¿Cómo hacer justicia a Huidobro y la literalidad, de Zeto Bórquez? Cómo leer sin detenerse no en la letra, no en el texto, si no en el acto mismo de la lectura en tanto técnica, en tanto tecnogénesis que da lugar a una existencia, a una criptogénesis que aún no hemos terminado de aprehender y que, sin embargo, parece ya algo del pasado, propio de una existencia técnica devenida ruina, testimonio mudo de una obsolescencia maquinal. Pues, en efecto, si tomamos en serio la tesis historiográfica del libro que aquí presentamos, si tomamos en serio la doble sesión o la doble ilustración que esa tesis promete, Huidobro y la literalidad es un libro cuyo “horizonte” de inscripción no es otro que aquel que Pier Paolo Pasolini identificó en los años cincuenta del siglo pasado con la tesis de una “mutación antropológica” y el advenimiento de un “mundo posthistórico”. Por supuesto, esta tesis es modulada en el libro a partir de otras referencias teóricas, a través de un ingenio archival que se organiza casi exclusivamente alrededor de los nombres propios de Vicente Huidobro y Gilbert Simondon. Nombres que en una primera aproximación parecerían remitir a la literatura y la filosofía, a una literatura que por mediación de la firma del poeta buscaría poner en juego la propia vida expuesta en tanto creación, así como encontraría en la filosofía el precipitado de una elaboración paciente derivada de una interrogación detenida en torno a aquello que habitualmente suele identificarse con la vida, la invención y la existencia. Nombres que en el retardo de una aproximación que en su misma demora pareciera perder a la literatura y la filosofía, conjugarían un tiempo en donde la lectura sería desplazada por la cuestión del objeto literario, por el modo de existencia que ese objeto literario reclama para sí en tanto creación o invención.
En la apertura de esta especie de doble sesión, en la promesa de esta doble lectura que es a la vez una doble cesura, una interrupción y una continuidad de lectura en el texto literario y en el texto filosófico, en una y otra lectura, en un texto y otro, se adelanta una tesis historiográfica que se enseña bajo el señuelo de una mutación antropológica o quizá bajo la reserva protectora de una especie de etología en sentido amplio. Esta tesis abre la lectura de Huidobro y la literalidad, la organiza a partir del supuesto de una mutación que Zeto Bórquez, siguiendo a Gilbert Simondon, identifica en el orden de la técnica y la sitúa en el paso del siglo XVIII al siglo XIX. Tesis capital para la propia noción de información que se movilizará a lo largo del libro y que engendra una semántica generativa de lo cerrado y lo abierto, de lo acabado y de lo en construcción, de lo previsible y de lo imprevisible, de lo determinado y de lo indeterminado. Esta tesis, que define una cierta comprensión de lo maquinal, que se desplaza de lo criptotécnico (cryptotechnique) a lo fanerotécnico (phanérotechnique)1, es presentada como una tesis que hace época, como una tesis que cierra una cierta epocalidad del secreto (propia del “objeto cerrado”) y da paso a otra definida por lo sin secreto (propia del “objeto abierto”), en tanto sin consumación, en tanto aporía inventiva de lo que se enseña sin reservas, sin tiempo para un después. La propia oposición entre objeto cerrado y objeto abierto, ensayada por Simondon y retomada a su manera por Bórquez, da lugar a dos regímenes de individuación que no habría que desatender si se quiere aferrar aquello que se expone entre Huidobro y la literalidad, entre Huidobro y la historicidad de la literatura, entre una indagación que es indagación de la lectura y al mismo tiempo indagación del objeto literario, de lo que primeramente se enseña como “unidad de un compuesto de palabras”2.
