Rodrigo Karmy: El racismo sionista. La comunidad de los hablantes y el katechón israelí

Filosofía
1.- Los bombardeos del Estado de Israel en contra de los gazatíes, se hicieron en nombre de la humanidad. ¿Cuál es la relación entre el sionismo y el discurso que aboga por la humanidad? Desde ciertos sectores críticos, se tiende muy rápidamente a decir que quienes hacen la guerra abogando por la “humanidad” sólo mienten pues, tras su aparente buena voluntad se escondería el crudo interés.

Sin embargo, querría jugar el juego inverso: partir de la base de que el discurso “humanista” por Netanyahu, Obama o Cameron, nada oculta, sino que él mismo, constituye la raíz del problema. Todos ellos configuran lo que llamaré “la comunidad de los hablantes” cuyo régimen de gobierno se articula como la democracia y su facticidad global circula en la forma del capital trasnacional. La “comunidad de los hablantes” produce a un concepto de “hombre” muy singular: un hombre que es un sujeto propietario del lenguaje y que, por serlo, se circunscribe en un régimen político llamado “democracia”: el régimen de los que hablan (y quizás, de los que hablan demasiado bajo la fórmula del espectáculo mediático).

Sin embargo, ser hombre supone una decisión política. Y toda decisión implica una cesura: cuando lo humano se produce, necesariamente se excluye a lo animal. El primero habla, el segundo no. Giorgio Agamben ha acuñado con el término “máquina antropológica” a aquél dispositivo bipolar orientado a la producción de la cesura entre lo humano y lo animal. Precisamente, Netanyahu, Obama y Cameron son parte de esta “máquina antropológica” que produce a la humanidad del hombre gracias a la exclusión de lo animal. La “comunidad de los hablantes” sólo puede tener lugar, si expulsa de sí a ese resto animal e inasimilable. Recientemente David Cameron, con esa brutal fineza que caracteriza al inglés, dijo que los militantes de ISIS no eran “musulmanes” sino “monstruos”. Cameron instala una cesura en el “cotinuum” del “islam” respecto de aquellos islamistas “humanos” (incluidos en la “comunidad de los hablantes”) de aquellos islamistas “monstruos” (excluidos de aquella comunidad).

A esta luz, lo que intentaremos hacer es muy simple: mostrar que el sionismo es parte de la producción de la máquina antropológica, lo cual significa, que el sionismo es un humanismo pues produce a la “humanidad del hombre” en base a la figura del “judío europeo”. Pero que, precisamente porque para articular dicha humanidad debe excluir un resto animal, reproduce en su propio seno, al “anti-semitismo” europeo pero desplazado en la figura del “árabe” en general y del “palestino” en particular. Así, vamos a decir, el sionismo es un racismo, precisamente porque es un humanismo o, lo que es igual: será un humanismo, en cuanto incluye a una vida bajo la forma del “judío europeo” y será un racismo, en cuanto excluye a una vida bajo la forma del “palestino”.

Por esta razón, sostendremos: las guerras “humanistas” (aquellas que abogan por la “humanidad” a salvar) constituyen las más “deshumanizadoras”, pues, tal como adelantaba Carl Schmitt en “El concepto de lo político”: “La adopción del nombre de la humanidad su invocación, el monopolio de esta palabra, podría servir únicamente para enunciar, dado que cabe introducir esos nombres sin que traigan ciertas consecuencias, la terrible pretensión de negar al enemigo la cualidad de hombre, de declararle “hors-la-loi” y “hors l´humanité”, y la afirmación de que la guerra debe llevarse, por esa razón, hasta la más extrema inhumanidad.”(1).

2.- Un archivo a partir del cual podemos comenzar a problematizar al sionismo es el libro El Estado judío publicado en 1896 por Theodor Herzl. Considerado uno de los textos fundantes del movimiento sionista, será preciso un breve tratamiento arqueológico en función de contemplar nuestro presente.

Para comenzar, diremos que ya el título del mentado libro resulta decisivo: el proyecto sionista no contempla la fundación de un Estado plurinacional en el que diferentes pueblos pudieran co-existir sino un Estado que se clausura en función del significante “judío”. Pero ¿qué significa “judío” en el texto de Herzl? “Judío” es el término técnico con el que Herzl designa a un “pueblo”.

