Vivir entre medio de cadáveres. Tal es la vida que estamos viviendo. Los cadáveres se amontonan, se apilan, son flashes a la cara que nos molestan, nos desagradan y nos complacen. Niños descuartizados por los bombardeos, cabezas, piernas, restos de carne en descomposición. Esa es la época de los cadáveres. La que ha ensombrecido a las naves espaciales, a los teléfonos inteligentes, a las mujeres que se abren de piernas en los avisos publicitarios. En su lugar ha quedado un puro hoyo oscuro del que asoma el cráneo de alguien indefinible. La calavera no tiene facciones. Las naves, los teléfonos, las mujeres del show ya eran, quizás, cadáveres. Ahora los vemos amontonados, apilados y no son más que flashes entre la multitud de muertos. Tal es la época que nos ha tocado vivir. La de la muerte lisa y llana que el progreso indefinido aplazó para nosotros. Ahora, sin facciones, sin gestos, podemos admirar los huesos y la carne expuesta de cada uno. Aprender a vivir siendo muertos rodeados de muerte, muriendo todos los días. Como flashes disparados a una cara insensible, que mantiene los ojos abiertos de forma irremediable. Ahora somos la época de las naves, de los teléfonos, de las mujeres hechas fragmento de mujeres. Somos la época de los cadáveres.
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Imagen principal: Delphine Sandoz, without title.