La posición o establecimiento desde el cual se organiza la lectura de Huidobro es de raíz historiográfica, se adelanta íntimamente vinculada a una especie de génesis o evolución de instrumentos, herramientas y máquinas, de modo tal que la literatura o el poema se desliza en ella como determinada por la propia historia de la técnica, por la propia historicidad de los objetos técnicos. Sin agotar los lugares donde se hace referencia explícita a una historia de la técnica, cito tres fragmentos en los que se ensamblan los argumentos historiográficos de Simondon y Bórquez:
El siglo XVIII fue el gran momento del desarrollo de herramientas e instrumentos, si se entiende por herramienta al objeto técnico que permite prolongar y armar el cuerpo para cumplir un gesto, y por instrumento al objeto técnico que permite prolongar y adaptar el cuerpo para obtener una mejor percepción: el instrumento es herramienta de percepción’. […] Si la idea de progreso en el siglo XVIII podía ser experiencia del individuo: fuerza, rapidez, precisión de su motricidad, sensación de aminoramiento de la torpeza —podía, en fin, ser algo del orden perceptivo y medible perceptiblemente— el progreso del siglo XIX escapa a todo aquello, pues ‘no está centrado’ en el humano como foco de ‘dirección y percepción’, convirtiéndose éste ‘en el espectador de los resultados del funcionamiento de las máquinas’ […]
El progreso del siglo XVIII deja intacto al individuo humano porque el individuo humano seguía siendo un individuo técnico, en medio de esas herramientas en las cuales era centro y portador. No es esencialmente por la dimensión que la fábrica se distingue del taller del artesano, son por el cambio de la relación entre el objeto técnico y el ser humano: la fábrica es un conjunto técnico que involucra máquinas automáticas cuya actividad es paralela a la actividad humana: la fábrica utiliza verdaderos individuos técnicos mientras que, en el taller, es el hombre el que presta su individualidad al cumplimiento de las acciones técnicas. […]
La alienación no aparece solamente porque el individuo humano que trabaja ya no es, en el siglo XIX, propietario de sus medios de producción, mientras que en el siglo XVIII el artesano era propietario de sus instrumentos de producción y de sus herramientas. La alienación aparece en el momento en que el trabajador ya no es propietario de sus medios de producción, pero no aparece solamente a causa de esa ruptura con el vínculo de propiedad … La alienación del hombre en relación con la máquina no tiene solamente un sentido económico-social; tiene también un sentido psico-fisiológico; la máquina ya no prolonga el esquema corporal, ni para los obreros ni para quienes las poseen.3
La mutación antropológica de la que parece ocuparse Huidobro y la literalidad se define a partir de una cierta alienación psicofisiológica donde la máquina no solo no prolonga el esquema corporal, sino que al individualizarse borra la distinción entre finalidad externa y coherencia interna del funcionamiento. En otras palabras, la noción de función comienza a determinar el principio mismo de individuación, de modo que toda configuración técnica de la temporalidad puede ser aprehendida, desde una psicosociología de la tecnicidad, como génesis perpetua, “tendencia al desarrollo del acto ya comenzado”4.
