Quizás, una de las pocas potencias que pueda salvar la candidatura de Gabriel Boric sea la plurivocidad del feminismo. Digo “potencia” y no movimiento, para subrayar la existencia de varios movimientos que remiten a una potencia común, en la que irrumpen ritmos y líneas de fuga que, atravesadas con otras, han dado vida al octubrismo. ¿Qué es el octubrismo? Nada más que un encuentro. Instante de multiplicidades, mezclas inesperadas que ritman en común. Justamente en el momento en que una candidatura pinochetista amenaza con ganar la presidencia a favor de una comunidad de la separación –una vida común cercenada, dibujada con múltiples zanjas, muros, dispositivos de seguridad- son las mujeres el blanco más preciado para dicha violencia y, a su vez, la potencia más decisiva que puede hacerla retroceder. Porque si el pinochetismo constituye una violencia orientada a separar a los individuos entre sí, cercenando sus afectos e inundándoles de pasiones tristes, el feminismo es justamente la intensidad que destituye toda separación y restituye la potencia afectiva de los cuerpos.
No otra cosa necesitamos en este momento decisivo: erotización del campo social, frente a la “religión de la muerte” desplegada por las fuerzas reaccionarias. Para la revuelta octubrista el feminismo fue y ha sido una potencia decisiva: en el momento en que todo parecía sucumbir frente al gobierno de Piñera, durante las primeras semanas de la revuelta, el feminismo –vía sus marchas y performances- sustrajo al octubrismo de la sugestión piñerista. Ritmando “el violador eres tú” el feminismo impulsó la imaginación popular y, en los momentos de declive, vitalizó al octubrismo ofreciendo nuevas tácticas, intensidades y formas.
No deja de ser interesante que el análisis electoral sigue sumido en la dinámica de partidos y sectores sociales. Por cierto, análisis muy importantes e iluminadores. Pero dichos trabajos requieren otras líneas de indagación: no solo los partidos, estratos o grupos sociales, sino “líneas de fuga” o potencias que atraviesen esos partidos, estratos o grupos y que exponen las formas-de-vida que secretan dichas formaciones sociales. No se trata de descartarlas, sino de girar el enfoque y atender a los ritmos antes que las letras, a los ritmos antes que a los pentagramas. Aquello que sobra, que no deja de supurar a las mismas formas sociales deviene feminismo. Sus asambleas, su organización, sus palabras han sido la primera línea en esta coyuntura. Contra el kastismo y su amenaza de destrucción, el feminismo ha podido abrir nuevamente los sensibles que “desde abajo” pueden marcar una diferencia entre la candidatura de Boric con la de Kast.
Digámoslo de esta forma: matemáticamente Kast parece ganar. El no tendría más que seguir su guión tal como hasta ahora. A mayor retórica del orden, mayor fuerza adquiere su figura. Pero estas matemáticas no necesariamente contemplan la desviación del acontecimiento. Es decir, Kast puede confiar en las matemáticas sin que ningún acontecimiento interrumpa su curso; en cambio para Boric solo un acontecimiento podrá desviar la trama de los hechos. Y ese acontecimiento está en el feminismo que –como enlace clave con el octubrismo- vota y se organiza. No se trata del feminismo como “movimiento” simplemente –ya eso resulta ser muy importante- sino del feminismo como multiplicidad ritmos que es capaz de transversalizar las luchas e iniciar la destitución de la actual reacción oligárquica cristalizada en la candidatura de Kast. Una comunidad de separación puede ser destituida por la potencia de una vida común. El feminismo puede ser la intensidad que abra esa posibilidad y detenga a la “religión de la muerte” gracias a la liberación de los afectos que rompen cercos. Porque si el pinochetismo (que no solo está en Kast, sino también en su “hermano menor” –Parisi) no es otra cosa que un dispositivo que separa a los cuerpos de sus afectos e impide que éstos se enlacen entre sí sino es por la mediación de un “líder”, el feminismo es una de las potencias octubristas capaces de entrelazarse con otros, abrirnos al encuentro y restituir el carácter afectivo de todos los cuerpos. Para el pinochetismo la estética militarista es una política de la separación, y éste no es nada más que eso. Para el feminismo la estética es la de danzas populares que no dejar de destituir esa estética militarista que, bajo el signo del capital, exhibe sin contemplaciones la hipertrofia del patriarcado en el que vivimos. Necesitamos del octubrismo, pero éste solo podrá venir bajo el acontecimiento feminista. Contra la matemática, el feminismo –frente a la amenaza- se ha abierto paso no para inocular miedo, sino para abrir esperanza.
Noviembre 2021