1.- Israel se inventó antes de Israel
Es clave atender al hecho de que Israel copa la imaginación del cristianismo imperial desde los textos calvinistas y evangélicos del siglo XVII hasta Theodor Herzl hacia fines del XIX. Me interesa que, si es cierto que, como decía Freud, un sueño es un “cumplimiento de deseo” diríamos que Israel no es más que eso: un cumplimiento de deseo en el que se juega el dominio imperial de Occidente sobre la tierra. Israel es, por eso, el sueño del imperialismo occidental y, precisamente por eso, el sionismo cristiano que emerge ya en el siglo XVII constituye la condición de posibilidad del sionismo judío de fines del siglo XIX. En este sentido, Israel fue inventado imaginariamente antes que el Estado de Israel. Como tal, “Israel” fue la condensación onírica de la aspiración última del imperialismo occidental: restituir a los judíos a su Tierra originaria, en razón de proveer de la conversión completa al cristianismo y así prodigar el triunfo de Cristo sobre toda la tierra. La tesis teológico-política del triunfo de Cristo sobre la tierra debe traducirse en clave geoeconómica: se trata del triunfo del capital occidental sobre todo el planeta. Así, el sionismo cristiano es el sueño que impulsa al sionismo judío a realizarse en la forma político-estatal, pero sobre todo, la inervación onírica del imperialismo occidental, la materialidad que ensambla su máquina mitológica. De aquí que, en una famosa visita que hiciera Joe Biden a Tel Aviv en 1986, dijera: “Si Israel no existiera, los Estados Unidos tendría que inventarlo”. El punto clave de esta afirmación es que Israel es un sueño que irriga estructuralmente a la imperialidad británica, europea y estadounidense.