Hay en esta retórica de la técnica una gran inventividad, una especie de proliferación de disciplinas que se alimentan de la invención técnica y del propio desplazamiento que se anuncia entre lo cerrado y lo abierto, entre un orden de obsolescencia técnica y otro constituido en una génesis continua, en mutaciones sucesivas que resisten la obsolescencia propia de un mundo cerrado sobre sí, determinado por un principio de invención criptotécnico. Decía que la tesis historiográfica con la que se abre la lectura de Huidobro y la literalidad es una tesis doble, en espejo, especie de doble sesión que habilita una lectura de Huidobro a partir de Simondon, que autoriza a leer a Huidobro con Simondon y, a su vez, autoriza a leer a Simondon con Huidobro, a leer quizás a Simondon a partir de Huidobro, alterando con ello un esquema de relaciones entre literatura y filosofía donde está última reclama para sí cierto derecho a la verdad sobre la primera, cierta competencia ventrílocua para decir mejor, es decir para decir con verdad, aquello que no se podría decir en la ficción, en aquel simulacro absoluto que es la literatura y acaso la poesía. Esta tesis doble de raíz historiográfica, que podríamos exponer en el paso de lo criptotécnico a lo fanerotécnico, y que en ese paso pareciera no solo revelar un principio de individuación donde la máquina se separa de lo humano, sino adelantar, a su manera, en ese principio de individuación maquinal expuesto e indeterminado, otro juego, otra partida, alentaría la sospecha de estar vivenciando en el presente un desplazamiento similar en el orden de la técnica al experimentado en el paso del siglo XVIII al siglo XIX. De algún modo, el presente, la actualidad, la artefactualidad, la propia configuración técnica del presente, estaría siendo objeto de una mutación sin escala, de una transformación en el orden de la tecnogénesis que volvería extraños fenómenos que identificamos con la vida, la invención, la creación. La relación entre Huidobro y Simondon, su conjugación si se quiere, se autorizaría en el libro a partir de este principio de lectura, de un principio de lectura que al mismo tiempo que pone en suspenso la lectura, que la interroga como posibilidad técnica, como principio de individuación criptotécnico, la arroja a cierta imposibilidad al confrontarla con su objeto, con la tesis de objeto que se adelanta en la literatura, en el objeto literario, y que Bórquez utiliza como posición o establecimiento desde el cual despliega sus incursiones y estratagemas.
Así, en sus palabras:
aquí nos interesaremos por la teoría de la invención de Huidobro (optamos por ahondar en ello en lugar de girar demasiado en torno al término ‘creacionismo’), pues ella explicita un pensamiento acerca del modo de existencia de los objetos inventados por el artífice y que —por cierto— constituye un desafío en cuanto a definir el tipo de ‘producción’ que estaría allí en juego. […] Nuestras pretensiones son, en tal sentido, modestas, pues situados donde intentamos situarnos, es tentador analizar la poesía de Huidobro con referencias súper chics en torno a la relación entre estética y técnica, lo que sin duda nos llevaría por otros derroteros. Apenas nos interesa el concepto de ‘literalidad’, en el campo de la producción literaria, y en particular de la estética vanguardista y la poesía de Huidobro, en cuanto la literalidad tensiona el privilegio de la figuración y la oposición entre sentido propio y sentido figurado que dificultan el acceso a un trabajo con la invención —como el que de hecho encontramos en el poeta chileno— cuyo alcance podría seguirse de las posibilidades de auto-regulación técnica que viene (o está viniendo en el momento en que el propio Huidobro elabora una apuesta por la invención poética) desde el paso de la termodinámica a la teoría de la información, es decir —reiterando el motivo ya señalado— haciéndose eco de un tipo de invención ‘a mitad de camino entre el azar puro y la regularidad absoluta’. De cualquier modo, es a la tecnicidad de la invención huidobriana a la que denominamos aquí literalidad …5
Habría que detenerse largamente en este pasaje, iniciando un comentario palabra por palabra de lo que a su manera afirma, niega o desplaza. Sin tiempo para siquiera preparar un acercamiento preliminar a las cuestiones que se abren en la cita, me conformo sin embargo con afirmar una pretensión “algo más modesta”; pretensión que se presenta en forma de recitación, autorizándose en una expresión que valida el juego de desplazamientos, sustituciones y superposiciones que se escenifican en el pasaje citado. Pretensión modesta, insignificante desde el punto de vista de lo que se pone en movimiento en el discurso del libro, en aquello que el libro sostiene bajo el recurso retórico de la modestia. Pretensión que reclama una vez más, como quien modestamente pretende una última vez volver sobre una insistencia, fijar la atención sobre el acontecimiento, sobre la retórica acontecimental que sostiene el encuentro entre Huidobro y Simondon, entre literatura y filosofía, aun cuando en verdad, y aquí esta expresión es solo una expresión, en verdad ya no sepamos a que nos referimos cuando hablamos de literatura y filosofía, de lectura y escritura, de literalidad y figurabilidad, de objeto literario y objeto filosófico, de vida e invención. Esta especie de no saber, esta confesión de parte sobre el carácter elusivo del asunto, parece justificarse, no obstante, sobre cierta certeza, sobre una doble tesis historiográfica que en su afirmación se multiplica en acto, se reinventa, se remodela según un orden de variación e intervención.