Pero “pueblo” no es una categoría cualquiera, sino que designa a un específico sujeto soberano (a un hablante, precisamente). En este sentido, Herzl inventa al “pueblo judío” con mayúscula, en cuanto designa a la totalidad de los judíos que, de aquí en adelante, podrán unificarse en una misma unidad política: el Estado-nación “judío”: “Somos un pueblo –escribe Herzl– si, un pueblo”(2). La reiteración del término “pueblo” testimonia la mirada del Otro, el anti-semita. Precisamente, el anti-semita no considera que los judíos puedan llegar a ser un pueblo en el sentido estatal-nacional. Pero esa mirada, tal como muestra la afirmación de Herzl, está presente en el propio texto como el alter en el que la dialéctica entre el semita y el anti-semita, el que está dentro y el que está fuera, el que pertenece a la otrora comunidad de los hablantes y el judío que en ese entonces no pertenece, se resuelve en el gesto de Herzl: frente a la dispersión y persecución constante, el Estado judío promete unidad política. Pero, más aún: la creación de tal Estado inscribirá a los judíos en la mentada comunidad de los hablantes. Ser un “pueblo” significará, pues, ser un hablante y constituirse así, en un “humano”. El Estado judío se vuelve, pues, parte de la operación antropogenético que cesura a la vida en una vida humana y otra animal.

De ahí que Herzl escriba un párrafo que, desde nuestra perspectiva, resulta clave: “El movimiento no se ha de iniciar sólo con medios legales, sino que ha de ser realizado con la amistosa colaboración de los gobiernos interesados que resultarán beneficiados.”(3). Convergencia entre el movimiento sionista que tiene como objetivo unificar a los judíos y llevarlos hacia Palestina, y los gobiernos “anti-semitas” que tiene por objetivo expulsar a los judíos de Europa. Una convergencia en la que se configura la “amistad” entre el Estado judío y los Estados europeos: “No creo que hayamos de esforzarnos en demasía para impulsar al movimiento (se refiere al movimiento de emigración hacia Palestina). Los anti-semitas ya lo hacen por nosotros. No tienen más que obrar como hasta el presente y el deseo de emigrar nacerá en los judíos que todavía no lo quieren y se intensificará en los que ya existe.”(4). Mutuo interés que se cristaliza en el término “amistad”: Herzl promete estabilidad para los Estados europeos –es decir, Estado que estarán sin la inquietud judía en su interior– si ayudan a cumplir el sueño sionista de conducir a los judíos a la fundación del nuevo Estado en Palestina. Más aún: la convergencia entre el movimiento sionista y el anti-semitismo se articula en el “deseo” de emigración de los propios judíos: si los anti-semitas siguen haciendo su trabajo, le harán un gran favor al sionismo en la medida que terminarán por promover la migración de los judíos hacia Palestina.

Así, la “amistad” del movimiento sionista para con Europa se articula en la proyección del futuro Estado de Israel como un verdadero katechón contra Asia: “Para Europa formaríamos allí un baluarte contra el Asia, estaríamos al servicio de los puestos de avanzada contra la barbarie. En tanto que Estado neutral, mantendríamos relación con toda Europa, que tendría que garantizar nuestra existencia. (…)”(5). Si el texto de Herzl funciona como un verdadero operador antropogenético, la imagen del Estado judío proyectado en él asume la función de un katechón: el nuevo Estado judío operaría como un dispositivo de contención del “anti-cristo” que se identificará con Asia. Desplazamiento, por tanto, de la figura del “enemigo” desde el judío como objeto del anti-semitismo hacia el “asiático” que, tal como ha sugerido Joseph Massad siguiendo a Edward Said, redundará en el árabe y en el palestino: “Vamos a ver –escribe Massad- cómo la persistencia del impulso anti-semita en el pensamiento cristiano europeo en el siglo diecinueve, transmitido e internalizado por el judaísmo sionista, organizará a gran parte de la visión cultural sionista sobre la que los proyectos políticos van a atender en el próximo siglo. El último proyecto de transformación cultural en el que se embarcó el sionismo, fue la metamorfosis del judío en el anti-semita, en el que el sionismo entiende correctamente de ser la última prueba de su europeidad.”(6). La tesis de Massad resulta fundamental: al señalar que la conformación del sionismo “internalizó” al anti-semitismo europeo, Massad nos indica el modo en que operó la máquina antropológica sobre los judíos. A esta luz, se podría decir que el sionismo fue el precio que pagó el judaísmo europeo para pertenecer a la comunidad de los hablantes. Y la paradoja es que solo perteneció a ella “internalizando” el antisemitismo y fundando así, un Estado “europeo” paradójicamente, fuera de Europa.

