Simone di Biasio / Dahl, traición y traducción

Literatura, Política

Cierto, en la versión original de «Charlie y la fábrica de chocolate», los Oompa Loompas eran «pigmeos negros», pigmeos negros que Willy Wonka traficaba desde «lo más profundo y oscuro de la selva africana». Eso fue en 1964 y diez años después, en 1973, el propio Roald Dahl cambió la apariencia de aquellos seres para convertirlos en pequeñas criaturas fantásticas. Ahora Dahl ya no está entre nosotros y quienquiera que sea el encargado de las nuevas ediciones de sus libros ha decidido introducir algunos cambios en los textos de uno de los escritores más queridos y leídos de los últimos 50 años. No he utilizado deliberadamente la especificación «para niños». Las brujas», «El GGG», «Los hombres sucios», «Matilda», «Charlie y la fábrica de chocolate»: me parece que más o menos todos hemos leído sus libros de niños y los que no -como yo, por ejemplo- los hemos recuperado luego de adultos, encontrando en ellos todavía un cierto gusto inmutable, tanto estético como literario. Al margen del alboroto que suscita esta operación, no podemos sino sentirnos aliviados por la centralidad que lo que se define como «literatura infantil» ha asumido finalmente en los últimos años para distinguirse de otras literaturas, de la alta literatura. Y por eso hasta Salman Rushdie tuiteó contra la decisión de la Roald Dahl Story Company -la empresa propietaria de los derechos del autor- y Puffin Books -la editorial de los libros de Dahl-, calificándola de «censura absurda». Desde 2021, Netflix ha adquirido la totalidad de la ‘Dahl company’: no hace falta comentarlo, la edición también es un negocio, la industria del libro también es un negocio. Es inútil gritar escándalo: bastan algunas reflexiones.