No es solo que el paso del siglo XVIII al siglo XIX este marcado por una metamorfosis técnica en la que habitamos. No es solo que esa metamorfosis técnica se enseñe hoy, en “nuestro presente”, determinada por la emergencia de la Inteligencia Artificial y de los efectos de trastocación que ella introduce en el orden de una cultura (de la sospecha) constituida en torno al libro y la lectura. No, esta cesura, la lógica de esta escansión también es contemporánea a Huidobro, justificando con ello su lectura, una lectura que lee a Huidobro leyendo el poema, esto es interrogando la invención poética en el mismo momento en que en el mundo se asiste a la posibilidad inaudita de la auto-regulación técnica (posibilidad que Bórquez identifica en el paso de la termodinámica a la teoría de la información). Es solo a través de esta otra cesura, de esta otra división, que Huidobro puede enfrentarse al objeto literario, puede pensarlo a partir de una teoría de la invención técnica.
La tesis historiográfica se desdobla, se enseña en una doble sesión que está lejos de agotarse en el número dos que la habilita, en el par, la parte, las partes, la pareja, el plano o la partida que la compone. Se diría que en historia no es fácil, contra lo que piensa y desea la institución historiadora, llamar “al pan, pan y al vino, vino”.6 Lo literal, la propia literalidad de lo literal, pareciera no escapar al embrujo de las sombras chinas, a la necesidad de un plus-de-ver, de un determinado plusvalor que se reparte entre la lectura y lo literal y que en su trabajo, en aquello que trabaja en ella, en ese partición, en ese par, y en esa pareja, interrumpe la tautología, ya sea círculo o línea plegada sobre sí misma: repetición que es repetición de repetición. Es cierto, a propósito de la tesis historiográfica, de su afán tautológico, de su insistencia literal, que siempre es posible afirmar que el sentido, esto es, la lectura, es literalmente literal, y que así como “el arte es el arte en tanto arte y todo lo demás es todo lo demás”,7 la historia es historia en tanto historia y todo lo demás es todo lo demás, y más determinativamente aún, que los hechos históricos en tanto hechos históricos son siempre hechos históricos y todo lo demás es todo lo demás. Esta literalidad, a la cuál habría que dedicar sin modestia un análisis interminable, es la que enlaza en una doble escena, la doble sesión que para sí mismas reclaman la literatura y la historia, el objeto literario y el objeto histórico, la figuración literaria y la figuración histórica y, acaso, la misma posibilidad de una lectura difracta.
En la promesa de sentido que adelanta la tautología también se anuncia una reserva, la propia posibilidad que hace de la tautología una tautología, o si se quiere una fuerza de choque que quiere ver en la literalidad de lo literal un montaje, el shock de una colisión, el traumatismo que adviene a la experiencia como punzadura, pérdida, caída, duelo.
Lo literal así, expuesto en la doble escena de un encuentro, de una partición, de una pareja, parecería anunciar un duelo, una caída, una conmoción a la que no es extraña la tesis historiográfica del libro. Esta tesis es la que habilita esa interrogación por la literalidad que atraviesa todo el libro, en capítulos donde la pregunta por la literalidad es al mismo tiempo una pregunta por la lectura y por la letra, y por la invención de ese objeto que se identifica con la literatura, con un modo de existencia técnico que no escapa a la doble escena de la lectura y la escritura, a una doble escena ecotécnica, que interrogando la vida y la invención interroga a su vez aquello que habitando en nosotros paulatinamente deja de ser vida e invención para transformarse en ruina, eco obsolescente de una praxis criptotécnica confinada a la edad del hombre.