Como decía Massad, la “internalización” del anti-semitismo europeo en el nuevo judío que emerge desde el movimiento sionista se consuma en este “servicio” que los judíos israelíes ejecutarán en contra de la barbarie asiática. La “amistad” del sionismo muestra un singular intercambio: los nuevos judíos sionistas “sirven” a Europa protegiéndola de la “barbarie” asiática así como Europa “garantiza” la existencia del “pueblo judío”. Así, para poder pertenecer a la comunidad de los hablantes los judíos tendrán que “servir” a la Europa colonial como verdaderos “guardianes” capaces de contener la inquietud asiática.

La partición entre civilización y barbarie funciona aquí en el registro de la cesura, más fundamental, entre la vida “humana” perteneciente a la comunidad de hablantes con la que se definirá a Europa (incluido a Israel en ella, según nos lo presenta Herzl) y la vida “animal” que será expulsada sistemáticamente de dicha comunidad. Si Europa representa aquí, el enclave de lo “humano” en donde el futuro Estado de Israel se articula como su katechón, Asia representa al enclave de lo “animal” que, en el contexto histórico en el que escribe Herzl tendrá el rostro del Imperio Turco Otomano, pero que más tarde, asumirá la forma del árabe y del palestino. Cesura fundamental en la que la dispersión judía se europeíza al unificarse bajo la figura estatal-nacional del “pueblo judío” realizado en 1948 con la fundación del Estado de Israel.

En ese sentido, el sionismo se constituyó en una verdadera teología política articulada como un katechón desde el que se contiene a la inquietud asiática representada desde 1948 por el palestino. Su “enemistad” estará fundada en la categoría de “anti-semitismo”: todo aquél que se oponga a las políticas israelíes será considerado un “anti-semita”. Y, como el anti-semita carece de territorio, será posible iniciar una persecución por todo el planeta en su búsqueda y condena (las listas que los servicios de inteligencia israelíes elaboran sobre académicos, activistas o personas en general que serían anti-semitas, resultan aquí paradigmáticas). Todo esto muestra cómo el proyecto sionista se articula como un proyecto de la humanidad en general y no sólo de los israelíes en particular. Por esta razón, desde el punto de vista sionista, el exterminio sobre Palestina articulado hoy en base al supuesto aislamiento de Hamás, no es simplemente algo “necesario” para la supervivencia de Israel, lo es también, para la promoción de la humanidad en general.

Así, el archivo Herzl nos permite considerar un doble movimiento de carácter antropogenético respecto del judío: por un lado, el sionismo se configurará como un racismo en razón de aquello que expulsa (la barbarie de Asia), por otro, tendrá el rostro de un humanismo al ser incorporado en la comunidad de los hablantes. De esta forma, hacia afuera el sionismo expulsa a la “barbarie asiática” (que en 1948 será representada por los palestinos) gracias a su racismo, y hacia dentro, se incorpora a la civilización europea gracias a su humanismo. Europa, primero, EEUU después, el Estado de Israel ha mantenido su posición katechóntica gracias a su “amistad” para con la comunidad de los hablantes, esto es, lo que hoy se entiende bajo el término “democracia”.

Septiembre, 2014.

NOTAS

(1) Schmitt, C. El concepto de lo político, Ed. Struhart y Cia, Buenos Aires, 2006, p. 73.
(2) Herzl, Th. El Estado judío, Ed. Organización sionista argentina, Jerusalem, 1960, p. 29.
(3) Ídem. p. 35.
(4) Idem. p. 75.
(5) Ídem. p. 47.
(6) Massad, J. “The persistence of the palestine question”. En: op.cit. p. 168.

El presente texto es una parte muy breve de un escrito mayor titulado Palestina o la inquietud de los hablantes que será próximamente publicado en Revista Actuel Marx, Santiago de Chile.

*Rodrigo Karmy Bolton es Doctor en Filosofía y Académico de la Universidad de Chile.

Fuente: Revista Hoja de Ruta, N° 46, noviembre de 2014.

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