Anarquismo y hegemonía
¿Es posible, en un país que ya no es asediado sino gobernado por la ultra derecha, encontrar en el anarquismo algunas pistas para una suerte de rehabilitación, posterior al necesario duelo, de la izquierda o lo que quedó de ella? ¿Cuán factible es leer en el anarquismo una potencia política real más allá de las caricaturas y entenderlo como una agencia real en la disputa por la hegemonía extraviada, perdida o colonizada por el neofascismo? La cuestión es seria, si los partidos tradicionales no oxigenan las arterias ni bombean nada a una izquierda en ruinas y solo se han limitado a construir coaliciones de ocasión con puros fines electorales ¿cómo hacer del anarquismo una forma de organización que responda a las múltiples alternancias políticas, movimientos contra-capital, comunidades anti-extrema derecha, en fin?
Cierto que esto parece utópico y se figura como un reflejo de lo imposible. Sin embargo, de manera incipiente, se cree, sería pensable una lectura anarquista que pueda reconectar con los olvidados del mundo y pensar, sino en un partido, en algo así como un movimiento anarquista disponible para entrar en la disputa y contraerse de esa pura especulación folclórica en la que ha sido dejado en cautiverio por el cómic de la historia.
Exploraremos en Catherine Malabou algunas posibilidades.
La vía anarquista
En el año 2010 tuvo lugar en Nueva York el simposio The Anarchist Turn. Pensadoras y pensadores como Judith Butler, Andrej Grubacic, Jacob Blumenfeld, entre otros/as, plantearon la pregunta central de cómo resignificar el sentido de la cuestión anarquista al día de hoy –casi 200 años después del surgimiento de los tratados anarquistas clásicos–. En resumen, se llegó a la idea de que el asunto no va simplemente de una instalación irreflexiva de los conceptos principales de los anarquistas del siglo XIX, sino que es imperativa una revisión profunda sobre los aspectos principales que definen, en la actualidad, al mundo democrático-capitalista.
Ya no se trataría solo de un fenómeno que se enfrenta a cualquier forma de coerción sobre la acción humana y a sus expresiones colectivas, sino de pensar sobre aquellas horizontalidades parainstitucionales, entendidas como estrategias de resistencia, en diferentes partes del globo y que demandan, entonces, una relectura sistemática de lo que el anarquismo decimonónico instaló como significativo.
Aquí es, justamente, donde es posible instalar el pensamiento Catherine Malabou. Si revisamos su obra, el anarquismo ha ocupado, particularmente en la última década, un lugar central en su trabajo que apertura a cuestiones, por cierto, filosóficas, pero desde aquí éticas, teletecnológicas, anatómicas, etc. Todas estas líneas se articulan con su preocupación y análisis en torno a lo político, en la medida que en el mundo contemporáneo «La vía anarquista es la única que sigue abierta»1.
Se advierte en esta frase, en principio y como será a lo largo de todo el pensamiento de Malabou relativo al anarquismo, una toma de posición política definida por una radicalidad en la que se asume la necesidad de reelaborar un pensamiento filosófico sobre éste mas, y con igual intensidad, asumirlo como un zona de realización de lo colectivo: «Pensar ser anarquista, y no sólo (quizás en absoluto) anárquico, implica la invención de un discurso militante, no sólo meditativo, militante-meditador, que abra su compromiso alternativo a la acción filosófica en la horizontalidad»2.
La invención anarquista
En la importancia de la diferencia entre el «ser anarquista» y anárquico, es decir entre el dar cuenta de una posición política colectiva a la luz de la dominación y las pulsiones destructivas hacia el Estado (que sería una forma de dominación más), lo que aparece como significativo, consideramos, es la palabra «invención». Sostenemos lo anterior, en el entendido que la influencia derridiana en Malabou, como es sabido, es de primer orden, asumiéndola como una intensidad crítica a lo largo de toda su obra y muchas veces entrando en tensión con ella.
Sin embargo, y aunque su escritura cuestiona los alcances de la filosofía de Jacques Derrida en su lectura del presente, la deconstrucción es una «deriva» constitutiva de la singularidad de la obra de la pensadora. Es por esta razón que se dificultaría entender un discurso sobre el anarquismo desde Malabou misma, sin que ese relato sea sensible a la «estrategia» deconstructiva, es decir a la desmantelación de su propia tradición, ritología, persistencia iconoclasta, autoridad, etc. Entonces, tal como sentencia Jacques Derrida: «La deconstrucción es inventiva o no es»3. Diremos en esta línea que, y en un ejercicio de reemplazo posible, para Catherine Malabou El anarquismo es inventivo o no es. De este modo, si el anarquismo para la autora es un acontecimiento político y filosófico que va siendo y entonces es palanca que activa la deconstrucción, aunque no lo sostenga con estas palabras, al decir de Jacob Rogozinski habrá que
[…] arrancar una huella o una serie de huellas en la no-verdad que las envuelve y amenaza con recubrirlas. En este sentido, nada es más verdadero que el pensamiento de la deconstrucción […] y ninguno le es tan infiel a la verdad al mismo tiempo ni se cierra tan profundamente sobre sí mismo4.
