiche. Nos arrastra hacia el laberinto de la mente y los cada vez más sofisticados estudios culturales, que alimentan la industria cultural, engrosan la Academia y promueven la impotencia. Si el pensamiento decolonial quiere ser coherente con sus propios postulados, debe ir más allá de la crítica y poner las sabidurías no occidentales en el centro.
Imagen principal: Hadley Radt, Coherence – abstract geometric diptych, 2020