¿Cómo hacer justicia a Huidobro y la literalidad? Tal vez demorándose sin prisa en estas cuestiones, tal vez preguntándose si es posible defender, en un tiempo que observa en la literalidad la dimensión fanerotécnica de la época, una manera infamiliar de no renunciar a “la extrañeza de no ser chino”.8
NOTAS
1 Este desplazamiento se deriva del pasaje citado por Zeto Bórquez, de la manera en que este pasaje es dispuesto en la construcción del argumento. En efecto, en Simondon la relación expuesta en el Curso sobre psicosociología de la tecnicidad (1960-1961) puede ser aprehendida según un orden de superposición y coimplicación que complica el desplazamiento que el pasaje viene a autorizar. Así, desde el punto de vista de una fenomenología del objeto técnico puede describirse al objeto técnico desplazándose desde un orden abierto (un orden constituido por objetos técnicos cuya función y principios de funcionamiento son visibles y comprensibles a partir de su forma exterior: por ejemplo, un martillo) a uno externamente cerrado (donde el funcionamiento del objeto técnico está encapsulado para quien lo usa: por ejemplo, el teléfono móvil). Por el contrario, desde el punto de vista de una lógica interna de la tecnicidad la historia de los objetos técnicos está determinada por una especie de evolución técnica que vuelve a estos objetos altamente coherentes y funcionales haciéndolos así externamente criptotécnicos (la cripticidad es un efecto de superficie para quien los usa) e internamente fanerotécnicos (su alta coherencia interna los hace objetos abiertos para quienes los estudian). La magia del objeto técnico abierto sería así solo aparente, fenomenal, pues su condición de apertura, aquella concreción técnica que hace de estos objetos técnicos objetos fanerotécnicos vendría dada por el propio desarrollo industrial en tanto condición de tecnicidad. En este sentido, y volviendo sobre el modo en que Bórquez moviliza esta distinción conceptual en esa doble escena constituida a partir de los nombres propios de Huidobro y Simondon, podría decirse que el paso de lo criptotécnico a lo fanerotécnico en el orden del objeto es un paso que se juega o determina en la lógica del objeto técnico. Al respecto, Gilbert Simondon, “Psychosociologie de la technicité”, Sur la technique (1953-1983), Paris, PUF, 2014, pp. 27-129 [esp. 61]. Y, Zeto Bórquez, “Información e invención: leer a Huidobro a partir de Simondon”, Huidobro y la literalidad, op. cit., esp. pp. 32-38.
2 Zeto Bórquez, “Objeto literario y reducción metafórica”, Huidobro y la literalidad, op. cit., p. 39.
3 Ibid., pp. 18, 19, 20.
4 Ibid., p. 35.
5 Ibid., pp. 37-38. Cursivas en el original.
6 La expresión es de Philippe Lacoue-Labarthe, y es retomada por Catherine Malabou en un artículo sobre la insistencia de la forma, y a su vez es retomada por Zeto Bórquez al final del capítulo “Objeto literario y reducción metafórica” (p. 55). El texto de Malabou comentado es: “L’Insistance de la forme”, Poesie, núm. 105, 2002, pp. 154-159.
7 La frase es del artista Ad Reinhard, de “Art-as-Art” (1962), texto publicado luego en Art-as-Art: The Selected Writing, Berkeley, University of California Press, 1991, pp. 53-57. La frase es citada por Bórquez en el capítulo: “Dos palabras sobre literalidad”, Huidobro y la literalidad, op. cit., p. 100.
8 Enunciado problemático, en donde se juegan las relaciones de la literatura con la crítica, o, como observa Bórquez en una larga nota al pie, con una “ciencia muy estrecha” (p. 42). El enunciado encabeza un prólogo de Raúl Zurita a un libro sobre “nuevas visiones sobre la poesía chilena”. El título del Prólogo: “La extrañeza de no ser chino”.
Presentación del libro Huidobro y la literalidad, de Zeto Bórquez (Santiago de Chile, Doble Ciencia Editorial y Ediciones QualQuelle, 2025). Sábado 05 de noviembre, Odisea Libros.