Así, el tratamiento de la cuestión anarquista en Catherine Malabou sería también una búsqueda por la invención; invención que a pesar de la herencia derridiana la sitúa como una heredera «infiel», tan infiel como le es posible en el sentido que al corromper la herencia lo que encuentra es una nueva zona para el pensamiento (una diferencia herética). La filósofa recibe el influjo de la deconstrucción, pero es anarquista respecto de la deconstrucción misma; su pensamiento es insobornable en esta perspectiva. Su propia estrategia deconstructiva persigue que lo político del anarquismo, en tensión con lo filosófico, haga surgir una asimilación que para la autora está en deuda.
De este modo, «lo ontológico» en torno al anarquismo aparece con fuerza en la reflexión de la pensadora. En este punto sostendrá que
La cuestión del ser ha pasado al lado de sí misma, ya que el anarquismo es su sentido. Si la cuestión del ser tiene realmente un sentido, se confunde con lo no-gobernable, con la radical extrañeza a la dominación. Al ser no le importa el poder. El anarquista es él5.
El párrafo es de una gran intensidad y se reconoce la originalidad para entender, quizás, al ser como el gran anarquista de la historia de la filosofía, si es que nos dejamos permear por la idea de que, en este caso, el «ser anarquista» no es solo una consideración política, sino que se relaciona con la dimensión del ser mismo y la tradición que se inaugura, hasta donde sabemos, con los inicios del pensamiento occidental. Entonces Malabou comprenderá que la ontología ha prescindido de lo no-gobernable que la constituye; el ser es su anarquismo inherente, su poder destituyente de todo orden y aquí, también, la filosofía entra en el terreno de la deuda.
¿Qué es el ser sino lo inabarcable sine qua non para la filosofía y, entonces, un desplazamiento siempre anárquico que no fue considerado como tal en la redacción de la historia filosófica? O como se lo pregunta la filósofa de forma algo irónica:
¿No es mejor, al mismo tiempo también […] abandonar por sí misma la cuestión del ser –que parece haber desaparecido totalmente de la escena filosófica desde el destierro de Heidegger, como si esta cuestión hubiera sido básicamente exclusivamente suya y habría desaparecido con él? ¿Como si la anarquía filosófica no fuera sólo luto sino también amnistía?6
Lo que se transparenta es una aporía que es posible “formular” a modo de preguntas: ¿puede el ser mismo entenderse como el gran anarquista de la filosofía si ésta se hubiera preocupado de sistematizarlo, precisamente, como el gran anarquista? ¿es lo “verdaderamente” anarquista, en un sentido filosófico, una disposición histórica relativa al ser ajustada a marcos de análisis que lo escruten perdiendo, en esta línea, su condición de indeterminación e inestabilidad ahora coincidente con el lenguaje, la forma, la categoría? En breve, sería porque no habría sido analizado y porque «la cuestión del ser ha pasado al lado de sí misma» que éste se dinamiza, aún, como lo anárquico filosófico, como esa «radical extrañeza».
Chile y su invención anarquista
Como se sostuvo al principio, no es un desvarío pensar en una izquierda que se vuelva hacia el anarquismo considerando estas cuestiones y reconectando con aquellos olvidados en su frenética búsqueda de poder sin tener vocación hegemónica alguna. La izquierda ha devenido un dispositivo electoral pero no ha podido imprimirle sustancia a un pensamiento que vaya más allá de la inyunción, de los manoseados “clivajes” o de los artefactos de facto (alianza de la DC al PC).
Es vital una pregunta en esta línea, considerando que lo que se juega es –del mismo modo que una potencial filosofía y teoría política– el regreso de la izquierda al mundo animado.
El anarquismo es una posibilidad.
NOTAS
1 C. Malabou, « La voie anarchiste est la seule qui reste encore ouverte », AOC, Enero, 2022.
2 C. Malabou, Au voleur ! Anarchisme et philosophie, PUF, 2022.
3 J. Derrida, Psyché. Inventions de l’autre, Galilée, 1987, p. 29.
4 J. Rogozinski, “El giro de la generosidad, en (Im)posibilidades derrideanas. Algunas lecturas periféricas de la deconstrucción (Ariel Lugo y Javier Agüero Águila eds), Las cuarenta, 2025, p. 18
5 C. Malabou, Au voleur ! Anarchisme…, op. cit., p. 385.
6 Íbid., p. 387.
Javier Agüero Águila, Doctor en filosofía CFI / Universidad de los Lagos
